Los lectores preguntan a Eduardo Punset. Pregunta de Marcos D. García. correo electrónico

Es bueno aprovechar el verano para responder a las críticas sobre las que no vale la pena meditar cuando azota el trabajo, las buenas ideas y el buen gusto.

Tengo algunas a las que no he hecho caso nunca y que hasta me han dado cierta pena, porque costaba poco cantarles amorosamente las cuatro verdades que deshacen sus críticas supuestas. La primera que me viene a la cabeza es aquella de los que dividen el mercado del conocimiento en científicos y no científicos, algo que ya ha empezado a desaparecer y que nadie podrá defender dentro de unos años.

Hay ciertas ventajas en tener setenta y cinco años. has visto mucha agua correr y adaptaciones incesantes a los nuevos cambios. En el recuerdo, primero. el más grande de los científicos defendió a capa y espada que el tiempo era absoluto e idéntico para todo el mundo. Poco después vino el padre de todos los científicos actuales, Einstein, y demostró que el tiempo es relativo. todo depende de la masa desde la que uno habla y de la velocidad del actor.

He contado mil veces que a mis nietas solo las pude medio convencer de que las cosas cambiaban -las ideas de uno, las fronteras, las estaciones o las emociones-, porque hasta la estructura de la materia cambia de sólida a líquida y de líquida a gaseosa cuando se la hierve. Si hasta la estructura de la materia cambia, ¿cómo no vais a cambiar de idea? , les decía yo.

La conversación del científico Laplace, que supo formular la teoría del equilibrio permanente de los cuerpos celestes, con Napoleón debería explicarse en todas las escuelas. Me ha interesado mucho su teoría, pero me gustaría saber si la ha consultado con Dios , le preguntó Napoleón. No, porque ya lo he comprobado yo. Ahora bien, el resto se lo pueden preguntar , fue la respuesta sosegada del científico. Queda mucho por comprobar , añadió Laplace.

Desde entonces está claro que la única diferencia entre distintos métodos de pensar está entre los que sugieren una tesis e intentan comprobarla después y los que no comprueban nada. Los primeros se cansan, sin perder el humor, de apostillar a los lunáticos preguntándoles después de sus largas parrafadas. Eso que usted plantea, ¿lo ha podido comprobar? .

Hace años solo los matemáticos y los físicos consideraban que sus disciplinas eran científicas en ese sentido; después no tuvieron más remedio que admitir a los químicos dentro de la familia. Yo he conocido a físicos, cuyo nombre me reservo porque los quiero mucho, que no consideraban científicos a los biólogos porque no creían -erróneamente- que pudieran comprobar lo que sugerían. El mismo interdicto se aplicó durante un tiempo a los graduados en Ciencias Económicas. Y después a los psicólogos.

Hubo un tiempo en el que los neurólogos no se hablaban con los psicoanalistas, hasta que uno de ellos, que había empezado su carrera siendo esto último, acabó siendo lo primero y ganando un premio Nobel desde su Universidad de Columbia, en Estados Unidos. Hoy forma parte del consenso universal que los místicos y dogmáticos no necesitan probar las tesis que adelantan, mientras que los científicos empiezan sugiriendo una tesis que luego intentan comprobar. Son científicos de todos los campos que no se atreven a encandilar a los demás hasta que no han podido comprobar lo que decían.

La huida del precipicio en que estaba sumido el pensamiento científico ha sido tan esplendorosa que el consenso universal hoy día es el de la multidisciplinariedad. Se ha llegado a la conclusión de que no hay innovación, de que no se pueden dar pasos adelante, sin asumir pensamientos que pertenecen a disciplinas distintas. Marx los retrató perfectamente al acusar a los centrados solo en su especialidad de saber cada vez más de menos, hasta que lo sabían todo de nada .

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