Ian Schrager Fundador de Studio 54 «Yo creé la discoteca en la que todo era posible»

El sexo, las drogas y el justo equilibrio de famosos y gente corriente convirtieron Studio 54 en una discoteca legendaria. Pero para sus creadores, Ian Schrager y Steve Rubell, la fiesta acabó en una de las cárceles más duras de Nueva York. Ésta es su increíble su historia.
Martes, 29 de Noviembre 2022, 13:00h
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Me siento avergonzado al recordar todo aquello», dice Ian Schrager. «Es una vergüenza que nunca voy a poder quitarme de encima», agrega.
Schrager –hoy con 75 años– fue el creador, junto con su amigo Steve Rubell, de Studio 54, el club nocturno más legendario de la historia. Rubell y él se convirtieron en los reyes de la noche neoyorquina, en una época dorada de los años setenta que terminó de forma abrupta cuando ambos fueron encarcelados por evasión de impuestos. Lo sucedido durante su encarcelamiento es lo que le produce tan profunda vergüenza.

«Espero que la gente entienda que yo por entonces era muy joven –dice–. Ahora soy padre (tiene tres hijos; el menor, de 12 años) y hago lo posible por ser un buen modelo de conducta».
A veces se expresa como un antiguo soldado para quien el club nocturno hubiese sido su Vietnam particular. «Nunca quise hablar de Studio 54», dice. Ni de lo que pasó en el talego. «Ahora creo que puedo hacerlo. En el mundo solo había dos personas que conocían la verdad: Steve y yo». Rubell murió de sida en 1989, así que tan solo Schrager puede contarla.

Ian creció en Brooklyn; su padre trabajaba en una sastrería y su madre era ama de casa. Estudió Derecho –«para contentar a mis padres», dice–, pero ambos fallecieron antes de que él cumpliera los 24 años.
A falta de técnicos de clubes nocturnos contrataron a los de los teatros de Broadway y la discoteca se convirtió en un 'show'. Hasta daban prismáticos para verlo
Schrager conoció a Rubell en la universidad. Cuatro años mayor, Rubell había comprado un restaurante con problemas de dinero y Schrager se acabó convirtiendo en su abogado para defenderlo de acreedores. Fue Schrager quien le propuso montar un club nocturno, primero en Queens y luego en Manhattan, donde encontraron un viejo estudio en la calle 54.

La legalidad nunca fue prioritaria. Ni tenían permiso de obras ni licencia para vender alcohol. Sortearon esta segunda carencia solicitando cada día un permiso temporal de 24 horas para trabajar como empresa de catering. La financiación, unos 700.000 dólares, la puso el dueño de unos almacenes llamado Jack Dushey.

Los propietarios de los otros clubes de Manhattan hicieron todo lo posible por complicarles las cosas a los dos advenedizos. No dejaban que ningún profesional del sector trabajase con ellos. Pero lo que era una carencia se convirtió en la 'virtud' del Studio 54. Schrager y Rubell contrataron a los técnicos de los teatros de Broadway. La discoteca se transformó en un espectáculo. El atrezo más creativo circulaba en lo alto sobre raíles, y del techo caían globos, serpentinas y purpurina. Si no te apetecía bailar, podías sentarte a contemplar el show. La casa proporcionaba prismáticos.
«Yo iba por la ciudad con 400.000 pavos en el maletero del coche. Aquello era ridículo. Estábamos ebrios por el éxito. Y nos creíamos intocables»
La otra clave del éxito era Rubell, que deambulaba por el local envuelto en un aparatoso abrigo con los bolsillos llenos de drogas y dinero en efectivo. Schrager, quien era y sigue siendo más bien tímido, apenas salía del despacho mientras Rubell era el alma de la fiesta.

Schrager era heterosexual; Rubell, gay. Pero nunca hablaban del tema. «Supongo que porque él pensaba que empezaría a mirarlo de otra forma –apunta Schrager–. No era el caso. Pero nunca me habló del asunto. A mí me daba lo mismo». Según asegura, Rubell era la única persona del mundo capaz de denegar la entrada al club sin que los rechazados se sintieran ofendidos. Ian sonríe y dice: «¡Don de gentes! ¡Steve tenía auténtico don de gentes!».
Derecho de admisión
La selección de las personas que iban a entrar en la discoteca fue un problema desde la primera noche, la del 26 de abril de 1977, cuando la gente se agolpó en la acera de la 54th Street. La política de acceso al establecimiento se hizo famosa. Las televisiones enviaban equipos para entrevistar en directo a los rechazados. «Todos nos acusaban de elitistas –explica Ian–. Pero vamos a ver... Si montas una fiesta privada en tu casa, harás lo posible por invitar a ciertas personas y conseguir que se encuentren a gusto las unas con las otras. Si haces lo mismo en un establecimiento público, entonces te metes en el terreno de lo políticamente incorrecto. Pero era lo que hacíamos, sí».
Rubell era el alma de la fiesta. Se paseaba por el local con los bolsillos llenos de droga. «Tenía auténtico don de gentes», dice su socio
Esa política restrictiva estuvo en el origen de sus primeros problemas legales. «Más de un pez gordo con contactos políticos se mosqueó porque no lo dejamos pasar». Primero les cayó una denuncia por carencia de permiso para servir bebidas alcohólicas. Para solucionarlo, Schrager y Rubell contrataron a Roy Cohn, hoy recordado como el abogado y mentor del joven Donald Trump.

Cohn los sacó del lío judicial. Pero aquello solo fue el principio. El 14 de diciembre de 1978, la Policía volvió a aparecer con unos inspectores de Hacienda. Un antiguo empleado descontento les había contado que Rubell, Schrager y su socio Jack Dushey estaban quedándose dinero sin declararlo. Según añadió, en el libro de contabilidad de Studio 54 incluso existía una columna con el encabezamiento «Pasta para nosotros». Entre los tres se habrían ‘apalancado’ unos tres millones de dólares. «Yo circulaba por la ciudad con 400.000 pavos metidos en el maletero de mi coche -cuenta Schrager hoy-. Todo aquello era completamente ridículo. Estábamos ebrios, ebrios por el éxito. Y nos creíamos intocables».
«En la cárcel vives aterrado pensando que te van a dar una paliza o te van a violar. Pierdes todo lo que tienes de ser humano»

El FBI en los talones
Tras la nueva visita policial con Hacienda, volvieron a recurrir a Roy Cohn, pero los métodos del polémico abogado solo sirvieron para enfurecer a la Policía. Los investigadores empezaron a buscar vínculos con la mafia. Sus sospechas se centraron en Schrager y su padre, fallecido, Louis, que había pasado por la cárcel en 1957. Se decía que estaba a las órdenes del gánster Meyer Lansky, un contable de la mafia italoamericana.
«Siempre tuve claro que mi padre era un hombre algo distinto de los demás –explica Schrager–. Pero no sabía nada de todo eso. Yo lo idolatraba».

El FBI reconoce que nunca encontraron indicios de que Studio 54 tuviera que ver con la mafia, pero hallaron pruebas de otras actividades ilegales. Schrager y Rubell fueron declarados culpables de evasión de capitales y condenados a tres años y medio de prisión. La víspera de su encarcelamiento montaron una fiesta gigantesca en Studio 54. Al día siguiente se presentaron en el Metropolitan Correctional Center (MCC), una cárcel con muy mala reputación situada en la parte baja de Manhattan. El MCC ha alojado a terroristas, capos mafiosos y 'señores de la droga'.

«En la celda de enfrente había un fulano que había matado a alguien con una bola de bolera –explica Schrager–. Hicimos un trato con él: enviaríamos dinero a su mujer, y él a cambio nos protegería. En un sitio como ese, lo que prima es el instinto de supervivencia».

Sobrevivieron, pero Ian afirma: «Fue un horror. Pierdes toda tu dignidad. Vives aterrado pensando que te van a dar una paliza o te van a violar. En la cárcel pierdes todo lo que tienes de humano». Y aquí viene lo que le avergüenza: la delación. Rubell y él se convirtieron en testigos del gobierno para salir de allí. Decidieron colaborar con los inspectores de Hacienda en la investigación de otros clubes nocturnos a cambio de una rebaja en sus condenas. Sugiero que la mayoría haría lo mismo en su situación. «Quizá. Pero no tengo la conciencia tranquila».

Tras su puesta en libertad, Schrager y Rubell se reinventaron como hoteleros y, de paso, reinventaron los hoteles; fueron los creadores del concepto del 'hotel boutique'. Cuando Rubell murió, en 1989, Schrager se aseguró de que todo el mundo asistiese a su funeral, como a él le hubiera gustado. «Steve y yo éramos como marido y mujer –asegura Ian, que ha estado casado dos veces–. Nos íbamos juntos de vacaciones, trabajábamos juntos y era la última persona con quien hablaba antes de irme a dormir». El trabajo dejó de ser el mismo tras su muerte. «Ya no tengo un cómplice. Ya no es tan divertido. Pero la vida sigue».
© THE SUNDAY TIMES
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