Real fábrica de cristales de La Granja: los vidrios más bellos del mundo
Se creó en el siglo XVIII y, tras una época de esplendor, la Real fábrica de vidrio de la Granja cerró sus puertas en el XIX. Estos últimos años está viviendo una segunda juventud. Texto y fotografías Daniel Méndez.
En la Real Fábrica de La Granja (Segovia) se siguen elaborando piezas de vidrio tal como las hacían los maestros artesanos en 1727.
En los siglos XVII y XVIII, los maestros artesanos eran el auténtico I+D+I de la época y cada Corte europea los defendía a capa y espada. Irse a otro Estado se pagaba con penas de prisión y hasta con la muerte para los tránsfugas.
Lanzarse a la caza de cerebros en otros países era una tarea arriesgada y cara. Y a menudo salía mal. Una misiva enviada por Felipe V a sus embajadores en Inglaterra, Francia, Alemania y Venecia para que contactaran con los maestros vidrieros locales fue interceptada por los venecianos, quienes alertaron al resto de los monarcas. Intento fallido.
Los maestros del vidrio eran cotizadísimos y Felipe V realizó auténticos fichajes en las Cortes extranjeras.
Pocos años después, en 1746, Antonio Berger, un comerciante cercano a la Corte, fue enviado de incógnito a París con idéntica misión. Allí logró establecer contactos con diversos especialistas, pero fue descubierto y visitó brevemente la cárcel de la Bastilla. Finalmente, logró eludir los cargos y emprender el viaje de más de dos meses hasta Madrid. Pero no regresó solo: lo acompañaba el maestro francés Dionisio Sibert.
Instalado en La Granja de San Ildefonso, este renombrado vidriero fue el primero de los grandes fichajes extranjeros llegados hasta España para engrosar un ambicioso proyecto: la creación de la Real Fábrica de Cristales en La Granja (Segovia). En los años siguientes, ya bajo el reinado de Fernando VI, llegó a La Granja lo más granado de las distintas tradiciones europeas del vidrio: maestros espejeros franceses, un experto en talla de origen hamburgués, sopladores bohemios…
Un operario elabora una pieza en los hornos de la Real Fábrica
Con la creación de la real Fábrica, su impulsor, el rey Felipe V, imbuido del espíritu ilustrado de la época, buscaba un doble objetivo: establecer una industria que le permitiera reducir las importaciones y engordar las maltrechas arcas del Estado, y competir en esplendor con el resto de las monarquías europeas.
En este último empeño, las Reales Fábricas jugaron un papel fundamental. Bajo el impulso reformista de los primeros Borbones, se pusieron en marcha la Real Fábrica de Armas, en Toledo; la de Hules, en Cádiz; la de Azulejos, en Valencia; la de Porcelana, en el Retiro madrileño… Hoy solo sobreviven dos: la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara (Madrid) y la Real Fábrica de Vidrios y Cristales de La Granja (Segovia).
Los talleres actuales de la Real Fábrica de La Granja, donde se utilizan las mismas técnicas usadas en el siglo XVIII.
En la Real Fábrica segoviana sigue habiendo aprendices, oficiales y maestros, como antaño; aunque también alumnos matriculados en la Escuela Superior de Vidrio. Pero algunas cosas han evolucionado: el laboratorio cuenta con instrumentos como polariscopios o dilatómetros, que miden las tensiones internas del vidrio y permiten comprobar las compatibilidades de distintos materiales, y ahora es el gas -y no la leña del pinar de Valsaín- el que alimenta sus hornos. Aunque, a la hora de la verdad, el vidrio se elabora igual hoy que hace tres siglos.
A finales del siglo XVIII, sus productos estrella eran los espejos de hasta tres metros de alto, un récord para la época
Fue en tiempos de Carlos III cuando la Real Fábrica vivió su mayor esplendor. Entonces se levantó el majestuoso edificio actual, que sustituyó al viejo, devorado por el fuego. Concluido en 1784, con sus casi 25.000 metros cuadrados, incluso hoy resulta descomunal. Pero uno de los proyectos estrella de la casa -la elaboración de espejos de gran tamaño, de hasta tres metros de altura, un récord para la época- exigía grandes espacios y una enorme máquina hidráulica para el pulido del cristal plano.
En sus más de 200 años, la Real Fábrica ha afrontado muchas vicisitudes. Paralizada la producción a principios del XIX -con la Guerra de la Independencia- se retoma con la llegada al poder de Fernando VII, para quedar nuevamente interrumpida tras su muerte, en 1833. Durante buena parte de aquel siglo, la fábrica fue arrendada a particulares y, ya en 1911, se establece la Cooperativa Obrera Esperanza, que retoma la elaboración de vidrio plano para espejos. Los procedimientos manuales son interrumpidos durante buena parte del siglo XX. Hasta que en 1982 se crea la Fundación Centro Nacional del Vidrio. Hoy, sus artesanos crean piezas únicas que tienen como modelo las lámparas y copas de antaño. Y el visitante puede ver de cerca la elaboración artesanal del vidrio. Un centro histórico con la vista puesta en el futuro: mediante la formación de maestros artesanos, la producción y la exhibición en su museo de piezas históricas y contemporáneas.
EL PROCESO, PASO A PASO
Soplar, el primer trabajo.
Después, otro artesano se encarga de realizar el primer corte, separando la pieza de vidrio de la caña, que es el nombre que recibe la pieza metálica a través de la cual se sopla el vidrio.
Corte en caliente
Las piezas de vidrio se pueden cortar en caliente o en frío. En este último caso el borde aparece liso, sin el cordón algo más grueso que aparece al cortar en caliente, como en la fotografía.
Hora de ‘dar la talla’
Los dibujos con los que se graban las nuevas piezas, inspirados en los de la colección que alberga el museo, se realizan mediante materiales abrasivos como el óxido de aluminio que desgastan el vidrio.
Baños de arena
Joaquín Santiago emplea arena a presión para grabar un dibujo sobre una pieza. Este método es rápido y barato y permite una gran precisión. Se usa una plantilla para que la arena solo incida sobre las partes descubiertas.
A la caza de defectos
Un estudio meticuloso busca taras en las piezas. Aquellas que presentan desperfectos vuelven a ser fundidas en el horno. Además de un examen visual, hay herramientas de laboratorio para realizar un análisis en detalle.
Pintado a mano y horneado
Cristina Velasco se encarga de la decoración manual de las piezas. Aquí pinta con oro de 24 quilates diluido. Tras el pintado, la pieza se hornea para que se evaporen los diluyentes.
Listas para vender
Una vez acabadas, las piezas se distribuyen. El centro surte a la Casa Real, elabora piezas bajo demanda y saca algunas a la venta. La más barata, un candelabro, cuesta 33 euros; una cristalería de 48 piezas, 2270.
PARA SABER MÁS
Fundación Centro Nacional del Vidrio, responsable del museo, los hornos de producción y la escuela.
Escuela Superior del Vidrio, con información sobre sus distintos cursos.