La Primera Guerra Mundial, la primera contienda a escala planetaria, duró 52 meses. Y a medida que Europa se llenaba de trincheras, sangre y cadáveres tres hombres fueron forjando su destino: Stalin, Churchill y Hitler. Por Fátima Uribarri
A Adolf Hitler, el conflicto le disparó sus ansias nacionalistas; a Winston Churchill le sirvió para afianzar su leyenda de visionario; y a Iosif Stalin, para dar un paso adelante en su ambición. Asà vivieron la primera gran guerra los protagonistas de la Segunda
En 1914, Hitler era un don nadie marginado; Stalin, un revolucionario con andanzas terroristas y habilidad para la fuga; y Churchill, un polÃtico con probada pericia militar. El estallido de la Primera Guerra Mundial iba a cambiar sus vidas para siempre.
Hitler, en el frente
Hitler decÃa que habÃa sentido una alegrÃa apasionada de ser soldado. Luego, la propaganda nazi agrandó su experiencia guerrera. Pero es cierto que lo condecoraron. La distinción, glorificada después por la parafernalia nazi, la logró gracias a un oficial judÃo, el teniente Hugo Gutman. Paradojas del destino.
Para Hitler, la guerra era un regalo del cielo, sostiene Ian Kershaw, biógrafo del dictador alemán. «Fue la época más grande e inolvidable de mi existencia terrena», dijo el propio Hitler, con grandilocuencia. Para él, la guerra supuso encontrar una especie de empleo fijo y sobre todo una sensación de pertenencia, afirma Kershaw. Hasta entonces era un fracasado aspirante a artista de 25 años que se acababa de mudar a Múnich; vivÃa de pintar postales, componÃa poesÃas malas y era un hombre gris y solitario. Cuando estalló la guerra, se dio prisa en cambiar esta triste perspectiva. se alistó voluntario el 5 de agosto. Lo destinaron en el Regimiento List, formado por reclutas novatos como él.
Hitler logró ser condecorado dos veces, pese a no asumir excesivos riesgos en su labor como correo
El 29 de octubre, su batallón pasó de 3600 a 611 hombres en una terrible primera prueba de fuego en Bélgica. Pero a Adolf lo acompañó una baraka que no lo abandonó después cuando, siendo fÃŒhrer, sobrevivió a varios atentados. Entonces, Hitler era un correo con grado de cabo, un destino que le libraba de padecer el barro de las trincheras y le permitÃa leer y pintar, pero que también tenÃa su peligro cuando tocaba salir a llevar sus mensajes. El cabo Hitler era un tipo raro que no recibÃa cartas ni paquetes; era taciturno, no soportaba las bromas, no fumaba ni bebÃa ni visitaba los burdeles. Era callado y extravagante, pero cumplidor. En diciembre de 1914 le concedieron la Cruz de Hierro de segunda clase, un raro honor que recibieron solo cuatro correos de 60. Y en 1918 le dieron la Cruz de Hierro de primera clase. ¿Cómo lo consiguió? Siendo un absoluto pelota , concluye David Solar, historiador que defiende la teorÃa de Thomas Weber.
Sà es cierto que lo hirieron levemente en una pierna, que demostró una frialdad absoluta respecto al sufrimiento ajeno y que fue vÃctima del gas mostaza en el frente meridional. Su autopropaganda proclamó que aquella ceguera temporal, de la que se curó en un hospital de Pomerania, donde recibió la noticia del fin de la contienda, le hizo ver la luz y lo animó a dedicarse a la polÃtica.
Stalin, en Siberia
Stalin vivió la Primera Guerra Mundial en diferido y se benefició de las consecuencias que tuvo para los revolucionarios. A Stalin, sus años siberianos le enseñaron a ser un superviviente y dispararon su astucia y su fortaleza.
En la helada y sombrÃa Kureika, una población de 67 aldeanos apiñados en ocho cabañas siberianas del CÃrculo Polar Ãrtico, estaba confinado Iosif Djugashvili, Stalin, cuando se desató la guerra. TenÃa 37 años, una temible experiencia como saboteador y atracador de bancos y estaba comprometido en el proyecto de revolución capitaneado por Lenin. En 1914 no vivÃa su mejor momento. «Se sentÃa irrelevante, olvidado, frustrado y prometido en matrimonio a una adolescente de 13 años a la que habÃa dejado embarazada, en medio de la nada», explica Simon Sebag Montefiore.
No era feliz. Stalin era un revolucionario con andanzas terroristas. PedÃa dinero para programar una nueva fuga de la remota Siberia, de la que ya habÃa escapado en cinco ocasiones. Esta vez lo ‘rescató’ la guerra. Escapó asà también del matrimonio con Lidia, con la que tuvo otro hijo [el primero murió al nacer] en 1917 y a quien jamás prestó atención. En 1916 fue reclutado para la guerra: las cosas pintaban tan mal para la Rusia zarista que se echó mano incluso de los deportados. Stalin, que era inútil para el servicio porque tenÃa el brazo izquierdo más corto que el derecho, hizo trampa para ser incluido entre los reclutados. Asà consiguió que lo trasladaran a la más civilizada Krasnoyarsk. Allà lo declararon no apto para la guerra y pasó a ser desterrado en Achinsk, donde se enteró de la abdicación del zar Nicolás II, el 2 de marzo de 1917.
Stalin se sentÃa olvidado y frustrado en Siberia. Además, habÃa dejado embarazada a una chica de 13 años
El 7 de marzo, las cárceles se abrieron y los reclusos liberados tomaron el tren camino de San Petersburgo, que ahora se llamaba Petrogrado. Allà pasó dÃas de enorme actividad dedicado al periódico Pravda y al Comité Central, inmerso en la sublevación de la ciudad y el asalto al palacio de invierno, en octubre, aunque él no empuñó las armas. En esa época, Stalin «se convierte en un hombre de confianza de Lenin, muy capaz, muy organizador», afirma Anselmo Santos, autor de Stalin el Grande (Edhasa). Después afianzó su poder, se convirtió en el lÃder supremo y se encargó de liquidar a la mayorÃa de los camaradas que lucharon con él para proclamar la revolución.
Churchill, el estratega
Churchill demostró en sus cargos polÃticos unas grandes dotes de organización y una enérgica autoridad. Estuvo destinado seis meses en el frente como teniente coronel [se habÃa formado en la Academia de Sandhurst y tenÃa experiencia militar en la guerra de Sudán], y ya allà dejó claro que tenÃa madera de lÃder.
A Winston Churchill la declaración de guerra lo pilló jugando al bridge. Pero, desde luego, no fue ninguna sorpresa para él. Desde el asesinato del archiduque Francisco Fernando, Churchill, que era el Primer Lord del Almirantazgo y tenÃa la responsabilidad de la mejor Armada del mundo, habÃa tomado medidas por su cuenta: adivinó que Gran Bretaña acabarÃa metida en el conflicto. «Su decisión unilateral de movilizar a la tropa cuando todavÃa la paz parecÃa posible habÃa otorgado a los británicos una ventaja estratégica indudable», sostiene José Vidal Peláez.
Churchill tuvo una idea genial. Emulando a AnÃbal, mandó crear un prototipo de elefante mecánico: los tanques
También tuvo otra idea genial. Quiso emular a AnÃbal, el cartaginés que puso contras las cuerdas a Roma ayudado por elefantes, y sin contar con el Gobierno destinó una cuantiosa partida presupuestaria a la construcción del prototipo de un elefante mecánico. Aquella idea se hizo realidad en noviembre de 1917 con la espectacular aparición en la batalla de Cambrai de unos extraños vehÃculos que habÃan llegado al continente camuflados como tanques de agua. Con ese nombre se quedó un arma que revolucionó la guerra: el tanque.
Pero no todo fueron aciertos para Churchill. El hábil polÃtico sufrió, con la terrible derrota de GalÃpoli, uno de los grandes reveses de su carrera. El inglés fue uno de los que alentaron el intento de toma del estrecho de los Dardanelos frente a los turcos. La fallida operación, que acabó en la batalla de GalÃpoli, le costó la vida a 250.000 hombres. Quedó fuera del gabinete y, aunque le dieron un cargo honorÃfico, pasó 20 meses de abatimiento, hasta que en noviembre de 1915 dimitió y se fue al frente. En enero de 1916, el teniente coronel Churchill se hizo cargo del VI Batallón de Fusileros Escoceses, en Flandes. Llegó con un buen equipaje, con brandi, puros e incluso una bañera portátil, y enseguida se ganó a sus hombres. Su experiencia en el fango de Flandes duró seis meses, en los que infundió a sus tropas coraje y disciplina, pero no se vio inmerso en ninguna operación importante.
A finales de mayo regresó a Inglaterra para hacer frente a la comisión que investigaba el fiasco de los Dardanelos. En mayo de 1917 la comisión lo exculpó. Entonces, el panorama era muy distinto; los Estados Unidos se habÃan sumado a la contienda y David Lloyd George encabezaba un Gobierno de coalición que nombró a Churchill ministro de Municiones. La noche del armisticio en 1918 lo celebró cenando en Dowing Street con el primer ministro.
¿Y Franklin Roosevelt?
Abogado de 32 años, Roosevelt era secretario adjunto de la Marina de los EE.UU. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Su papel en el fortalecimiento del cuerpo fue tan destacado que le sirvió para convertirse en el máximo responsable de la Marina cuando EE.UU. Entró en la guerra. Lo hizo bien: logró fondos y apostó por los submarinos. En 1918 estuvo en Inglaterra y departió por primera vez con Winston Churchill.