Se esconde bajo nombres tan extraños como diatomea, sifonóforo, foraminífero… Hablamos del plancton, un mundo submarino compuesto de organismos multicolores invisibles al ojo humano absolutamente esenciales para la vida en la Tierra. Le mostramos este ecosistema precioso y amenazado. Por Stéphane Foucart.
No hay nada más importante que el plancton: si se muere, el océano muere. Y si este muere, nos morimos nosotros. Así es. Por eso, el plancton merece toda nuestra atención.
Sin embargo, ¿quién, aparte de los biólogos, se preocupa de ese mundo fugaz que va a la deriva al ritmo de las corrientes marinas? Desde hace 14 años, la célebre goleta Tara ha aprovechado sus mediáticas expediciones alrededor del globo para dar a conocer el asunto, pero popularizar la ciencia no es suficiente.
Director de investigación emérito en el Centro Nacional de Investigación Científica de Francia (CNRS), Christian Sardet hace siete años se puso como objetivo -junto con Los Macronautas, artistas especializados en documentales- aplicar las técnicas de imagen que utilizaba en el laboratorio para captar y desvelar la extraordinaria variedad de formas, colores y comportamientos de este bestiario marino, imposible de detectar en su mayor parte por el ojo humano.
Expedición fotográfica
«Cuando llegué al final de mi carrera científica -nos explica Sardet-, les dije a mis colegas de la expedición Tara Oceans que intentaría, a partir de entonces, dar a conocer el mundo del plancton al público a través de la imagen, por medio del encuentro entre la ciencia y el arte. En el siglo XIX, el alemán Ernst Haeckel consiguió popularizar la cuestión gracias a la publicación de sus dibujos de radilarios (una especie de plancton), eran los primeros de ese tipo y suscitaron en aquella época mucho interés».
Las fotos realizadas por Christian Sardet muestran una diversidad insospechada. Esferas iridiscentes, anillos enrollados, figuras geométricas luminiscentes, velos irisados, monstruos en miniatura… «Decidí utilizar siempre un fondo negro, que permite destacar todos los matices de los colores y los detalles de las formas más complejas», explica el investigador-fotógrafo.
Sifonóforos muy poéticos
Sus nombres son tan raros y poéticos como extravagantes y diversas sus formas. Cocolitóforos y diatomeas, foraminíferos y quetognatos, radilarios y apendicularios, sifonóforos y phronimas, pirosomas y protistas… Sin contar los innumerables virus y bacterias de todo pelaje. «Es el ecosistema más diverso, el más complejo y el más antiguo del planeta -afirma Christian Sardet-. Engloba desde organismos microscópicos hasta los sifonóforos, delgados filamentos que pueden medir hasta ¡cincuenta metros de largo!».
Simbiosis, parasitismo, depredación o fotosíntesis: todos los comportamientos y todas las estrategias del mundo vivo se encuentran en esta fauna y esta flora minúsculas. La mayoría de las imágenes se tomóaron en el Observatorio Oceanográfico de Villefranche-sur-Mer (Alpes marítimos), el feudo del biólogo francés. Pero otras, inéditas, son el resultado de un trabajo realizado en la Estación Biológica de Shimoda, sobre organismos obtenidos en aguas japonesas.
Nos equivocaríamos gravemente si despreciáramos este universo invisible. Sobre sus hombros descansan los grandes equilibrios biogeológicos del planeta.
Es el cimiento de la cadena alimentaria y produce tanto oxígeno como el conjunto de la vegetación de la tierra emergida.
Los cimientos de la vida
Su peso representa más del 95 por ciento de toda la biomasa presente en los océanos. Su parte vegetal forma el cimiento de la cadena alimentaria. Bombea miles de millones de toneladas de gas carbónico a la atmósfera y produce tanto oxígeno como el conjunto de la vegetación de la tierra emergida. «Cada una de nuestras respiraciones es un regalo del plancton», escribe Christian Sardet en su espectacular libro Plancton. Aux origines du vivant (Editorial Ulmer), publicado en 2013 y que reúne su trabajo.
Le debemos todo al plancton vivo, pero también al plancton muerto, acumulado en el fondo de los océanos desde hace cientos de millones de años. Sus miles de millones de cadáveres aglomerados al hilo del tiempo han formado espesas capas de rocas sedimentarias que son la materia de nuestras montañas y en las que todavía se encuentra, de vez en cuando, la discreta huella de una pequeña concha marina.
Catástrofe apocalíptica
Tenemos que preocuparnos hoy más que nunca de este bestiario oculto porque corre el riesgo de sucumbir a los destrozos infligidos por la actividad humana al océano.
Está en peligro. Los satélites muestran que el fitoplancton ha disminuido un 30 por ciento en 16 años
El mar bien podría acabar ahogado por los restos agrícolas, por los microplásticos a la deriva, por el calentamiento de los mares del globo, la acidificación por la disolución del dióxido de carbono emitido por la combustión permanente del carbón, del petróleo y del gas…
En 1973, la película posapocalíptica El sol verde imaginaba la desaparición del plancton y la catástrofe alimentaria que se derivaba de ello para las sociedades humanas. Este hecho ya no es solo producto de la imaginación de la ciencia ficción. A principios del año 2016, varios oceanógrafos de la Universidad de Maryland (Estados Unidos) publicaron en la revista Geophysical Research Letters los resultados de observaciones de satélites que mostraban que, al oeste del océano Índico, la abundancia de fitoplancton había disminuido alrededor de un 30 por ciento a lo largo de los últimos 16 años. La información pasó casi totalmente inadvertida.