Son menores y tienen poderes milagrosos para curar el cáncer, el zika o el sida. O eso creen los miles de desesperados que buscan en ellos su última esperanza. Así funciona el negocio de las estrellas religiosas infantiles en Brasil. Por Jan Cristoph

Le han contado que realizó su primer milagro cuando estaba en el vientre materno, en la semana 28 de embarazo. Curó a una mujer enferma de cáncer que, tras tocarle la barriga a su madre, cayó en trance y quedó libre de metástasis.

El segundo milagro, eso le dicen, lo obró con 51 días de vida: salvó a una joven con un tumor en el intestino del tamaño de una uva; se disolvió de un día para otro. A partir de ahí, Alani -a sus 12 años- dice acordarse de casi todas las 6360 sanaciones milagrosas que siguieron. Y ahora, si la disculpamos, hay cien personas esperando fuera.

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Cada lunes, cientos de personas con alguna enfermedad acuden, muchas desde muy lejos, a São Gonçalo, en Río de Janeiro, a ver a Alani. No pocas se desploman, superadas por la emoción

Es una tarde húmeda y calurosa en São Gonçalo, ciudad dormitorio en la periferia de Río de Janeiro. El padre de Alani, el pastor Adauto Santos, ha alquilado el gimnasio de un colegio para el acto de curación multitudinaria de hoy. A su movimiento religioso lo ha bautizado como Misión Internacional de los Milagros y en los carteles anuncia curar el cáncer, el zika, la adicción a las drogas y otros azotes de las clases bajas brasileñas. «Aquí se hacen milagros», es su eslogan.

Entre los pacientes rebosantes de esperanza se halla Elena, una mujer señalada por la muerte y que lleva en su cuerpo tumores acumulados durante 5 años de cáncer. También está Diumelia, una madre soltera a la que la diabetes le ha arrebatado la pierna izquierda. O Matheus, de 16 años, que hace 5 perdió la vista. Para ellos -todos sin acceso a un seguro médico-, Alani, «el ángel de Río», «la sanadora del Señor», es la última esperanza.

«Soy el instrumento de Dios», se define ella. Su padre es más concreto. Su hija es una versión infantil de Jesucristo, que también curaba a los leprosos. «La Biblia dice: basta con que creáis para que podáis obrar milagros vosotros mismos -recita-. Yo también he curado, pero Alani ha ido mucho más lejos. Empezó muy pronto. Ya ha realizado una curación masiva ante 4000 personas en Brasilia», explica el padre, que habla de su hija en tercera persona: «A missionarinha», ‘la misionerita’.

Una elección divina

Alani es una niña muy inteligente que lleva una doble vida agotadora. Escuela privada, inglés y deporte por un lado. Predicar, ir a programas de radio y practicar curaciones a través de Skype por el otro. «Ya llevo tiempo en esto -dice con aire de veterana-. Y no fue elección mía, sino divina». Ante la pregunta: «¿Te ves como la sucesora de Jesús, como dice tu padre?», duda un instante. Su padre se apresura a intervenir: «El propio Jesús dijo: ‘Haréis obras más grandes que yo’». Pero Alani ¿qué piensa? «No lo sé», responde al final, inquieta.

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A Daniel Pentecoste, de 15 años, le gusta rezar por la castidad de sus seguidoras; aquí durante uno de los tres días de actos en la Misisón Asamblea de Dios, al norte de Brasil

Los autoproclamados sanadores milagrosos siempre han formado parte del panorama brasileño contemporáneo, solo que ahora son cada vez más jóvenes. Los niños se han convertido en el recurso de moda de las diferentes Iglesias a la conquista de nuevas almas. Según sus defensores, reciben de Dios sus habilidades sobrenaturales cuando están en la cuna. Los críticos replican que, en tiempos de estrellas y modelos infantiles, los estafadores han encontrado un nicho sin explotar.

El ciego Matheus ha llegado desde la favela de Salgueiro, sorteando montañas de basura y socavones, para asistir al acto. El doctor le dijo que nunca recuperará la vista tras sufrir una meningitis. Pero no quiere aceptarlo. Durante cuatro meses suplicó a su madre que le permitiera acudir donde la missionarinha.

El padre de Alani sube al escenario vestido con traje y corbata. Fue vendedor de coches antes de descubrir a Dios y convertirse en pastor de su Iglesia de los milagros. Una a una, presenta a varias personas, que se pasan el micrófono mientras juran haber sido sanadas por Alani, «sin operaciones; las enfermedades desaparecen en el momento del contacto». Luego mira a la gente en la sala y pregunta quién, en nombre del Señor, necesita ayuda. Docenas de personas levantan la mano.

En plena crisis económica en Brasil, los niños se han convertido en el recurso de moda de las Iglesias a la conquista de nuevas almas

El pastor Adauto dirige el acto como un presentador de televisión. Con aire jovial, pasa el brazo por los hombros de los enfermos y pregunta. «Así que tienes cáncer, Elena». «Sí». «Y los médicos te han dicho que hay que operarte». «Sí». «Pero tú no tienes dinero». «No». «Por favor, missionarinha, procede».

Alani sube al escenario con un vestido negro y la larga melena morena suelta. La música se torna más dramática, es la señal para que el Espíritu Santo entre en el gimnasio. La sanadora se acerca a los enfermos, coloca la mano en su cabeza y luego sobre los órganos afectados, también sobre los ojos de Matheus. Les sopla suavemente en la cara -eso hace que Jesús actúe a través de ella, explica-, los pacientes se tambalean y caen sumidos en un trance sujetados por unos asistentes con aspecto de porteros de discoteca.

¡Alani es grande!

«¡Aleluya!», gritan los ayudantes. «¡Dios está aquí! ¡Alani es grande!». La propia Alani observa la escena con aire de timidez. Sus manos juegan con el dobladillo del vestido. Por un instante es lo que es. una niña de 12 años.

Al cabo de unos minutos, los ayudantes sacan a los pacientes de su sueño. «Bueno, dinos, ¿cómo ha ido?», pregunta el pastor Adauto. «He sentido algo caliente, algo que caía sobre mí», responde Elena. «¿Y tu tumor? ¿Crees que estás curada?». «No lo sé, espero que sí». «¿Quién te ha curado?». «Jesús».

La multitud estalla en júbilo. El ciego Matheus intenta ver, pero no funciona. «Hay que creer con fervor -asegura Adauto-. Traed más gente necesitada -demanda a la multitud-. Y otra cosa: no recibimos ayuda del Estado por nuestras obras. Si podéis aportar dinero, entregadlo».

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Víctor Gabriel, de 17 años, actuó por primera vez a los 9. Es uno más del millar de sanadores infantiles que, según se estima, predican actualmente por Brasil

En cuestiones de religión, Brasil es un país de infinitas posibilidades. De Europa llegaron los católicos; de las selvas tropicales, las religiones naturales; de África, la macumba; y de Estados Unidos, los evangélicos. Entre todos han dado lugar a un sincretismo único y las Iglesias como la de Alani están desplazando al catolicismo de su posición dominante. Brasil sigue siendo el país con más católicos del mundo, pero hoy solo el 60 por ciento de la población profesa esta fe, cuando hace apenas 25 años superaba el 83 por ciento.

Tras la ceremonia de curación, el pastor Adauto nos pide que lo acompañemos a su despacho. De la pared cuelgan testimonios de sus pasadas «cruzadas de los milagros», como llama a sus giras. Tiene pacientes de Italia, Georgia o Japón y recibe peticiones de entrevistas de medios de todo el mundo. «Antes de contestar, hago mi propia investigación -dice, y añade con tonillo amenazador-: También lo he hecho con ustedes».

El Gobierno cree que los milagros son una forma de explotación infantil. «Mi hija solo cura una vez por semana», rebate un padre

Ha tenido malas experiencias con los europeos, son personas escépticas, afirma. El Ministerio de Trabajo también les ha dado problemas; cree que los milagros de Alani son una forma de explotación infantil. Pero la niña -argumenta- solo hace curaciones una vez por semana. Y los miércoles solo lee el futuro.

Hace un tiempo, tras ser acusado de usar a su hija con fines económicos, dejó a Alani unos meses sin actuar. «Lloraba sin parar, se puso enferma y se negó a comer hasta que la dejamos volver a curar. Es su vocación divina. No podemos privar a la humanidad de ella».

Seis semanas más tarde, el ciego Matheus sigue sin ver. «Alani dice que basta creer firmemente, y yo creo», dice con una decepción que rompe el corazón. Se pasa el día rezando. «¿No conocerán a otros sanadores? -pregunta-. Quiero intentarlo todo».

Matheus evidencia la sangrante crisis económica y social que atraviesa Brasil; una muestra de cómo, ante la desesperación, la gente se vuelve hacia curanderos, charlatanes y demagogos. No en vano los predicadores infantiles proliferan hoy por todo Brasil.

Daniel Pentecoste, un chico de 15 años, de Curitiba, vendría a ser el número dos de la clasificación nacional, por detrás de Alani. Comparado con ella, comenzó más bien tarde. ya había nacido. Tenía 4 años cuando empezó. «Predicaba antes de saber leer -asegura-. He llegado a predicar ante 60.000 personas».

Sacar partido a la infancia

Su familia vive de la venta de CD y de las colectas. «Queremos abrir un canal de televisión», explica su padre, que dejó una vida de empresario para predicar con su hijo. Pero deben darse prisa. A sus 15 años, Daniel está perdiendo su marca distintiva, su carácter infantil.

Cuando termina el acto, un enjambre de chicas rodea al profeta. «Rezo por vosotras», les dice. Por su virginidad. Luego se sienta en un sofá con un compañero de fe y ofrece una selección de sus vídeos. «Más de un millón de visitas en YouTube», dice de uno de sus sermones. Ha elegido el nombre artístico de Daniel Pentecoste para que lo ayude a dar el salto internacional. «Acabamos de reclutar a una congresista como mánager», anuncia el padre.

Iglesias como estas están desplazando al catolicismo en Brasil, el país con más católicos de todo el planeta

Al conocer el caso de Matheus, Daniel acepta al instante hacerse cargo de su curación. «Jesús me ha elegido para transmitir sus mensajes divinos -dice-. Y cura a través de mí». Daniel reza por el ciego Matheus y también por el periodista. «Tú también puedes curar si te entregas a Dios», dice a modo de despedida.

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Padre, mánager y pastor. Adauto Santos bendice a su hija Alani, de 12 años, antes de la sesión de curaciones que esta va a realizar en su iglesia de São Gonçalo

Meses más tarde, Elena, la ‘paciente’ de Alani con varios tumores, ha muerto. Matheus, el ciego de 16 años, sigue sin ver. La missionarinha no tiene mucho que añadir. «Matheus solo tiene que creer. Lleva su tiempo. Hay curaciones inmediatas y curaciones graduales», comenta Alani, que de mayor, cuenta, quiere ser médica. Algo llamativo, ya que, por lo que vende su Iglesia, sus curaciones son mucho más efectivas que la medicina. «Jo, bueno… Creo que quiero ser médica, eso es todo», zanja.

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