El islote colombiano de Santa cruz, anclado en el océano Atlántico, mide solo una hectárea y puede llegar a tener 1.247 habitantes en algunas épocas del año.
Sus 1247 habitantes se apiñan en 97 precarias casas 12 personas por vivienda diseminadas en una hectárea: una manzana de cualquier barrio. Tal es la densidad del islote de Santa Cruz, al suroeste de Cartagena de Indias, que solo existe una calle del ancho normal pero de apenas 15 metros de largo. Es la calle del Adiós. En ella están la escuela y el puesto de salud, levantado sobre un tanque en el que se almacena el agua traída del continente. Cada familia recolecta a su vez en albercas el agua de la lluvia.
Hay 100 niños escolarizados en la única escuela de la isla. El patio del recreo es la única calle del pueblo.
El resto de vías son estrechos callejones que forman un laberinto en los que se arman fogones de leña para economizar el gas en las estufas (aunque se puede llegar a los 35 grados). No existe ningún parque y la gente se reúne en quioscos como el de los Perros, en el que hay una caja de madera pegada a un palo y, dentro, un móvil. Tiene dueño, pero se reciben llamadas para todos los habitantes. Tampoco hay cancha de fútbol ni cementerio, situados ambos en la isla de enfrente, Tintipán. El desfile mortuorio se hace por el mar. Y su inspector de Policía se encarga, sobre todo, de repartir el agua que llega de Cartagena.
La principal actividad es la pesca. Aunque desde hace 10 años, la construcción es un sector más de su economía. Crecer hacia arriba, construyendo nuevos pisos, es la única forma que los isleños tienen de asumir su propio crecimiento demográfico.