Marie Curie ha sido la investigadora más importante de la historia, pero no la única. Pese a trabajar durante mucho tiempo a la sombra de sus colegas varones y, generalmente, en peores condiciones, otras mujeres consiguieron importantes hitos científicos. El libro «Las damas del laboratorio», de María José Casado, las rescata del olvido.
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Marie Curie: Física. Polonia. 1867-1934. Fue Nobel por un desengaño Su aportación a la ciencia el radio y la radiactividad
Curie reveló las propiedades del radio, la sustancia radiactiva más potente que se conoce. La polaca Marie Klodowska no es sólo la mujer que descubrió el radio y la primera que recibió dos premios Nobel (Química y Física). También es quien, con su trabajo, rompió el muro de invisibilidad que se ha cernido a lo largo de la historia sobre las científicas. Marie nació en Varsovia en 1867, cuando la ciudad polaca estaba invadida por los rusos. Las penurias económicas de su familia la obligaron a ganarse la vida desde bien joven. A los 19 años, mientras trabajaba como institutriz en una casa y ahorraba para pagarse los estudios, se produjo un hecho que cambiaría su vida: Casimir, el hijo mayor de la familia, se enamoró de Marie, y ella lo correspondió. Pero los Zorawski la veían poca cosa para su hijo y la rechazaron. Humillada, Marie se trasladó a París a estudiar Ciencias Físicas en la Sorbona. Allí, en una buhardilla de Barrio Latino se dejó los ojos hasta obtener el número uno de su promoción. Al acabar la carrera, se casó con otro prometedor científico, Pierre Curie, con el que formó un tándem perfecto. Juntos investigaron la radiación del uranio (una propiedad que llamaron radiactividad), trabajaron para saber si otros minerales la emitían, determinaron que sólo el torio lo hace y lograron aislar dos nuevos elementos radiactivos, el polonio y el radio. Toda esta investigación, realizada en tres lustros, le vale sus dos Nobel y revela al mundo los peligros de la radiactividad. En 1934, casi un cuarto de siglo después de su segundo premio, su médula, arrasada por la radiación, deja de fabricar glóbulos rojos y una anemia perniciosa acaba con ella.
Mary Somerville: Matemática. Escocia. 1780-1872. Puso en papel toda la ciencia Su aportación a la ciencia se adelantó a la fotografía, Además de escribir cuatro libros matemáticos, Somerville estudió la acción del Sol sobre el cloruro de plata; fue el anticipo de la fotografía.
Dos matrimonios y cuatro hijos no impidieron que se convirtiera en «la mujer más extraordinaria de Europa», como la definió David Brewster. Su vida desahogada y su contacto con los intelectuales de la Edinburgh Review, le permitieron publicar artículos, libros y vivir en el ojo del huracán la ciencia de su tiempo. Su aportación fueron cuatro obras (El mecanismo de los cielos, Geografía física, La conexión de las ciencias físicas y Ciencia molecular y microscópica) que ofrecían una comprensión profunda y global de la ciencia del siglo XVIII.
Mary Leakey: halló los primeros pasos humanos Antropóloga. Gran Bretaña. 1913-1986. Su aportación a la ciencia las huellas de «laetoli» El trabajo de Leaky saca a la luz las huellas fósiles de tres homínidos que, hace 3,5 millones de años, ya caminaban erguidos y con las manos libres: el mayor avance de la humanidad.
La vida errante de su padre, un pintor inglés que pasaba los inviernos en el Mediterráneo, le impidió ir a la escuela y matricularse en Arqueología en la universidad, como ella deseaba. Pero con resolución, unos cursos en el University College y sus dotes para el dibujo, a los 26 años Mary cumplió su sueño y se convirtió en ayudante de una excavación arqueológica. Allí conoció al antropólogo Louis Leakey. Fue un flechazo instantáneo, que provocó el sonoro divorcio de Louis, ya casado. La pareja huyó de Londres y del escándalo y se instaló en Kenia, en un yacimiento del Neolítico, justo cuando África se pone de moda en Occidente: los ricos comenzaban a ir de safari y Holly-wood rodaba películas como Mogambo. El trabajo de los Leakey dió sus frutos: primero, tres hijos (Jonathan, Deborah y Richard) y, después, el hallazgo del Zinjanthopus, un antepasado humano de 1,75 millones de años de antigüedad. Pero se divorciaron y el equipo se dividió. Louis vuelve a Londres y Mary, por su cuenta, continúa con las excavaciones, en Tanzania, donde descubre las huellas de Laetoli: el primer testimonio de homínidos que caminaban erguidos.
L. Meitner: abrió la era atómica Su aportación a la ciencia la fisión nuclear. Descubrió que, al bombardear con neutrones el núcleo del uranio, éste se dividía en dos, kriptón y bario.
Durante un paseo por la nieve con su sobrino Otto Fritz, Lise Meitner encontró la respuesta a la pregunta que los físicos de medio mundo se hacían a finales de los años 30: ¿por qué cuándo se bombardea con neutrones un núcleo de uranio no se crea un elemento químico con un número atómico más alto? La respuesta, para ella, se hace evidente: porque el núcleo del uranio se divide en dos y libera, en ese proceso, una gran cantidad de energía. Así, con un simple paseo, Meitner descubrió, en 1938, la fisión nuclear e inauguró la era atómica. Pero antes de tener esa visión, esta científica nacida en Viena ya había cobrado fama al descubrir con su colega Otto Hahn un nuevo elemento químico, el proactinio. Vivió la edad de oro de la física, colaboró con Max Planck y Albert Einstein y, aunque durante la Primera Guerra Mundial recibió una propuesta de matrimonio, nunca se casó, quizá porque hubiera supuesto abandonar la investigación, que era el motor de su vida. Tras el descubrimiento de la fisión, cuando en el mundo estaba a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. consiguió la reacción cadena y la bomba atómica. Y aunque ella se negó a tomar parte en estos experimentos, muchos le colgaron el sambenito de «la madre de la bomba». Mientras, en Europa, su colaborador Otto Hahn recibía el Nobel por el descubrimiento de la fisión. Hahn se atribuyó todo el éxito y negó la autoría de Lise en el descubrimiento, primero con el pretexto de que ella era judía y después para no compartir «su» Nobel.
Sonia Kovalevskaya: reinventó la matemática. Matemática. Rusia. 1850-1891. su aportación a la ciencia rectificó a Laplace En 1885 afirmó que los anillos de Saturno eran de hielo y roca y que eran ovales. Esta hipótesis se confirmó poco después.
Hay quien asegura que el sueco Alfred Nobel no dio un premio para las Matemáticas por celos, porque esta mujer prefirió al matemático sueco Mittag-Leffler antes que a él. No parece que sea cierto, pero sí es verdad que Nobel admiraba en todos los sentidos a esta matemática de privilegiado cerebro. Cuando no era más que una adolescente, ya dedujo por sí sola el concepto de «seno» con los mismos pasos que dieron los antiguos, y a los 13 años se enamoró platónicamente de Dovstoievski, que dirigía el periódico La Época. Pero su gran amor fueron los números; tanto, que se casó por conveniencia, para salir de Rusia y estudiar en Alemania. Allí logró el imposible: ser alumna del famoso Weierstrass, quien la probó con problemas endiablados. Llegó a ser doctora en Matemáticas y la primera profesora de la Universidad de Estocolmo. Su fama fue creciendo, como los admiradores de la ya entonces joven viuda, dedicada a la enseñanza, a su hija, Fufa, y a la investigación. Formuló la teoría de Cauchy-Kovalevsky y por un trabajo de física clásica obtuvo el premio Bordin de la Academia de Ciencias de Francia.
Españolas que conquistaron las matemáticas
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