Una exposición en la Fundación Mapfre revisa la influencia que ejerció el francés André Derain sobre la pintura de Balthus y Alberto Giacometti. Por Suzana Mihalic
El autor: André Derain (Chatou, 1880- Garches, 1954)
La modernidad y el pasado
Militó en el fauvismo, el movimiento que propugnaba un arte basado en los colores puros y brillantes. Pero tras su participación en la Primera Guerra Mundial derivó hacia un estilo más realista y clásico, aunque permaneció en él la búsqueda de la modernidad: en el último periodo de su trayectoria se aprecia la influencia del arte bizantino, por ejemplo. Esta confluencia en Derain de lo nuevo y el pasado fascinó a sus amigos Balthus y Giacometti y marcó sus trabajos.
1. La composición: piramidal
Este óleo de grandes dimensiones, pintado en 1939, está estructurado en una composición piramidal. Las figuras forman un grupo al estilo renacentista, como en el género de las ‘sagradas familias’. Derain crea un alzado con diferentes focos de atención que el espectador recorre en vertical, pero que a medio camino se interrumpe con un corte en horizontal provocado por la mesa blanca.
2. El pintor: en plena acción
El centro de atención de la obra lo ocupa el pintor en plena acción, impregnando su pincel en la pintura para luego llevarla al lienzo. Se apoya en un taburete que queda oculto. La mirada del artista no se detiene en su obra; si la seguimos en línea recta, vemos que sus ojos reposan sobre el loro, puede que lo esté retratando o quizá su presencia esté interrumpiendo su concentración.
3. Las protagonistas: mujeres reales
André Derain incluye en esta escena a varias mujeres de su familia. Se trata de personajes reales. En un primer plano se ve a su esposa, Alice Princet, que está leyendo un libro. Detrás del pintor aparece su sobrina Geneviève de pie sujetando en sus brazos a un perro pequeño. Y al fondo, tras la joven, Suzanne Géry -la madre de Geneviève y hermana de Alice- entra en la estancia con una bandeja sobre la que hay dos vasos y una jarra.
4. La luz: para apuntar a su musa
El rostro más iluminado y que más atención atrae, quizá incluso más que el del propio artista, es el de Geneviève. Con pocas pinceladas y superficies planas logra resaltar su pureza en un rostro bello y joven. Los expertos sugieren que su ubicación, detrás del artista, significa que ella era el espíritu que lo guiaba y su musa. El perro, que en el Renacimiento representaba la fidelidad, subraya esta teoría.
5. Color: más discreto
Cuando pintó esta obra, André Derain ya había dejado atrás su periodo fauvista, pero sigue manteniendo una gran cantidad de contrastes entre colores. No son tan intensos como antaño y predomina el marrón, junto con un verde mate y el blanco del mantel. Esta armonía se interrumpe con dos colores vivos: uno es el rojo del bodegón de frutas, que está en el centro de la mesa; el otro es el intenso azul del plumaje del ave.
6. Los animales: símbolos
En su casa en Chambourcy, a las afueras de París, Derain tenía muchos animales, hasta patos, gansos y un pavo real. Los incluye como elementos simbólicos. En el primer plano del cuadro aparece un pavo majestuoso, como representación de la belleza, la gloria, la inmortalidad y la sabiduría. El pequeño gato atigrado, que era mascota de la familia, simboliza los conocimientos arcanos y las fuerzas misteriosas.
PARA SABER MÁS
Fundación Mapfre. Derain, Balthus, Giacometti. Una amistad entre artistas. Hasta el 6 de mayo. Paseo de Recoletos, 23. Madrid.