Rafael, un genio en el Vaticano
Un año antes de morir, el artista culminó las logias, una de las obras maestras del Vaticano. Por Fernando Goitia
• El oro oculto de la Capilla Sixtina
«Aquí yace Rafael. Mientras vivió, la naturaleza se vio a sí misma vencida. Ahora que está muerto, ella también teme morir.» Pocos epitafios en la historia han sido tan certeros como éste, grabado sobre la tumba de Rafael Sanzio, en el romano Panteón de Agripa.
Nacido en Urbino en 1483, Rafael falleció el mismo día que cumplía 37 años debido, según Giorgio Vasari, el gran cronista de la época, a sus excesos sexuales. Al parecer, tras una noche de amoríos, el artista, casado con la sobrina de un cardenal, sintió unas intensas fiebres. «No confesando el exceso que se lo provocó relata Vasari, los médicos creyeron que era una insolación y lo sangraron, cuando menos falta le hacía, para recuperarse de aquella debilidad.» A Rafael, apenas le quedó tiempo para hacer testamento y confesar sus pecados antes de morir.
Meses antes de esa muerte, el escritor Baldassarre Castiglione dejó anotadas estas palabras en una misiva privada: «Acaba de terminarse una logia [en italiano loggia significa soportal] decorada con pinturas de estilo antiguo, obra de Rafael, tan bella como pueda imaginarse». Cinco siglos después de aquel primer elogio, la belga Nicole Dacos, la mayor especialista actual en el genio de Urbino, publicó el último: Rafael. Las logias del Vaticano [Lunwerg]. En el libro, resultado de 30 años de investigaciones y de una exhaustiva campaña fotográfica, Dacos analizaba el conjunto a conciencia y ofrecía el texto definitivo sobre el artista que a punto estuvo de ser nombrado cardenal por León X. Según refiere Vasari, acabada la sala en la que trabajaba, «en recompensa por el cansancio y su virtud», el Papa tenía pensado concederle el birrete rojo.
El papa Julio II quería enlazar su poder con el pasado esplendor romano. Así, Rafael se inspiró en la Domus Aurea, el palacio de Nerón
Hoy, la vista de las logias, a la derecha de la basílica de San Pedro, emergiendo sobre la columnata de Bernini, es bien diferente de la que se podía contemplar a su término, en 1519. Antes de que las tres plantas fueran acristaladas en el XIX, la luz penetraba sobre el conjunto, subrayando el relieve de cada elemento.
Aquí sentados, los Papas disfrutaron durante siglos de una de las mejores vistas de Roma, como mostró Joseph Turner en 1820 con su lienzo Roma vista desde las logias de Rafael [Tate Gallery]. El triple pórtico, incluso, daba entonces a un jardín y no a un patio pavimentado como ahora. Ese carácter menos ceremonioso del lugar permitió al artista diseñar una decoración en la que, junto a los temas religiosos, desarrolló un componente más lúdico y amable a base de grutescos, donde se mezclan plantas, pájaros, diablillos, bichas, sabandijas, quimeras, frutas, candelabros… «Rafael consiguió una sorprendente unidad entre la decoración pagana y las historias religiosas», sostiene Dacos.
‘Roma vista desde las logias de Rafael’, de Josep Turner, 1820
Cuando, con 31 años, Rafael presentó su proyecto a León X, tras la muerte de su paisano Bramante -protector del joven artista de Urbino en Roma-, el Papa quedó tan complacido que al momento lo nombró arquitecto de los palacios pontificios. Rafael prosiguió así la obra iniciada por su maestro y dirigió la decoración de la galería central, que acabaría siendo la parte más destacada del edificio. Durante su ejercicio, Bramante había multiplicado en sus creaciones las referencias a la Antigüedad, adecuándose al marco de la política imperial inaugurada por Julio II, deseoso de enlazar el poder religioso con el pasado esplendor romano. Siguiendo la senda trazada por Bramante, Rafael aprovechó el inmenso repertorio que la eclosión de las excavaciones en Roma estaba permitiendo reunir para encontrar inspiración.
Antes de que fueran acristaladas, la luz penetraba sobre todo el conjunto. Desde aquí, los Papas disfrutaban de una de las mejores vistas de Roma
Desde su llegada a la ciudad en 1508 relata Dacos, el de Urbino había estudiado a fondo la escultura de la Antigüedad. «Al recibir el encargo de las logias, integró el de la pintura, tomando como referente la de los techos de las ruinas de la Domus Aurea.» Esto es, el fastuoso palacio de Nerón redescubierto en el Renacimiento, que Trajano mandó enterrar para borrar el infausto recuerdo de aquel emperador. En su libro, Dacos examina a fondo los aspectos decorativos de las logias, descubriendo que Rafael no sólo se inspiró en los grutescos de las bóvedas de aquel edificio, sino que «recurrió a muchas otras fuentes antiguas, entre ellas diversos relieves y esculturas de bulto redondo».
Otra circunstancia notable en la obra fue el influjo de Miguel Ángel Buonarroti y los frescos que había concluido dos años antes en la capilla Sixtina. Las 52 escenas de la Biblia que se extienden a lo largo de las 13 bóvedas de las logias son la respuesta artística de Rafael- a su archienemigo -el solitario Buonarroti siempre menospreció al joven, apuesto y popular Rafael, reinterpretando la mayor parte de los temas del Génesis de la Sixtina. Donde el genio de Caprese relata pasajes escabrosos y sangrientos, el de Urbino presenta una narración sin dramas y un Dios tranquilizador que apoya constantemente a su pueblo.
De las 52 escenas de la Biblia, Rafael sólo debió de realizar los primeros dibujos preparatorios, esbozos de los que no se ha conservado ninguno.
Aunque las logias lleven su nombre, la ejecución de la obra no corrió a cargo de Rafael, sino de la amplia legión de discípulos que el artista reunió en torno a si en Roma. Nicole Dacos afirma que «contrariamente a opiniones que le atribuían todos los dibujos preparatorios de las escenas de la Biblia, Rafael sólo debió de realizar los primeros proyectos, esbozos de los que no se conserva ninguno.
«En Roma -concede la investigadora belga-, Rafael consiguió algo casi imposible, delegar su arte en sus pupilos». Entre ellos, según ha descubierto Dacos, además de los ya conocidos Giulio Romano o Giovanni Francesco Penni figuran los españoles Alonso Berruguete y Pedro Machuca: «Durante su viaje de aprendizaje ambos frecuentaron a los italianos, que eran la vanguardia, entre ellos a Rafael, asimilando la cultura de las logias».
Berruguete y Machuca son apenas dos de los 16 artistas que, según Dacos, intervinieron en los frescos de la Biblia, para los que Rafael se inspiró en gran medida en las pinturas y los mosaicos paleocristianos y medievales.
La obra, añade Dacos, debió de ser concebida con la ayuda de un teólogo o un humanista de la corte pontificia. «La importancia que se concede a Moisés no puede ser fruto del azar: el Papa quiso poner en evidencia no al guerrero, que habría evocado a Julio II [su predecesor], sino al patriarca como campeón de la fe con el que se le comparaba -subraya-. El lugar que se concede a Salomón y el hecho de ilustrar en la última bóveda escenas del Nuevo Testamento son también insólitas y parecen tener una relación directa con la personalidad de León X, que alardeaba de Rex pacificus, título que se da a Salomón y a Cristo. Toda la serie se presenta como una canción de gesta de una extrema claridad, salpicada de elogios a León X en forma de metáforas.»
Por su ligereza y su claridad, las logias alcanzaron el apogeo de su éxito en el último cuarto del siglo XVIII, gracias a los bellos grabados de Ottaviani y Volpato, que difundieron su gusto en todas las cortes de Europa. Hoy en día siguen considerándose como el conjunto ornamental que ha dejado una huella más profunda en el arte de Occidente.