EL ‘Guernica’, mucho más que un cuadro
Nació tras el bombardeo más sangriento de la guerra civil española. Una de las obras cumbre de la pintura española, el ‘Guernica’ de Picasso, que simboliza el rechazo del autor a los horrores de la guerra civil. R. P./Fotos: Cordon Press
Su origen se remonta a principios de 1937, cuando Picasso, ya un artista reconocido, aceptó el encargo de pintar un mural para el pabellón de la república en la Exposición Universal de París. El Gobierno quería aprovechar esa ocasión como plataforma propagandística, uniendo a las máximas figuras de la cultura española como muestra de la dignidad de la república en medio de una guerra que había empezado el verano anterior.
El lienzo, de 3,51 por 7,82 metros, estaba ya preparado en el estudio parisino del pintor, pero las semanas pasaban y él seguía en blanco. Las noticias de la salvaje destrucción abrieron su creatividad. Los primeros bocetos surgieron el 1 de mayo. Un remolino de indignación y rabia se desplegó sobre la tela. A mediados de junio estaba terminado y se trasladó al pabellón español. Sin embargo, el cuadro tuvo una primera acogida bastante fría. Se dijo que era oscuro, difícil y enigmático. A pesar de su poco éxito inicial, el Gobierno y el propio Picasso creían que, tras la muestra, podría ser usado para animar a la comunidad internacional a abandonar su política de no intervención y para apoyar la república.
Entre enero y abril de 1938 recorrió ciudades escandinavas y llegó a Londres en septiembre de 1938. Madrid cayó en marzo de 1939. Aun así, Picasso pensó que el lienzo debía viajar a EE.UU. para recaudar donativos para los refugiados que cruzaban los Pirineos. Tres semanas después del fin de la guerra, el Guernica partió hacia Nueva York acompañado por el presidente del Gobierno en el exilio, Juan Negrín. Tras recorrer varias ciudades estadounidenses llegó al MOMA de Nueva York en noviembre de 1939. La Segunda Guerra Mundial acababa de comenzar y el panorama en Europa era tan preocupante que Picasso decidió que el museo custodiara el cuadro hasta que la situación mejorara. Pero el Guernica pasaría allí cuatro décadas.
Esta nueva etapa tampoco estuvo libre de problemas. En medio de la guerra fría y de la paranoia anticomunista de EE.UU., Picasso se afilió al Partido Comunista en 1944. Tildado de subversivo, muchos de sus cuadros fueron retirados de los edificios públicos estadounidenses. Del texto explicativo del Guernica en el MOMA se eliminaron las referencias a Franco y a la guerra civil, hecho que contribuyó a la universalización de su mensaje, a que su horror fuera también el de todas las ciudades arrasadas durante la Guerra Mundial. En la Unión Soviética se le criticaba como productor de «arte decadente burgués». Françoise Guilot, compañera de Picasso entre 1945 y 1953, lo resumió así: «En Rusia odiaban su obra, pero les gustaba su política. En EE.UU. odiaban su política, pero les gustaba su obra». Afortunadamente, durante la caza de brujas, el Guernica estuvo algunos años de gira por varios países y no regresó al MOMA hasta 1957.
La vuelta al museo neoyorquino volvió a plantear la cuestión del futuro del cuadro. Para Picasso, seguía representando un rechazo al régimen de Franco y estaba bien donde estaba: «Gracias al Guernica puedo hacer cada día una declaración política en medio de Nueva York». A esto se unió la constatación de que el estado de salud de la pintura era precario. Su gran tamaño y los constantes desplazamientos eran la causa de este deterioro. Cada vez que se trasladaba, había que tumbarlo, desclavarlo del bastidor, enrollarlo en un cilindro y embalarlo. Habían surgido grietas y las distintas capas de pintura, fruto de las correcciones que Picasso hizo, respondían a los cambios de humedad y temperatura, abombándose y encogiéndose alternativamente. Se restauró, pero los expertos desaconsejaron que saliera de gira. Picasso decidió que se quedara en el MOMA.
En 1960 se inauguró una muestra del pintor en Barcelona y en 1963 se abrió allí el Museo Picasso. Por entonces se dieron las primeras gestiones para el retorno del cuadro, que se limitaron a tanteos previos. En aquellos días se publicó la primera reproducción oficial del Guernica en El Alcázar, que aseguró: «El cuadro forma parte de nuestro patrimonio cultural y debería estar en España como prueba del final definitivo de las diferencias suscitadas por el conflicto bélico». Para frenar los rumores de su repatriación, un anciano Picasso declaró que el cuadro debía quedar en el MOMA hasta que en España se restablecieran las libertades y que cualquier decisión debía contar con Roland Dumas, su abogado.
El artista murió el 8 de abril de 1973 en Mouguins, Francia, a los 92 años, y lo hizo sin poder volver a su país. Dos años después murió Franco. Comenzó la transición, y el Guernica pasó a ocupar un lugar destacado en la política española. De alguna forma, su retorno certificaría el triunfo de la democracia. El lienzo retomó con fuerza su condición de símbolo.
El 26 de abril de 1977, en el 40 aniversario del bombardeo, una reproducción del cuadro se instaló en Guernica. Se inició entonces una última y apasionante etapa marcada por declaraciones cruzadas, discretas negociaciones y rumores. William Rubin, del museo neoyorquino, anunció que estaban dispuestos a entregarlo tan pronto como Jacqueline Roque, última esposa del pintor, decidiera que España estaba preparada para recibirlo. El abogado Roland Dumas no tardó en recordar que esa decisión era suya, aunque tendría en cuenta la opinión de la familia. A esto se unió la cuestión del emplazamiento. El Prado, que había parecido siempre el destino lógico, no reunía las condiciones necesarias. Guernica y Barcelona también lo reclamaban.
El 19 de julio de 1979, el presidente Adolfo Suárez se reunió con Roland Dumas y el acuerdo quedó cerrado. Pero las reticencias de Maya, hija del pintor, y el 23-F retrasaron aún más el traslado, que se produjo al fin el 10 de septiembre de 1981. Nada más aterrizar, Íñigo Cavero, ministro de Cultura, afirmó: «Es el último exiliado que regresa a España».