Jaume Plensa es uno de los principales escultores del mundo y el artista español más valorado. Durante estos meses de pandemia se ha refugiado en el dibujo y nos ha cedido uno de ellos en exclusiva para ilustrar la portada del número especial, ‘DesafíosXL’. Por María de la Peña Fernández-NESPRAL/ Fotografía: José Colón
Desde que triunfara en los años ochenta con sus esculturas de hierro fundido, Jaume Plensa (Barcelona, 1955) no ha parado de colonizar ciudades, países y continentes con su obra.
Monumentales ‘cabezas’; la mayoría, de niñas que invitan a la introspección o al silencio. La COVID-19 ha parado en gran medida el mundo del arte, pero no le ha impedido que estos meses hayan sido «muy fructíferos a nivel creativo», asegura. Ante la imposibilidad de hacer esculturas, se ha dedicado a dibujar.
«El arte tiene esa capacidad extraordinaria de tender puentes y no bombardearlos»
El dibujo que protagoniza la portada de este número especial nació durante los meses posteriores a la cuarentena, cuando el artista ya se pudo desplazar a su estudio. Allí, a las afueras de Barcelona, creó una serie de bellos dibujos que empezaron con unas caras y «se fueron complicando, ennegreciendo con unas esferas». Afirma que tiende a volver siempre y sin darse cuenta al círculo, porque está relacionado con la armonía de las esferas, «un mundo casi musical».
Ha dibujado los círculos con espray, pintura de coches a la que vierte disolvente encima para que se creen aguas, «como mundos velados». El resultado es lo más parecido a una acuarela, pues lo que le gusta es usar materiales pobres que acaban pareciendo ricos; como, por ejemplo, el betún de zapato, al que también recurre a menudo y que simula la tinta china.
El papel, salvador
La obra en papel ha sido un salvavidas en este momento de «resistencia más que de beneficios». Tenía un año extraordinario en proyectos por delante: la inauguración de varias de sus esculturas en San Petersburgo, en Los Ángeles, en Toronto, en Nueva York. Pero en especial «lo hubiera dado todo» por viajar a Míchigan (Estados Unidos), donde acaban de instalar sin su presencia Utopía, una pieza de mármol de cuatrocientas toneladas en la que llevaba trabajando dos años. «Es una frustración inimaginable perderse uno de los momentos más bonitos de mi trabajo». Las obras viajan sin él, «empiezan su propia vida, casi como un hijo», afirma el artista. «Ha sido un shock», prosigue.
Plensa quería ser médico de pequeño por su admiración por el cuerpo humano, cuya figura ha sido la inspiración última de su obra. Frente a la «extraordinaria» respuesta de la sociedad civil, vive desconcertado por la enconada batalla de los políticos. Para él es una vergüenza que no se entiendan entre sí. Por eso insiste en sus ‘cabezas’ con el signo del mutismo porque «el arte tiene esa capacidad extraordinaria de tender puentes y no bombardearlos».
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