El escultor Francisco Leiro, el artista gallego más internacional, nos guía en un apasionante viaje por la catedral de Santiago de Compostela, un recorrido personalísimo por la meta de miles de peregrinos. Por María de la Peña Fernández-Nespral/Fotografía: Carlos Carrión

• El misterio del maestro Mateo: el genial creador del pórtico de la Gloria

«He querido huir de los tópicos. Lo menos conocido puede ser igual de interesante», asegura Francisco Leiro mientras pasea la mirada por una catedral desierta a las diez de la mañana. «En un año santo como este no se podría ni entrar de la gente que habría. Pero ahora es el mejor momento para visitarla; en silencio», afirma emocionado.

Leiro (Cambados, Pontevedra, 1957) es escultor gracias a su abuelo paterno, tallista. «A mí me marcó. Yo quería hacer lo mismo que él», señala. La influencia de su abuelo y las visitas a iglesias y monasterios de Galicia, Asturias y Portugal fueron su alimento de niño. Volver a la catedral de Santiago es para él como «viajar en el tiempo diez siglos», pero también rememorar momentos que construyeron su infancia.

PÓRTICO DE LA GLORIA

En su afán por «resaltar lo menos evidente», Francisco Leiro quería evitar hacer una parada frente a esta maravilla románica del siglo XII creada por el maestro Mateo, pero resulta imposible pasear delante de esta obra maestra y no aludir a su belleza. «Esto es la Florencia del siglo XII. Es lo máximo del románico; está en transición hacia el gótico, pero sigue siendo románico», aclara.

Su mirada se detiene en las casi 200 figuras del pórtico, especialmente, en los músicos, cuyos instrumentos son hoy una referencia. «Su exquisita ejecución hace que casi escuches la música que están tocando. Incluso se ha demostrado que las posturas de los dedos corresponden con un momento musical», apostilla el artista.

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«Esto viene a ser como la Florencia del siglo XII. Aquí no se escatimaba en nada. Es lo máximo del románico».

«Cuando había obras en el pórtico, se podía subir a los andamios, y la figura de Jesús, que no parece tan grande desde aquí, impresionaba; mide unos tres metros. El maestro Mateo ideó el pórtico a modo de porche, con un gran arco, sin puertas que lo comunicaban con el exterior -comenta Leiro con ojos de águila, escudriñando cada detalle-. Fíjate en los componentes del granito, en la calidad de la piedra del apóstol, que parece mármol por la perfección de los pliegues. Esto es como la universidad de los canteros», recalca admirado.

«Esto es la Florencia del siglo XII. El maestro Mateo le dio movimiento a la piedra. Los pliegues del apóstol parecen mármol»

El artista repara en la figura del sonriente profeta Daniel, famoso porque la tradición cuenta que se estaba riendo de los pechos de Esther o la reina de Saba, que tiene enfrente, y hubo un obispo que mandó rebajarlos. «Es lo que dice la leyenda y me parece verosímil, pues los pechos sí están trabajados. De ahí que el pueblo de Santiago, como represalia, empezara a hacer los quesos con forma de ‘tetilla’. ¡Pero los pechos del queso de tetilla son más puntiagudos!», exclama Leiro.

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Columna de mármol del siglo XII.

En el Museo de la Catedral descansan numerosas piezas que formaron parte de la primitiva fachada románica de la Azabachería, derribada tras un incendio en el siglo XVIII. Allí estaba esta columna de mármol de fuste entorchado, obra del siglo XII. «Esto es como la universidad de los canteros», señala Leiro.

SANTO DOS CROQUES

Nada más traspasar el pórtico de la Gloria, en el reverso del conjunto y situada en la base de la columna del parteluz, puede verse una figura de rodillas que mira concentrada hacia el altar del apóstol Santiago. Se lo conoce como ‘santo dos Croques’.

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El escultor Francisco Leiro frente a la figura del ‘Santo dos Croques’.

La tradición asegura que es el maestro Mateo, y los peregrinos llevan siglos dándole golpes con sus cabezas para recibir algo de su genialidad. «Mi madre, de pequeño, me obligaba a darme cabezazos en la escultura del maestro Mateo para que me pasara bien la sabiduría de este. Como yo no sacaba buenas notas, mi madre insistía. Me ponía la mano en la nuca y me empujaba para que me diera sin miedo. Había que hacerse un ‘croque’ (‘coscorrón’) y acabar con la marca. A base de cabezazos acabé siendo escultor», prosigue.

EXCAVACIONES ARQUEOLÓGICAS

Leiro asegura que visitar Santiago y no ir a la catedral es como no estar en Santiago. «Como viajar a Madrid y no ir al Museo del Prado», sentencia. Pero, a pesar de lo mucho que ha visitado la basílica, hay un lugar al que nunca ha podido acceder: las excavaciones arqueológicas que fueron realizadas en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. «Las catacumbas de la catedral».

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Al bajar a la necrópolis, Leiro se emociona. Son las catacumbas de la catedral. «El aire está viciado y notas la condensación del agua. Aquí se aprecia mejor que está construida en una loma, cuesta abajo hacia poniente, como si vieras un barco descender»

Cerradas al público desde 2019, son uno de los lugares menos conocidos y su tesoro más antiguo, pues sacaron a la luz varias etapas históricas de la catedral. Bajando las escaleras, Leiro no puede disimular su excitación. «Tengo la sensación de entrar en un sitio que ha estado cerrado diez siglos. El aire está viciado y notas la condensación del agua», afirma ante la expectación de ver tumbas de la época romana. Al canónigo que lo acompaña le interroga sobre el origen de lápidas y restos óseos: «¿De quién son esos huesos?». El hombre contesta que en el futuro se conocerá su origen y a lo que se dedicaban los que están en las tumbas por el tipo de alimentación, a través del estudio de las muelas.  «La necrópolis ha ido creciendo a medida que aparecían más restos. Es una zona de enterramiento de gente sencilla, como los peregrinos. Los restos humanos son de alrededor del siglo XI», comenta.

«Tengo la sensación de entrar en un sitio cerrado durante diez siglos», comenta al bajar a la necrópolis

Lleno de curiosidad, Leiro avanza hacia el fondo de las excavaciones, lo que correspondería al altar mayor de la catedral, la antigua entrada de la basílica de Alfonso III. «Solo pensar que por aquí pasaron tantos peregrinos para entrar a la iglesia primitiva es conmovedor -afirma-. ¡Qué sensación! Valió la pena. Ahora entiendo mejor que la catedral esté construida en una loma, cuesta abajo, hacia poniente, como si vieras un barco descender», recalca.

CAPILLA DE LAS RELIQUIAS

«A este espacio le tengo mucho cariño porque con seis o siete años vine con mi abuelo tallista. Recuerdo que no pudimos entrar en la capilla y la vimos desde fuera. La tenían cerrada con unas verjas. Mi abuelo me decía: ‘Huele, huele’, porque el cedro huele mucho. Seguramente, al estar cerrada, se concentraba el olor de la madera del retablo. Es el mismo olor de las antiguas cajas de puros o de las viejas arcas para guardar la ropa, porque el cedro tiene un aroma que mata las polillas.

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«A la capilla de las reliquias le tengo mucho cariño porque de niño me trajo mi abuelo tallista. La capilla se llama así por el famoso ‘pío latrocinio’ de Diego de Gelmírez, arzobispo de Santiago que se fue a Braga, donde robó varias reliquias y se las trajo».

Recuerdo esa sensación y admirar el retablo de cedro. Esta capilla es también panteón de reyes. Aquí están enterrados los reyes de León y Galicia. Lo interesante, además de la factura espléndida que tienen, es lo original de sus posturas. Están todos mirando al espectador, en posición de estar dormidos, arropándose con la mano. Si colocas el teléfono en su oreja, podrían estar manteniendo una conversación….».

SALÓN DE CEREMONIAS DEL PALACIO GELMÍREZ

«La leyenda cuenta que en esta monumental sala está la primera representación de las empanadas gallegas. Toda la decoración es profana y representa un banquete real, poniendo en valor la riqueza de los alimentos de Galicia en el siglo XII. Y los capiteles de esta sala son alucinantes. En España solo queda esta representación de esa época. No hay más. Gelmírez fue el primer arzobispo de Santiago», apunta Leiro.

El artista se detiene ante la figura, procedente del Coro Pétreo de la catedral, de san Mateo escribiendo su evangelio. «El maestro Mateo le dio movimiento a la piedra. Las caracolas de los rizos, la forma de tallar la barba…», comenta. El artista busca una de las piezas que más admira del maestro medieval: los tres caballos del cortejo de los Reyes Magos que estaban en la fachada del trascoro pétreo de la catedral. «Yo no soy mitómano y, más que escultores, me sirven de referencia ciertas piezas como estos tres caballos del maestro Mateo. En la parte exterior del trascoro pétreo de la catedral había una epifanía: la Virgen con el Niño, san José y los Reyes Magos. Y al lado estaba esta pieza de granito con restos de policromía que me encanta. Apareció en unas excavaciones y ahora está en el museo. La gracia que tiene es que, a pesar de ser románica, tiene, una vez más, mucho movimiento. Los caballos se mueven como en abanico», señala.

LA PUERTA MÁGICA

Hace casi tres décadas, cuando Leiro estaba viviendo en Nueva York -«fui con una beca Fullbright y me quedé 20 años»-, le encargaron realizar una puerta de madera para una de las entradas más emblemáticas de la catedral: la Puerta Santa, una de las partes más simbólicas. En sus dos hojas de bronce se representa la translación, vida y muerte del apóstol. Se abre solo el 31 de diciembre previo al año santo -los de 25 de julio en domingo-, cuando el arzobispo la golpea con un martillo de plata y deja libre el paso por ese año.

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Detalle de La Puerta Santa.

Leiro es el autor de la primera obra de arte incorporada a la catedral en siglos, un cortavientos de cedro «la madera más noble» para la Puerta Santa, guardada ya en el Museo de la Catedral. «Está desgastada porque la gente pasaba la mano. Menos mal que solo estuvo colocada dos años santos porque la habrían destrozado». Fue la primera producción artística contemporánea que se incorporó a la catedral en siglos. Ahora forma parte de los múltiples tesoros del museo. El relieve que talló en la puerta, y que le costó meses de trabajo, «muestra la ría de Arousa, el barquito y la traslación del cuerpo del apóstol Santiago desde Jerusalén hasta Galicia. Y la estrella es el símbolo de Santiago».

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Cortavientos de cedro para la Puerta Santa, obra del escultor Francisco Leiro.

Foto apertura: Francisco Leiro posa junto al monumento a San Francisco, de Francisco Asorey, uno de sus artistas de referencia, a un paso de la catedral, antes de nuestra primera parada: el Pórtico de la Gloria, con sus más de 200 figuras talladas en granito. Entre ellas, los apóstoles, que giran sus cabezas como si conversaran entre sí.

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