Sir Ranulph Fiennes, el más grande de los exploradores vivos, acaba de cumplir 75 años. Hablamos con él del desafío de la vejez, de los retos que todavía tiene por delante y de por qué algunas noches duerme en el asiento trasero de su coche…
Es el único ser humano que ha subido al Everest y ha cruzado la Antártida y el océano Ártico, aunque también es conocido porque estuvo a un pelo de interpretar a James Bond en el cine; Roger Moore le arrebató el papel en el último minuto. Sir Ranulph Fiennes hoy se desplaza a la pequeña ciudad galesa de Llandudno, en cuyo teatro principal va a ofrecer una charla. Doy por sentado que se presentará en el asiento trasero de un cochazo con chófer.
Pues no, nada de eso. Sir Ranulph llega a bordo de un Ford Mondeo desvencijado, que él mismo conduce, con una caja de libros en el maletero que hará lo posible por vender al final del evento. La charla lleva el título de Vivir peligrosamente, y no sé si Fiennes se refiere a sus hazañas del pasado o a su costumbre ocasional de dormir en el asiento trasero del coche cuando se desplaza para dar una charla como la de esta noche. Cuenta que la exploración de territorios ignotos no deja dinero y, aunque en su momento heredó un título nobiliario –es un baronet-, la herencia se limitó a eso. Motivo por el que evita pagar habitaciones de hotel.
«El asiento trasero es amplio, puedo estirarme. Es bastante cómodo, de hecho. En Londres suelo estacionar en una plaza de aparcamiento reservada a vecinos. Una habitación en el hotel más cercano me saldría por 300 libras del ala. Pero no voy a darle más detalles, porque igual me cae una multa».
Las causas nobles
Ranulph Fiennes se ha tenido que endeudar una y otra vez para llevar a cabo sus expediciones, por muy elogiado que haya sido por tales aventuras, de gran valor científico en muchos casos. La expedición denominada Transglobe -la circunnavegación del planeta pasando por los dos polos- lo dejó con una deuda de más de 100.000 libras. Según reconoce, le llevó su tiempo saldarla.
Fiennes forma parte de la generación previa a los reality shows televisivos y se gana el sustento de modo menos lucrativo, escribiendo libros y pronunciando conferencias. Y, según explica, cada vez se encuentra con más problemas para llegar a fin de mes, y ahora tiene una hija de 13 años a la que mantener, el fruto de su segundo matrimonio. Su primera mujer, Ginny, murió de cáncer en 2004.
Su próximo reto es recorrer un tramo de siete kilómetros de lecho marino propenso a las corrientes y los tiburones blancos
Los millones aportados por los patrocinadores han ido a parar a beneficencia, sobre todo a Marie Curie, la organización sin ánimo de lucro que tanto lo ayudó durante la enfermedad de Ginny. Hasta la fecha, Fiennes ha recaudado 18 millones para esta y otras causas, y está empeñado en llegar a los 20 antes de jubilarse, aunque le vaya la vida en ello… de forma literal. Sir Ranulph ha salido vivo de desiertos, de estepas heladas y de los picos más elevados del mundo, pero hay un elemento hostil que no ha domeñado del todo: el océano.
Su próxima expedición tiene como objetivo efectuar el recorrido de siete kilómetros entre Robben Island y Ciudad del Cabo, sumergido y caminando por el lecho marino, sin ningún medio de propulsión o protección, tan solo pertrechado con un equipo de respiración. ¿Será capaz de sobrevivir a este punto del litoral sudafricano, famoso por sus corrientes y tempestades traicioneras? «Veremos», responde, y no parece tenerlo muy claro. Los grandes tiburones blancos lo tendrían fácil para merendarse a un septuagenario, por muy ilustre que sea el historial de Fiennes: estudiante en Eton, antiguo soldado en el regimiento de los Reales Grises Escoceses o miembro prominente del Excelentísimo Gremio de Vinateros británico (entre otras muchas cosas).
Tan solo contará con una protección contra los depredadores hambrientos: un pequeño artilugio cuadrangular con una tecla, como un mando a distancia. Se supone que este aparato emite una señal que ahuyenta a los tiburones. Parece dudoso y, si el cacharro al final no funciona, Sir Ranulph no tendrá ocasión de reclamar que le devuelvan el dinero.
«No tiene sentido quejarse de la vejez. Nadie me ha impuesto nada»
Por lo demás, Fiennes tiene menos miedo a los escualos que a la vejez. Tiene problemas de vista -pues sus globos oculares sufrieron un principio de congelación en el curso de una expedición polar-, artritis en las caderas, dolores de espalda y hemorroides crónica (de resultas de andar en trineo por la Antártida, un continente más extenso que China y la India juntas). Le han diagnosticado cáncer de próstata y diabetes del tipo 2, pero afirma que mantiene ambas dolencias a raya.
Ver la muerte muy de cerca
«He tenido mis encontronazos con la muerte», explica. En 2003, mientras estaba sentado en la butaca de un avión, un paro cardíaco casi se lo lleva por delante. Los miembros del equipo de urgencia tuvieron que emplearse a fondo; fueron necesarios 13 intentos de reanimación para que el corazón de Fiennes finalmente respondiera. Pasó tres días en coma, y los cirujanos le hicieron un doble bypass.
Corrió siete maratones en siete días en siete continentes, cuatro meses después de sufrir un ataque cardiaco
Según dice el explorador, lo que más le molesta de todo fue que el episodio tuvo lugar apenas cuatro meses antes de que se embarcara en otro proyecto ideado para recaudar fondos: correr siete maratones en siete días en siete continentes. El médico le dio permiso para participar siempre y cuando su corazón no pasara de las 130 pulsaciones. «Pero me olvidé de meter el monitor cardíaco en la maleta», reconoce Fiennes. Hubo suerte y sobrevivió al nuevo reto.
Sufrió un segundo infarto cuando se hallaba a 300 metros de la cima del Everest durante su primer intento de coronar la cumbre en 2005. También hubo suerte, pues llevaba consigo tabletas de nitroglicerina. Los anticoagulantes de emergencia le salvaron la vida, pero tuvo que posponer la escalada. Volvió a intentarlo tres años después, pero la fatiga abrumadora pudo con él. A la tercera fue la vencida, y Fiennes por fin llegó a la cumbre en 2009, a los 65 años, el primero en hacerlo en la senectud.
Un hombre afortunado
Sir Ranulph habla del Everest como del «tercer polo», porque las penalidades de la escalada fueron comparables a las experimentadas a lo largo de millares de kilómetros de hielos y nieve. ¿Podría decirse que el envejecimiento es el «cuarto polo»? Sí, responde, y se felicita por su suerte: hay otros que ya no están a su lado. Su querida Ginny, por ejemplo, con la que estuvo casado 34 años.
«Yo creo que, una vez superados los 50 años, puedes darte con un canto en los dientes si no estás enfermo de gravedad ni sufres un accidente. En mi caso he pasado hambre y sé lo que es la guerra, pero por mi propia voluntad, no porque otros me lo impusieran. A mis años no tiene sentido quejarte de la vejez. Si además has estado felizmente casado dos veces y tienes una hija maravillosa, pues miel sobre hojuelas».
Sus aventuras son tan numerosas como dispares. En compañía del médico Mike Stroud, fue el primero en recorrer la Antártida sin equipos de apoyo de ninguna clase. A los 62 años ascendió al Geiger. A los 71 corrió la Marathon des Sables a través del Sáhara marroquí, la carrera más dura del mundo. Hoy es uno de los oradores más longevos en el circuito de las charlas y conferencias. Cuando lo invitan, acostumbra a referir historias de superación personal en teatros o barcos de crucero. El tema recurrente: cómo seguir adelante cuando las cosas se ponen feas.
Tras sufrir la grave congelación de los dedos de la mano izquierda, se los serró él mismo uno tras otro
La historia que se ve obligado a narrar una y otra vez, porque la gente se lo pide: tras sufrir la grave congelación de los dedos de la mano izquierda, se los serró uno tras otro en el cobertizo del jardín de su casa.
Superación personal
El proceso fue lento y doloroso; el pulgar le llevó dos días seguidos. La congelación tuvo lugar durante una expedición ártica. Su equipo cayó a las aguas heladas en la oscuridad y se vio obligado a salvarlo. Los dedos se le congelaron en el interior de los mitones mojados a menos 49 grados de temperatura ambiente. «Primero cayó el trineo, y logré soltarme de él a tiempo y no verme arrastrado a la muerte, pero la tienda y el hornillo también fueron a parar al agua. Sin ellos estaba perdido. No me quedó más remedio: repté sobre el hielo y pugné por agarrar el trineo. Conseguí aferrarlo con la mano izquierda… y eso fue lo único bueno que me pasó durante la jornada, porque soy diestro».
Una vez en Gran Bretaña, le dijeron que había lista de espera para la necesaria operación de cirugía. Fiennes decidió resolver el problema por su cuenta y recurrió a una sierra de calar para cortar los tejidos y huesos muertos en una mesa de trabajo comprada ex profeso para la ‘operación’.
Fiennes hace lo posible por seguir en la brecha, pero vivir peligrosamente tiene sus consecuencias. No son los años, es el kilometraje, como sentenció Indiana Jones. Antes salía a correr todas las mañanas, las carreras luego se convirtieron en marchas a paso rápido. Ahora está mal de la espalda y arrastra los pies al andar. Pero ni por asomo piensa en dejarlo. «Mi antiguo instructor en los Grises Escoceses solía decir: ‘Por muy mayor que seas, nunca dejes de hacer ejercicio todos los días. Dejarlo supone el principio del fin’». Dicho esto, Ranulph Fiennes se aleja -a paso todavía rápido- por el paseo marítimo.
LOS MÁS GRANDES
¿Está de acuerdo Fiennes con que lo llamen ‘el mayor explorador vivo’? «El mayor explorador de todos los tiempos sigue siendo Robert Scott -aclara-. Pero hay otra persona que sigue con vida, ojo. el doctor Ken Hedges». Es un antiguo médico militar, de 84 años, que bajo el mando de Wally Herbert y con dos hombres más cruzaron el mar Ártico a través del Polo Norte en trineo; fueron los primeros en hacerlo. Es poco probable que otros vayan a repetir la hazaña porque dicho mar ya no se hiela en la medida necesaria para permitirlo.
SUS GRANDES AMORES
Fiennes habla de Ginny (a la izquierda), su primera mujer, fallecida de cáncer, con visible emoción. Ella le prestó apoyo en varias expediciones, lo que le valió ser la primera mujer en recibir la Medalla Polar. El matrimonio no consiguió tener hijos. lo intentaron con la fecundación in vitro durante 17 años. Cuando finalmente trataron de adoptar, su solicitud fue desestimada, primero, porque Fiennes no tenía ingresos regulares y, luego, porque la burocracia consideró que el matrimonio era demasiado mayor. Con su segunda esposa, Louise (a la derecha), 24 años menor que él, ha tenido una hija. Él dice que eso lo ayuda a mantenerse joven… pero también le impide jubilarse.
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