Son dos de las mentes más brillantes del planeta, pero no pueden ser más distintos. A Hawking y Mukhanov solo los unen su genialidad y su teoría sobre el origen del universo: las semillas de las galaxias. Por Ana Tagarro
Slava Mukhanov es una fuerza de la naturaleza. Hay algo en él de energía atómica. En su presencia contundente, en su risa pronta, en su conversación incesante sobre los placeres de la vida, en su vehemencia cuando habla de ciencia –sobre todo de científicos– y en un acento ruso que parece sacado de una película de espías de los años setenta.
Ambos se conocen desde hace años. De la pantalla de Hawking sale un «Hello, how are you». Su movilidad ha quedado reducida a los músculos faciales
Stephen Hawking es otra fuerza de la naturaleza, aunque seguro que él prefiere ser comparado con la gravedad, fuerza a la que llama ‘el superhéroe del universo’. El británico no es solo un genio de la física; es un prodigio de supervivencia, el único ser humano que ha llegado a los 74 años con esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Cuando le diagnosticaron la enfermedad, a los 22, le dieron dos años de vida.
Ahora estos dos físicos, Hawking y Mukhanov, tan distintos entre sí, ven su destino profesional más ligado que nunca. Han sido galardonados, conjuntamente, con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, lo que bien podría ser la antesala del Premio Nobel. Se conocen desde hace años, pero cuando los citamos en Cambridge, donde Hawking dirige el departamento de física teórica, el encuentro no es sencillo. Mukhanov ha venido desde Múnich, donde es profesor de la Universidad Ludwig Maximilian, y saluda a su colega con respeto. De la pantalla de Hawking sale un «hello, how are you». Será todo lo que diga.
Desde hace unos años, el físico más conocido del mundo se comunica con mucha dificultad. Su movilidad ha quedado reducida a ciertos músculos faciales. Ya no puede usar la mano para presionar un ratón que genera palabras a través del ordenador. Ahora tiene que hacerlo con su mejilla, con la que activa un sensor acoplado a las gafas, lo que, pese al sofisticado diseño predictivo del programa, apenas le permite componer media docena de palabras por minuto. Sus asistentes se comunican con él básicamente buscando un sí o un no. Un sí, alza la ceja. Un no, hace un gesto hacia abajo con sus labios. La complejidad no impide que le consulten cualquier decisión.
DOS VIDAS DE PELÍCULA
La vida de Hawking es de sobra conocida y más desde que la película La teoría del todo la convirtiese en un éxito de taquilla, pero no por ello deja de ser asombrosa. A sus espaldas tiene dos matrimonios. Uno, con Jane Wilde, la joven que se casó con él tras serle diagnosticada la enfermedad y con quien hoy tiene una muy buena relación y tres hijos y tres nietos en común. El otro, con la enfermera Eleaine Mason –por la que dejó a Jane–, es la cara oscura de la vida personal de Hawking. Mason lo humilló y maltrató hasta que fue denunciada por la hija del científico cuando este sufrió una insolación al ser abandonado al sol. Sin embargo, nada ha detenido la férrea voluntad de Hawking de aprovechar la vida. Muestra de ello es su empeño en viajar incluso ahora que no puede hacerlo en avión porque su cuerpo no superaría la presión. Si hay océano de por medio, se desplaza en barco.
La vida de Mukhanov quizá no sea tan extraordinaria, pero también es ‘de película’. Nació hace 59 años en una ciudad tan remota de la Unión Soviética que nadie dudaba de lo que decía el régimen comunista por improbable que fuese; en la que era impensable llegar a tener un coche (de hecho, él sigue sin conducir) y en una familia muy humilde y sin estudios. Pero en su ciudad había una biblioteca con libros de física y matemáticas. Quizá, admite, era el único niño que los leía, pero así nació su interés por la ciencia.
Con todo, entonces no podía imaginar que llegaría a ganarse la vida con ello. Fue el matemático Andréi Kolmogórov quien lo ‘descubrió’ cuando se propuso reclutar a chicos de provincias con talento para los números. A los 16 años, Mukhanov ingresó así al Instituto Técnico de Moscú, donde trabajaban los mejores físicos nucleares. Él optó por la astrofísica y junto con su colega Guennadi Chibisov, fallecido en 2008, empezó a estudiar las inhomogeneidades para explicar el origen de las galaxias, lo que acabó en la teoría que hoy le hace valedor de reconocimiento internacional. Con la caída del Muro, Mukhanov abandonó la URSS. Los institutos científi cos fueron desmantelados por la crisis y la escasez de miras de sus dirigentes y él acabó instalándose en Múnich.
Los dos físicos llegaron a la misma conclusión por diferentes caminos sin saberlo. En tiempos del telón de acero, eso era posible
Hoy está en Cambridge, bromeando sobre la comida británica y celebrando –aunque espera festejarlo gastronómicamente mejor en Madrid– el galardón recibido por su teoría de las fluctuaciones cuánticas, las llamadas ‘semillas de las galaxias’, que, aplicando la física cuántica a la cosmología, explica el origen del universo e incluso abre la puerta a prescindir de un Creador para explicar el origen de todas las cosas. Tan ambiciosa teoría fue planteada por Mukhanov en 1981 y por Hawking en 1982. Ambos llegaron a la misma conclusión por diferentes caminos y sin saber uno del otro, lo que en tiempos del telón de acero y sin Internet era factible. Cuando la enunciaron, no podían imaginar que pudiese demostrarse experimentalmente mientras ellos vivieran, pero el espectacular desarrollo de los telescopios en los años noventa lo ha hecho posible. Y, de paso, los ha convertido en candidatos al Nobel, premio que solo reconoce las teorías físicas probadas. Ninguno de los dos oculta su entusiasmo ante la posibilidad de recibirlo, pero, cuando se le pregunta al ruso, responde: «Ok, pongámoslo así: lo importante no son los premios. Lo importante es descubrir la última verdad sobre el universo». Y estalla en una sonora carcajada.
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