Una pócima secreta, altas dosis de avaricia y una quimera: la de lograr oro a partir de metales más vulgares. La alquimia lleva siglos tras este prodigio. Pero ¿es posible tal metamorfosis? Entre partidarios y detractores la ciencia tiene sus fundamentos. Por G.G.

Conocida como el Arte Hermético o Ars Magna, el objetivo de la alquimia ha sido la transmutación del plomo y otros metales en oro con ayuda de un ‘polvo’ llamado ‘piedra filosofal’. ¿Pero ha sido posible alguna vez tal operación? Si damos crédito a las leyendas, esta crisopeya parece real. Pero la mayoría de estudiosos coinciden en afirmar que el oro alquímico es sólo una fábula y el ‘Gran Arte’ una doctrina mística. ¿Su meta?: la palingenesia o regeneración espiritual.

La historia remonta el nacimiento de la alquimia al primer milenio antes de nuestra era, cuando surgió a la vez en India, China y Egipto. Su creación se atribuye a Hermes Trismegisto, un maestro espiritual cuya existencia no se ha comprobado. Según otra tradición, no menos fantástica, fue revelada por los elohims, ángeles caídos que engendraron una raza de titanes a los que comunicaron su saber. Su credo es la tabla esmeraldina, unas líneas atribuidas a Hermes, pero citadas por primera vez por el alquimista y matemático árabe Dyabir Ibn Hayyan, a quien se debe la palabra álgebra o el hallazgo de los ácidos nítrico y sulfúrico.

Lloviendo piedras

El alquimista cree que los cuerpos están formados por proporciones diferentes de los mismos elementos. Por tanto, para ellos, es suficiente modificar estas proporciones por medio de un agente como la piedra Filosofal para transformar unos en otros eliminando de ellos lo superfluo y destilando su quintaesencia, lo más puro de cualquier sustancia. Pero la ‘piedra filosofal’ definida como panacea capaz de convertir los metales en oro, curar enfermedades u otorgar la inmortalidad, y el concepto de ‘piedra filosofal’ como el de un polvo obtenido tras operaciones de laboratorio no surgió hasta el siglo XII. Y para muchos esta aparición se debe a un error de interpretación de ciertas alegorías de Geber. Por otra parte, por más que estos tratados aseguran describir cómo fabricar la dichosa piedra, las instrucciones están escritas en un jeroglífico tan arduo que ni siquiera el más avezado agente secreto lograría descifrar. Para empezar siquiera a trabajar en el laboratorio sería necesario, por ejemplo, averiguar a qué se refieren los alquimistas al hablar de materia prima, régimen, fuego que no quema, horno de la naturaleza o fases de la obra. Ahora bien, según ellos, esta elucidación sólo es concedida al aspirante por iluminación divina.

La alquimia resurgió en el siglo XX de la mano de Fulcanelli, nombre bajo el que se oculta un misterioso personaje que ha dejado una estela de seguidores

Tanto galimatías, así como estas alusiones visionarias, han llevado a estudiosos como Mircea Eliade o Carl Gustav Jung a creer que la alquimia es una ascesis corporal y mental. Pero otros eruditos, como el pintor, poeta y alquimista francés Louis Cattiaux, aseguran que la alquimia «es tanto una ciencia operativa como espiritual». O sea que es necesario un trabajo en el laboratorio. No falta quien tacha a la alquimia de total invención. Es el caso de Fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), quien en su Teatro crítico universal desenmascara todas las supuestas transmutaciones de plomo en oro conseguidas.

Piedra filosofal

Símbolos de la alquimia

A partir del XVIII, la alquimia entró en decadencia tras haber sido abordada por estafadores y ‘sopladores’, químicos que sólo pretendían fabricar oro para enriquecerse prescindiendo de su valor espiritual. En el siglo XX esta ininteligible ciencia resurgió de la mano de Fulcanelli, nombre bajo el que se oculta un misterioso personaje -que algunos creen pudo haber sido un dibujante llamado Jean Julien Champagne- autor de dos tratados alquímicos: Las moradas filosofales y El misterio de las catedrales. Según su discípulo Eugene Canseliet, Fulcanelli habría obtenido la célebre ‘piedra filosofal’ y tras ingerir el elixir habría alcanzado la inmortalidad y desaparecido misteriosamente. Maestro y discípulo dejaron una estela de seguidores reunidos en torno a la Sociedad de Estudios de la Alquimia en París. Pero sus partidarios guardan silencio, al tiempo que siguen publicando enigmáticos manuales relacionados con sus operaciones secretas.

4 preguntas clave

¿Qué es la materia prima?
La materia inicial con la que el alquimista ha de comenzar la ejecución de su obra y que recibe múltiples nombres (rocío de mayo, agua viscosa, etc). Según Ireneo Filaleteo «es única y aunque se encuentra en todas partes y en todo, no puede extraerse más que de su propia mina».

¿Por qué los alquimistas no se dan a conocer?
La razón fundamental es el juramento de secreto que les vincula a su obra. Modestia y discreción son un contrapunto indispensable que, según ellos, el practicante ha de oponer a la ambición de encontrar la ‘piedra filosofal’.

¿Hay que ingerir la ‘piedra filosofal’?
El conjunto de la literatura alquímica da a entender que en las diferentes fases de la obra se destilan ciertos productos o elixires que el alquimista ingiere y que operan grandes cambios en su cuerpo y también en su espíritu.

¿Qué son la Vía Seca y la Vía Húmeda?
Se designa así a dos escuelas diferentes que existen dentro de la alquimia y cuya distinción depende del vaso o crisol donde la materia prima debe ser sometida a manipulaciones y transformaciones. La Vía Húmeda, la más compleja, emplea un complicado instrumental de laboratorio, la Vía Seca o corta, utiliza un modesto crisol refractario y se atiene en todo a la máxima fundamental de la alquimia, esto es, una sola materia, una sola vasija, un único horno.

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