Científicos de diferentes países y laboratorios han desarrollado y perfeccionado un método, el CRISPR, que permite ‘editar’ ADN de manera fácil y eficaz. Esta técnica está transformando la ciencia y va camino de cambiar la sociedad. [Este artículo fue publicado en XLSemanal en agosto de 2016] Por C.M. Sánchez.
. El biofísico He Jiankui asegura haber modificado genéticamente embriones humanos
Todo empezó dentro de un vasito de yogur. En 2007, un grupo de científicos investigaba por qué una bacteria que da su sabor ácido al lácteo era infectada por varios virus. Cuando secuenciaron el genoma de la bacteria, se encontraron con unos extraños fragmentos de ADN con aspecto de parches. Fueron bautizados como CRISPR, iniciales en inglés de «Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Intercaladas». Y costó unos años saber para qué servían.
Aquellos remiendos resultaron ser los despojos de la guerra microscópica entre la bacteria y los virus invasores. En esencia, los virus insertaban sus genes en el ADN de la bacteria para fabricar nuevos virus. Pero esta era capaz de ‘editar’ su propio genoma para eliminarlos de un ‘tijeretazo’.
El mecanismo es el siguiente… El contraespionaje de la bacteria identifica al gen invasor, dibuja un retrato robot y lo reparte entre la policía genética, que lo busca en el ADN. Los policías son unas proteínas llamadas Cas9 y su arma reglamentaria son unas tijeras. Y el retrato robot les sirve también como patrón de costura. Las proteínas buscan ese patrón y, cuando lo encuentran, lo recortan por la línea de puntos como si fueran modistas. El genoma queda así libre de intrusos, aunque parcheado.
La revolución de CRISPR comenzó en 2012, cuando la investigadora estadounidense Jennifer Doudna y la francesa Emmanuelle Charpentier se dieron cuenta de que la misma técnica puede emplearse para editar el ADN humano. Ambas tuvieron la idea de diseñar guías o patrones genéticos en el laboratorio parecidos a los de las bacterias, y de equiparlos con la proteína Cas9 para recortar el ADN en el lugar adecuado.
Modificar el genoma nunca fue tan rápido y barato. Antes, las pruebas costaban unos 5000 euros, y solo servían para unas pocas zonas. Hoy cuestan 60 euros y valen para casi todo. Ya hay cientos o miles de laboratorios que aplican la técnica en todo el mundo. Y cada vez hay más herramientas. Se está desarrollando el prototipo de una especie de impresora genética que, en vez de tinta, inyecta las proteínas modificadas. Cambiaremos de ADN como quien cambia de cartucho.
Las aplicaciones pueden ser maravillosas: desactivar las células cancerosas, criar cerdos con mutaciones que hagan aptos sus órganos para trasplantes, producir ‘supermosquitos’ libres del zika para invadir los territorios del mosquito portador… Nuestros fármacos, nuestros alimentos y nuestros combustibles serán editados genéticamente. ¿Y qué pasa con los embriones humanos? ¿Se podrán eliminar enfermedades hereditarias? No estaría mal… ¿Pero qué pasará si también queremos fabricar niños ‘a la carta’? El asunto se torna vidrioso. Al fin y al cabo, el genoma no es más que un libro de intrucciones y está escrito con la típica prosa descuidada y llena de erratas de estos manuales. ¿Por qué no refinarlo? ¿Por qué no convertir nuestro ADN en pura poesía rimada?
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Jennifer Doudna es una de las pioneras en la aplicación del CRISPR. «Lo que hace a este método maravilloso y al mismo tiempo da miedo es su sencillez. Pero no podemos devolver al genio a la botella…». Doudna recibió el premio L’Oréal-Unesco Por las Mujeres en la Ciencia.
La técnica, además, tiene una gran precisión, pero de momento no es infalible y puede ‘remendar’ regiones equivocadas. Así que muchos científicos son contrarios a la edición genética de óvulos, espermatozoides y embriones humanos por el momento. Y el comité de bioética de la Unesco ha pedido una moratoria. Pero es más bien un brindis al sol. ¿Quién se va a refrenar a estas alturas, cuando el ‘invento’ está ya en Internet? Otro peligro es que los cambios en el genoma se pueden transmitir de generación en generación, y sin darnos cuenta podemos modificar un gen que afecte a nuestra supervivencia o a nuestra capacidad de reproducción. ¿Y qué pasa si un grupo terrorista decide ‘tunear’ un virus para crear una infección global? Por eso, James Clapper, director de la Inteligencia Nacional de EE.UU., ha clasificado a CRISPR como un arma de destrucción masiva. En cualquier caso, su potencial para el bien y para el mal es incalculable.
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