Desde que el pasado 14 de septiembre se encontraron indicios de que podría haber vida en Venus, el interés por este planeta inhóspito se ha disparado. Los investigadores se han lanzado a la conquista de este cuerpo celeste y lo hacen con métodos tan innovadores que suenan a ciencia ficción. Te lo contamos. Por Ixone Díaz Landaluce / Fotos: Getty Images y Cordon Press
«Hallamos indicios de vida en Venus» El impactante titular recorrió el mundo. El 14 de septiembre, un equipo de astrónomos comunicó que había hallado fosfina, un gas tóxico e inflamable, en la atmósfera del planeta. El descubrimiento era revolucionario, ya que muchos consideran la fosfina un marcador fiable de vida extraterrestre. No todos los científicos están de acuerdo, por supuesto. «La mejor forma de salir de dudas es ir allí y realizar algún tipo de observación sobre lo que está pasando», explica Manasvi Lingam, astrofísico del Florida Institute of Technology. Lingam, junto con su colega Andreas Hein -profesor de Ingeniería Aeroespacial en la Universidad París-Saclay-, ha propuesto una misión rápida y low cost para terminar con el debate y demostrar si realmente hay indicios de vida en el planeta vecino. En realidad, esta no es una idea nueva. En 1967, Carl Sagan aventuró que las nubes de Venus -mucho más habitables que su superficie- podían alojar seres macroscópicos.
«Si podemos probar que hay vida fuera de la Tierra, aunque sea muy distinta a la que conocemos, podemos asumir que podría ser abundante en todo el universo»
Antes de que se iniciaran los programas espaciales, los telescopios mostraban Venus como un planeta permanentemente cubierto por una espesa capa de nubes. Algunos creían que podían esconder una superficie tapizada de junglas y fauna exótica, pero la carrera espacial entre Rusia y Estados Unidos dejó al descubierto un mundo muy diferente. El programa ruso Venera, que funcionó entre 1961 y 1984, consiguió que sus naves aterrizaran hasta diez veces en la superficie de Venus, aunque apenas lograban resistir dos horas antes de fundirse por las altísimas temperaturas. El programa consiguió fotografiar la superficie del planeta en 1975 y medir las altísimas concentraciones de dióxido de carbono de su atmósfera. Y en 1985 Rusia lanzó Vega, una revolucionaria misión doble que logró liberar dos grandes globos aerostáticos equipados con instrumental científico en las nubes de Venus.
Los japoneses sobrevuelan, pero… ¿es un planeta ruso?
La NASA no se quedó atrás: en 1962, la sonda Mariner 2 midió las altas temperaturas de su superficie y, a partir de 1978, Pionner orbitó el planeta durante 14 años, con lo que desveló información clave sobre su atmósfera. La última misión de la agencia espacial norteamericana a Venus fue Magallanes: una sonda orbital que mapeó la superficie, estudió su geología y con ello descubrió grandes canales de lava de miles de kilómetros de longitud. La única misión que todavía está en marcha es la japonesa Akatsuki, que desde que entró en órbita en 2015 se dedica a estudiar las nubes y los vientos de Venus. «Desde los años noventa, apenas ha habido misiones a Venus. Pero, en los últimos dos o tres años, el interés ha crecido de nuevo. Creo que en los próximos años veremos algunas misiones al planeta, aunque habrá que ver cuándo y cómo de ambiciosas serán», explica Lingam.
Entre 1961 y 1984, Rusia logró que sus naves aterrizaran hasta diez veces en Venus. Apenas lograban resistir dos horas: se fundían por las altísimas temperaturas. Ahora quiere regresar
Efectivamente, volver a Venus es algo que la NASA ya se planteaba antes incluso de la fosfina. De hecho, dos misiones de exploración del planeta compiten por financiación con otros dos proyectos: uno para llegar hasta Tritón y otro para estudiar Io, los satélites de Neptuno y Júpiter, respectivamente. Se espera que el año que viene la NASA escoja entre las cuatro misiones mientras estudia la posibilidad de organizar una misión mucho más ambiciosa. La conocida como Venus Flagship Mission podría incluir una sonda orbital, dos pequeños satélites, un aterrizador de vida corta y otro de vida larga. En todo caso, no sería una realidad antes de 2031. Y mientras la Agencia Espacial Europea estudia la viabilidad de EnVision, una misión que mapearía el planeta a partir de 2032, Rusia ya ha anunciado públicamente su intención de volver antes de 2026. «Creemos que Venus es un planeta ruso, por eso no queremos quedarnos atrás», dijo Dmitry Rogozin, director general de la agencia espacial rusa, un día después de hacerse público el hallazgo de la fosfina.
Las empresas privadas entran en juego
Sin embargo, es muy posible que la iniciativa privada se adelante a las grandes agencias espaciales, cuyas misiones siempre están sujetas a enormes presupuestos, complejas decisiones políticas y calendarios dilatados en el tiempo. «Las misiones que la NASA ha considerado para Venus cuestan más de cien millones de dólares y suelen programarse con décadas de antelación.
La misión más barata y rápida consiste en enviar globos que puedan identificar moléculas indicadoras de vida. La operación costaría ‘solo’ 20 millones y estaría lista para 2022
Nuestra propuesta consiste en una misión preliminar, barata y rápida para estudiar esa capa de la atmósfera donde se encontró la fosfina», explica Lingam, autor del artículo que todavía tiene que ser revisado por otros expertos. Él y Hein proponen una misión basada en globos aerostáticos posados sobre las nubes de Venus, un modelo que tiene su precedente en la rusa Vega. «Proponemos utilizar dos tipos de globos. Uno más pequeño que llevaría algún tipo de microscopio para analizar polvo y aerosoles en busca de morfologías particulares o de motilidad, pues ese es uno de los marcadores de vida clásicos.
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La idea de usar dirigibles para colonizar Venus implica transportarlos con dos naves equipadas con escudos térmicos: una no tripulada y otra tripulada. Después de una compleja maniobra, los astronautas acabarían en un dirigible. Tendrían que soportar los vientos de 320 kilómetros por hora que soplan, pero el paisaje sería de nubes y cielos azules, no muy diferentes a los nuestros.
Los globos grandes llevarían un espectrómetro de masas capaz de identificar moléculas orgánicas que pueden ser indicadores potenciales de vida, algo similar a las proteínas, algunos polímeros o estructuras parecidas a nuestro ADN», expone Lingam. Los autores estiman que la misión podría costar 20 millones de dólares y estaría lista para su lanzamiento en 2022. «Una misión como esta podría llevarla a cabo la NASA, pero también empresas privadas como Rocket Lab. De hecho, nosotros hemos diseñado nuestra misión utilizando su lanzadera. Ahora mismo lo que queremos demostrar es que algo así es posible», cuenta el astrofísico.
Se refiere a Electron, el famoso cohete de la compañía con sede en California. Su CEO, Peter Beck, ya ha anunciado que su plan es llegar a Venus antes de 2023 con una misión que dejará caer una sonda atmosférica en las nubes del planeta y cuyo objetivo será encontrar nuevos marcadores de vida que confirmen lo que la fosfina ya ha sugerido. «La vida en Venus podría ser algo totalmente diferente a lo que conocemos. Y, si podemos probar que la vida fuera de la Tierra existe, podemos asumir que podría ser prolífica en todo el universo», ha explicado Beck, un enamorado confeso del planeta vecino. De hecho, Rocket Lab ya está colaborando con los científicos responsables del descubrimiento para encontrar la mejor manera de hacerlo y ha calculado que el coste de la misión no superará los 20 millones de dólares. «No queremos hacer una misión en Venus. Queremos hacer muchas», ha adelantado.
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Peter Beck -CEO de Rocket Lab- compite con Elon Musk en las misiones espaciales. Musk parece centrado en Marte, así que Beck está muy interesado en Venus.
Primero irán los robots
En 2015, dos ingenieros de la NASA llegaron a plantear una misión tripulada a las nubes de Venus para iniciar la construcción de una estación flotante y estable en el planeta. Aunque la agencia espacial norteamericana desechó el proyecto, la idea de mandar astronautas al planeta vecino no es del todo descabellada. «En la próxima década, la exploración espacial será sobre todo robótica. Ni siquiera es probable que en esos años haya astronautas en Marte. Pero todo es cuestión de tiempo. Y a Venus… quizá en 30 o 40 años», vaticina Lingam.
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En 2015, dos ingenieros de la NASA ya plantearon una misión tripulada a las nubes de Venus para construir una estación flotante y estable en el planeta.
Más allá de la mera pulsión humana por el conocimiento, explorar Venus es en realidad una forma de conocernos mejor a nosotros mismos. Con un tamaño casi idéntico al de la Tierra, los expertos creen que hace miles de millones de años Venus tuvo océanos similares a los nuestros y un ambiente propicio para la vida que, sin embargo, sufrió un evento cataclísmico. El resultado es un planeta absolutamente inhóspito en el que llueve ácido sulfúrico, y un brutal efecto invernadero ha convertido su superficie en una auténtica olla a presión. El calentamiento global llevado a su expresión más extrema. Y quizá también una ventana (muy poco halagüeña) al futuro de nuestro propio planeta.
Foto apertura: globos a prueba de todo. En 2007, la NASA ya estudiaba un prototipo de globo para explorar Venus. Su superficie está diseñada con un revestimiento de aluminio para ‘repeler’ el calor. Y está hecho de politetrafluoretileno, conocido como ‘teflón’, material altamente resistente al ácido.
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