Levanta todo tipo de suspicacias, incluso en su país. Pero la Sputnik V ya se inyecta en Latinoamérica, África y Asia sin contratiempos. Y la Unión Europea considera autorizarla. Entramos en el laboratorio que creó la vacuna rusa. Por Christian Esch, Jensglüsing, Christina Hebel/ Fotografía: Denis Sinyakov
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Hace tres semanas, Vladímir Putin se vacunó contra la COVID-19. Por fin. El presidente ruso llevaba medio año alabando la vacuna rusa, repitiendo que la Sputnik V es «la mejor del mundo». Pero lo cierto es que no se la había puesto. Incluso ahora sabemos que se ha inyectado una vacuna, pero no cuál. Ni siquiera hay imágenes del pinchazo. «Putin nunca ha sido partidario de vacunarse delante de las cámaras», asegura su portavoz.
La casi furtiva y tardía vacunación de Putin es un episodio más en la extraña historia de la Sputnik V.
Millones de personas de todo el planeta ya han recibido al menos una dosis. La vacuna rusa, de hecho, se ha convertido en un auténtico hit exportador; y actualmente son más de cincuenta los países que la han autorizado en su territorio. El mundo está en apuros, Moscú acude al rescate; ese es el mensaje.
Pero lo cierto es que este best seller sigue creando suspicacias en muchos lugares. Donde más, en Europa. A la vacuna rusa, la Unión Europea le sigue reprochando la falta de transparencia con la que se llevó a cabo el proceso de autorización. Rusia la patentó en agosto del año pasado, la primera en el mundo, antes incluso de comenzar los ensayos de la fase III, imprescindibles para la aprobación en cualquier otro lugar.
La Sputnik V nació en el Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya, en las afueras de la capital rusa. Lleva más de dos décadas bajo la dirección del biólogo Alexander Ginzburg. No es nada fácil llegar hasta su despacho: la institución depende del Ministerio de Sanidad, muy reacio a permitir visitas. El que no ha tenido problemas para recorrer las instalaciones ha sido Oliver Stone; el cineasta es amigo de Putin y ha aprovechado su entrada en el centro para inyectarse la vacuna rusa.
«Los investigadores nos pusimos la vacuna antes que los monos, justo después de los ratones»
Alexander Ginzburg no comparte los recelos del Ministerio. Este científico se vacunó hace justo un año. El instituto que dirige empezó a desarrollar su vacuna de vector viral en febrero de 2020. Esta técnica usa un virus gripal atenuado como vehículo para introducir en las células humanas material genético del patógeno que causa la enfermedad.
En el Centro Gamaleya tienen experiencia con este tipo de vacunas de vector viral; las han usado para combatir otras enfermedades, como el ébola. Lo único que tuvieron que hacer para adaptarla al coronavirus fue cambiar el relleno. El material genético necesario se lo facilitó en marzo una clínica moscovita, que a su vez se lo había extraído a un viajero contagiado en Roma.
Pocos días más tarde, el 30 de marzo, Ginzburg se inyectó la vacuna. Y lo hizo mientras aún estaban en marcha los ensayos con animales. «Los trabajadores del centro nos vacunamos antes que los monos, justo después que los ratones y a la vez que los hámsteres o los conejillos de Indias», cuenta el biólogo.
De creer a Ginzburg, el procedimiento no fue tan temerario. Hacía tiempo, en 2012, que el instituto había desarrollado una vacuna igual contra otro coronavirus, concretamente contra el causante del MERS. Y, asegura el investigador, esa vacuna ya se había probado con éxito en humanos.
«Los ‘lobbies’ farmacéuticos están contra nosotros»
El MERS fue clave en el rápido avance de sus trabajos. El grupo responsable estuvo dirigido por Denis Logunov. Putin en persona lo elogió por su aportación al desarrollo de la Sputnik V: «Quiero ver a este hombre y que lo vea el país entero», dijo el presidente.
Logunov está visiblemente molesto por las críticas que la Sputnik V recibe en el extranjero, críticas que fueron especialmente intensas en agosto del año pasado, cuando Rusia autorizó su uso a pesar de que los resultados de los ensayos clínicos de las fases I y II todavía no se habían publicado.
«Fue una autorización de emergencia», se justifica Logunov. Para este científico hay mucha hipocresía en las críticas de la competencia: «Es ofensivo. Son ellos los que están haciendo auténticos experimentos con seres humanos y resulta que nos reprochan a nosotros que usemos unos componentes que ya se han probado cientos de miles de veces». En el Centro Gamaleya se ven como un David en lucha contra el Goliat de la industria farmacéutica internacional.
«Entiendo el escepticismo -dice Alexander Ginzburg, su director-. El procedimiento pudo parecer dominado por las prisas y el deseo de llegar los primeros. Es posible que algo de eso hubiera, pero todo se hizo conforme a las normas de autorización y en respuesta al estado de guerra en el que nos encontrábamos».
Tras la polémica autorización, el mundo tuvo que esperar medio año, a febrero de 2021, para poder leer los resultados de los ensayos de la fase III de la vacuna. Según los datos publicados en la revista The Lancet, la Sputnik V presentaba una eficacia del 91,6 por ciento, superior a la de AstraZeneca. Desde entonces, las críticas han ido perdiendo intensidad, pero no han desaparecido. La comunidad científica internacional pide acceso a los datos brutos de los ensayos y ve inconsistencias en el número de participantes y en el cálculo de la eficacia. Logunov rechaza todas estas objeciones.
Sputnik, ¿un nombre comercial equivocado?
El hombre encargado de vender la Sputnik V en todo el mundo es Kirill Dmitriev. Este ejecutivo trabajó durante años en el sector de la banca y estudió en Stanford y Harvard. Desde su despacho en Moscú dirige el multimillonario fondo soberano RDIF, que ha invertido grandes cantidades en el desarrollo y la producción de la vacuna. Es un hombre con muchos y buenos contactos. Su esposa es estrecha colaboradora de Katerina Tíjonova, supuesta hija de Putin.
Si el Centro Gamaleya es el lugar de nacimiento de la vacuna contra la COVID-19, Dmitriev es el hombre que la bautizó. Al principio se la llamó simplemente ‘Gam-Covid-Vac’, denominación que se sigue empleando en los registros de vacunación. El nombre de Sputnik V se usa con fines comerciales.
Esa ‘V’ es de ‘vacuna’, pero también de ‘victoria’. Y ‘sputnik’, literalmente ‘satélite’, hace referencia a uno de los mayores triunfos de Moscú en la competición con Estados Unidos durante la Guerra Fría: así se llamaba el artilugio que la Unión Soviética lanzó al espacio en 1957.
Esta retórica triunfalista ha contribuido a dañar la imagen de la vacuna en el extranjero. Dmitriev admite hoy que infravaloraron «lo mucho que en Occidente se asocia la Sputnik con una carrera entre países». Y en esta crisis no hay que competir, hay que colaborar.
Especialmente complicada está siendo la relación con la Unión Europea. «En Europa se tiene la impresión de que es la Sputnik V la que está presionando para entrar, como si fuese una necesidad rusa y no al revés: es Europa la que necesita a la Sputnik», sentencia Dmitriev. Rusia, añade, ya cuenta con socios comerciales de sobra.
«Primero dijeron que habíamos robado la formula; luego, que era ineficaz o peligrosa. Ahora solo les queda un argumento: que es rusa»
Dmitriev cree que tras las reservas hacia la Sputnik se encuentran las grandes farmacéuticas y sus potentes lobbies: «Han querido acabar con ella. Primero dijeron que habíamos robado la fórmula; luego, que no la habíamos registrado adecuadamente; después, que era ineficaz o que era peligrosa -dice-. Y ahora que todas esas objeciones han quedado despejadas llega el argumento último: que es rusa».
Los políticos de Bruselas están a la espera de que la Agencia Europea del Medicamento (EMA) recomiende la autorización de la vacuna para su territorio, lo que puede suceder en los próximos meses. «Nos sorprende mucho que la Comisión Europea no haya iniciado las negociaciones para la compra de la Sputnik», dice Dmitriev. Sobre todo porque sí lo hizo con otros fabricantes antes de que estos recibieran la preceptiva licencia. La EMA comenzó el procedimiento acelerado de evaluación de la Sputnik en marzo, a pesar de que Rusia presentó la solicitud el 21 de enero, según afirma Putin. La EMA lo niega.
Los expertos de la EMA tienen previsto viajes a Rusia para visitar plantas de producción y hospitales y analizar los datos clínicos disponibles. «Rusia tiene que aportar todos los datos necesarios y permitir un examen independiente», reclama el portavoz de sanidad del Partido Popular Europeo en la Eurocámara, Peter Liese.
Sin embargo, cuanto más tiempo se prolongue esa evaluación por parte de las autoridades europeas, menor será la contribución que la Sputnik pueda hacer en la lucha de la Unión Europea contra la pandemia. Thierry Breton -comisario europeo de Mercado Interior- afirma que la Sputnik V «no es necesaria», que para el verano ya se dispondrá de un suministro suficiente de vacunas de varias marcas. El portavoz de sanidad del Partido Popular Europeo, en cambio, tiene otra opinión: «Debemos recurrir a todos los medios disponibles y que cumplan con los criterios de la EMA». El debate está abierto.
Otra duda es si los rusos serán capaces de suministrar grandes cantidades de su vacuna. «Ahora mismo no tenemos dosis suficientes para Latinoamérica, África y Asia -reconoce Dmitriev-. Pero después de junio ya podríamos entregar a Europa dosis para vacunar a 50 millones de personas en entre tres y cuatro meses».
Mientras Europa duda, en otros lugares del mundo la vacuna rusa ya ha emprendido una marcha triunfal, especialmente en Latinoamérica. Argentina es el mercado más importante de la Sputnik V: cuatro millones de dosis entregadas; otros 20 millones encargados y a un precio económico, diez dólares la dosis. En un continente muy afectado por la pandemia, Moscú se ha convertido en un salvavidas. Además de Argentina, otros seis países de la región han comprado su vacuna: Brasil, México, Bolivia, Venezuela, Paraguay y Nicaragua. Por ella han apostado sobre todo gobiernos de izquierdas.
Un éxito fuera, muchas dudas dentro de Rusia
Hay un país del que cabría esperar que estuviese recibiendo mucha más ayuda por parte de Moscú… y ese país es precisamente Rusia. Mientras que la Sputnik V se vende fuera a bombo y platillo, en casa la campaña de vacunación está casi parada. Y lo está por falta de dos elementos fundamentales: dosis y personas dispuestas a vacunarse.
La ciudad de Veliki Nóvgorod es un buen ejemplo. En esta antigua localidad al noroeste de Moscú apenas se ven indicios de que haya una pandemia. Las tiendas y los restaurantes están abiertos y casi nadie lleva mascarilla. Rusia vive con la engañosa sensación de haber salido bien parada del coronavirus.
Mariya Grenz fue una de las primeras personas de la ciudad en recibir la Sputnik V. Fue en septiembre, cuando se empezó vacunando a los médicos. «Daba algo de miedo», dice, pero lo cierto es que no sufrió ningún efecto secundario reseñable. La doctora Grenz, de 41 años, es la encargada de organizar la campaña de vacunación en la zona. Por el momento ni el 5 por ciento de la población adulta de la ciudad ha recibido una dosis. «Es muy poco», admite. El objetivo que le ha puesto Moscú es tener vacunados al 60 por ciento de los adultos para finales de junio. La necesidad de aumentar la producción de la vacuna fue el tema central de una reciente videoconferencia mantenida por Vladímir Putin con los principales fabricantes rusos. También tienen grandes esperanzas puestas en la producción en el extranjero, sobre todo en India. La previsión es que a finales de año se hayan fabricado dosis para 700 millones de personas.
Pero lo cierto es que en estos momentos, más que escasez de dosis, en Rusia lo que hay es escasez de personas dispuestas a vacunarse. Según una encuesta, solo el 30 por ciento quiere hacerlo con la Sputnik V. Uno de los motivos es que el Kremlin lleva meses restándole importancia a la amenaza que representa el virus.
«Es la competencia la que está haciendo experimentos con seres humanos», dice el investigador jefe. Mientras, en Rusia, solo el 30 por ciento de la población quiere ponerse la Sputnik
En los medios de comunicación estatales no se habla de mortalidad, aunque el país ha registrado 465.000 fallecidos desde el comienzo de la pandemia. Tampoco hay advertencias sobre la amenaza que suponen las nuevas mutaciones. Al ritmo actual, Rusia necesitaría tres años para administrar esa primera dosis a la mitad de su población.
Los investigadores del Centro Gamaleya tienen motivos para sentirse decepcionados con sus compatriotas. Alexander Ginzburg se lo toma con estoicismo: «Estas decisiones tardan en calar entre la gente, hay que madurarlas», afirma.
Da la sensación de que los propios rusos, y no solo Putin, consideran la Sputnik V más un logro al servicio del prestigio internacional de Rusia que al servicio de la salud de sus ciudadanos. Algo que, desde fuera, se percibe de forma parecida a como en su día pasaba con los éxitos de la carrera espacial. Visto así, el nombre de la vacuna ha estado bien escogido.
Foto apertura: el biólogo Alexander Ginzburg dirige el centro de investigación donde se creó la vacuna rusa. Aquí posa en su despacho.
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