Con motivo del 40º aniversario de la Compañía Nacional de Danza, hablamos con cinco de sus bailarines sobre cómo viven su profesión y cómo esta afecta a sus vidas. Por Diego Bagnera / Fotografías: Hervás&Archer
Alessandro Riga
Primera figura de la Compañía Nacional de Danza. Lleva seis temporadas. Graduado en la escuela del Teatro de la Ópera de Roma, antes fue solista y bailarín principal del Semperoper, de Dresden, y del Maggio Musicale Fiorentino, de Florencia, bailando con estrellas de la talla de Sylvie Guillem. Nació en Crotone, Italia, hace 33 años.
- Lo que más valoro de estar aquí: que es una compañía que gira mucho y te permite bailar en diferentes ciudades, con públicos distintos, enfrentándote a una variedad de repertorio muy amplia, en la que pasas de los grandes clásicos a bailar cosas muy contemporáneas. Eso es superimportante para crecer como artista. Y luego también el hecho de vivir en España, donde se vive realmente muy bien. Puedes estar, si no, en compañías también maravillosas, con otros atractivos, pero que implican vivir en ciudades, digamos, más ‘difíciles’. Y yo aquí en España vivo muy bien.
- ¿Lo más duro? Pues esto mismo tan positivo de la variedad de repertorio: a veces tienes que pasar de un estilo a otro de forma muy rápida, y eso a veces puede ser complicado para el cuerpo. Exige estar siempre muy entrenado, muy listo para hacer cosas distintas. Y eso es una carga extra a la que ya de por sí tiene cualquier bailarín. Suelen ser cosas no tan traumáticas como una lesión, pero sí lo notas en el esfuerzo cotidiano de empezar sencillamente a estirar por la mañana y pensar: ‘Jo, a veces solo por esto cambiaría de profesión…’ [ríe]. Esto en realidad se piensa todas las mañanas… [risas]. Pero, mira, con todo, cada día seguimos aquí. La danza es siempre una relación de amor y odio, sobre todo cuando estás muy cansado y empiezas a sentir dolores puntuales leves aquí y allá. Las lesiones son muy comunes, pero es cierto que son lesiones muy micro, muy pequeñas, pero claro, son los momentos más duros para un bailarín, enfrentarse a las lesiones. Mentalmente, son muy minantes.
- ¿La alimentación? Yo tengo suerte, porque puedo comer lo que quiero. Pero es normal que tengas que tener cuidado, porque no todas las cosas –aunque no te hagan engordar– te son útiles para lo que tienes que hacer el día siguiente. Si una noche tomas solo helado, al día siguiente no vas a tener las suficientes energías para trabajar. Pero vamos, aparte de esto, yo, por suerte, si quiero algo, me lo como perfectamente.
- ¿Qué le falta a la CND para ser aún mejor? Un teatro que pudiésemos llamar nuestra casa y en el que crear nuestro propio público, pero a nivel de repertorio, de funciones fuera de España, yo creo que no le falta casi nada a esta compañía. Tiene muchísimo potencial y se ha visto en estos años con José Carlos Martínez. Es una compañía que, con los poquitos recursos que tiene –en comparación a otras compañías, nos dan muy poco dinero–, somos capaces de hacer muchas cosas.
- ¿Un coreógrafo predilecto de todos los grandes que has bailado? William Forsythe. Sin duda. Ha renovado la visión del ballet clásico, llevándolo también a extremos. Para mí es nuestro genio, el genio contemporáneo.
Cristina Casa
Primera bailarina de la Compañía Nacional de Danza. Lleva tres años. Previamente estuvo en el Royal Ballet de Flandes (Amberes), durante casi cuatro años, y antes, otros ocho en el Corella Ballet Castilla y León, de Ángel Corella. Nació en Madrid hace 36 años.
- ¿Qué es lo que más valoro de estar aquí? Cuando empiezas en la danza, sabes que, salvo que entres en esta compañía, no vas a poder bailar en España, para tu público. Yo siempre he tenido claro que me iba a tener que ir fuera. Y bueno, me fui, pero, por suerte, al final volví. Valoro también mucho, como apunta Alessandro, la diversidad de lenguajes y estilos que tocamos, la versatilidad que te da la opción de desarrollarte y crecer como bailarín. Eso es genial.
- Un gran momento como bailarina. Por lo mismo que acabo de decir, la noche que estrené Don Quijote en en el teatro de la Zarzuela. Era la primera vez que bailaba en Madrid y fue gracias a que vine a la Compañía Nacional de Danza. Fue precioso. Estaban todos mis amigos, mi familia apoyándome, bailarines. El día anterior, recuerdo, no podía ni comer de los nervios: era el ensayo general; eres nueva, todo el mundo te mira. Guau. Qué presión. Aún lo recuerdo. Pero lo guardo con mucho cariño. En el momento en que todo eso está pasando no reparas en ello ni puedes detenerte a pensarlo, porque la emoción te bloquearía y te impediría bailar, pero al terminar te das cuenta de que has bailado también con todo eso.
- ¿Lo más duro de llevar? El mantenerse. Ya no es solo llegar a donde tú quieres, sino mantenerte día a día, aunque te levantes por la mañana hecha polvo y tengas pequeños dolores que te hacen sentir que estás forzando la máquina. Y tienes que calentar, pero vienes y te pones otra vez, y piensas: ‘ya estoy metida hasta el cuello…’ jajajaja, y tiras un día más para adelante. Al margen de esto tan físico, hay que estar también muy fuerte de mente. Las lesiones, obviamente, son físicas, pero a veces vienen también porque tu mente no está centrada o tienes algún desajuste. Creo que hay una correlación entre cómo estás tú a todos los niveles y las lesiones. Por eso, cuando suceden, hay que intentar darle la vuelta en todos los planos de tu vida.
- ¿Una tentación alimenticia? De niña, no me gustaban nada los dulces, hasta que los descubrí con 19 años. El chocolate, por ejemplo, me pierde. Negro, con leche, blanco y con todo [ríe]. Y como al día siguiente lo quemamos todo, pues, como lo que sea sin culpa alguna.
- ¿La maternidad? Yo no soy madre, pero esto para una bailarina ha sido siempre todo un tema, sí, pero hoy está mucho más normalizado. De hecho, no tanto en esta compañía, pero en la de Amberes, sí tenía muchas compañeras mamás. Y era bastante normal. Veías a las bailarinas venir, hacer la clase con una tripa ya muy grande, dar algunos saltos, y era una maravilla verlo por lo que implica de normalización. Ya pasó aquella época en la que una bailarina no podría ser madre. Y para conciliar, allí en Amberes, también reciben bastantes ayudas por parte de la compañía y de la administración; hay sitios en los que hasta tienen guardería. Y esto yo creo que va a más en general en todos lados.
Álvaro Madrigal
Bailarín solista de la Compañía Nacional de Danza. Lleva siete años. Entró con 19 años y esta es su tercera compañía. Empezó con 17, en el Corella Ballet, como aprendiz, y a los 18 ingresó en el Sarasota Ballet, en Florida, Estados Unidos. Nació en Sevilla hace 26 años.
- Lo que más valoro de estar aquí. Yo estaba bien en Estados Unidos, pero en cuanto surgió la posibilidad de entrar en la Compañía Nacional, lo tuve claro, porque para mí es importante apoyar la danza en España. Y es que todos nos vamos marchando al extranjero, porque aquí está fatal para trabajar. Superdifícil. Económicamente, no hay ningún tipo de ayuda para las compañías. Entonces, si tienes la oportunidad de estar aquí, tienes que estar. Y para mí, es un orgullo y un honor ser parte de esto. Y también, claro, el poder trabajar en tu país, que es un gusto, y estar cerca de la familia.
- ¿Lo más duro de ser bailarín? Bueno, esta ya es en sí una profesión muy difícil por la exigencia física y mental que requiere, el nivel de dedicación que implica: no puedes tener la vida de cualquier persona. Tienes que cancelar muchos planes para dedicarte más a tu trabajo, concentrarte en tu carrera, que es una carrera muy corta. Lo haces con mucho gusto, porque te merece la pena, pero imagina que yo he entrado aquí con 19 años; pues eso, todos los viajes, eventos, fiestas y cosas compartidas a esa edad con tus amigos, gente con la que te has criado, pues han quedado en un segundo plano. No puedes conciliar eso. Sacrificas mucho, porque ahora mismo lo primero en tu vida es tu trabajo y la danza.
- Nueva dirección en la Compañía Nacional de Danza. Sabemos que el nuevo director [Joaquín de Luz] no lo va a tener fácil, porque, lamentablemente, las cosas no van a mejor en temas de danza en España, pero, claro, yo confío mucho en él, al igual que he confiado y confío en José Carlos. En lo que confío menos, y me gustaría confiar más, es en las ayudas, en lo fácil que lo va a poner el nuevo gobierno. Esas cosas no dependen en verdad mucho de un director.
- ¿Solo bailarín o también coreógrafo? A mí me gusta mucho coreografiar. De hecho, de niño siempre cogía las músicas y estaba haciendo coreografías en mi cabeza. Pero me impone mucho tirarme a la piscina y probar a hacer algo en serio. No me he animado aún. Soy un poco cobarde aún en esto [ríe]. Pero sí, debería quitarme el miedo en algún momento y tirar para adelante. Ya veremos.
- ¿Qué aporta la danza a una sociedad? En la danza se expresan y se ‘dicen’ muchas cosas a un nivel diferente de las que se dicen de normal. Es la forma de expresión más básica: que es el movimiento, anterior al lenguaje. Y me parece muy necesaria tanto para el bailarín como para el espectador. Cuando ves danza, sales con un estado de ánimo o un sentimiento diferente que te hace ver las cosas desde otro lugar.
- ¿Qué hay en mi Spotity? Uy, de todo. Mis vecinos deben flipar: puede estar sonando un tecnazo y, de pronto, una sevillana, y luego música clásica o un aria de ópera, o algo de pop. Escucho de todo. Depende del día, del estado de ánimo… Y sí, desde luego, me dejo llevar. Siempre le estoy bailando a mi compañera de piso. Me encanta bailar en mi casa; tengo, además, un armario con un espejo gigante y estoy ahí delante para aquí para allá, improvisando ‘coreos’… No creándolas, pero sí bailando, sin más. Siempre estoy bailando. Vivo bailando.
Ana Pérez-Nievas
Cuerpo de baile de la Compañía Nacional de Danza. Lleva cuatro años. Entró con 17. La CND es su primera compañía. Nació en Madrid en 1997.
- Lo mejor de estar aquí: el buen ambiente para trabajar, tanto para concentrarse como cuando necesitas energía de los otros. Da igual el día que tenga: sé que voy a estar bien acompañada, que no va a haber nada que me moleste de la gente ni de nada. Aquí siento que todo depende mucho de mí, sin interferencias.
- Lo más duro: Es algo complejo de explicar, pero el hecho de tener una, digamos, ‘fachada emocional’ en el mundo del trabajo puede hacer que a veces te pierdas un poco. Es decir, sabes que tener una determinada actitud, tomarte las cosas de un modo muy positivo te ayuda luego a bailar mucho mejor, pero también sabes que, en el momento en el que haya algo en tu cerebro o en tus emociones que no funciona, eso te puede perjudicar: a la gente le gusta mucho ver a alguien que emocionalmente esté muy seguro, a alguien pleno. Y flaquear un poco en ese sentido me asusta un poco, me da miedo, y no lo expreso con facilidad ni lo conozco. Lidiar con esto puede ser complicado, porque te das cuenta de que, en este sentido, a veces tienes que demostrar cosas que no son del todo ciertas respecto de lo que te pueda estar pasando.
- Lesiones: miedo y prevención. Yo más que ir mucho al fisioterapeuta, voy mucho a yoga, y de momento, quizá porque aún soy muy joven, no he tenido muchas lesiones, aunque sí algunos problemas desde pequeña. De hecho, habría querido entrar en la compañía un año antes, pero no pude porque tuve que estar en cama tres meses: se me rompieron el astrágalo y el escafoides del pie derecho, en el que tenía, además, una tendinitis en el telón de Aquiles y otras cosas de haber ido tirando, lesión tras lesión, compensando, sin parar. Eso también enseña, y mucho [ríe]. Y aprendí aún más cuando empecé a ir a yoga. Era como una sanación inmediata. Tenía la sensación de que me habían dado un masaje por todo el cuerpo y me habían curado. Las articulaciones funcionaban mejor, al día siguiente era más fácil estirar, coger el tono muscular; todo un aprendizaje. Empecé a practicar a diario y me obsesioné. Estuve yendo seis meses todos los días. Cuando cojo las cosas, así, con ganas, pues… a todas o nada [ríe]. Tengo que aprender también de eso todavía. Pero ya voy menos, y poco a poco aprendo a compensar.
- Mente y cuerpo. Lo que señala Cristina es cierto: en esto de las lesiones, hay una correlación entre mente y cuerpo. Para mí, es lo principal. La mayoría de las veces, cuando tengo carencias o no me encuentro bien o hay algo en mi vida que no está funcionando bien, es cuando cae la lesión. Es así. Y lo peor, creo, es no reconocerlo. No reconocer que mucho parte de ahí. Porque estar en ese limbo de ‘no sé por qué tengo este dolor, estoy haciendo todo lo posible por mejorar y tal’ no siempre resuelve por sí solo los problemas. A veces, si sigues sin más en tu rutina y esperas que los cambios vengan de fuera, no funcionan las cosas.
- Importancia de la danza. Como el ser humano, también la danza ha tenido una evolución. Es muy interesante ver cómo nuestro cuerpo ha ido evolucionando y cómo se lo lleva ahora hasta el extremo al que se lo lleva, o cómo se juega ahora en el escenario con sensaciones y emociones. Por encima de todo esto ha pasado el tiempo y ahora mismo, digamos, al igual que el ser humano respecto de su origen, estamos en danza al máximo de evolución. Aquí en España probablemente no tanto como en otros sitios con más posibilidades de desarrollo y medios, pero en algunos sitios del mundo sí se está dejando esa huella. Entonces, en solo diez años ya será otra vez distinto a cómo procesamos ahora las cosas con el cuerpo. Solo por eso ya merece la pena seguir de cerca la danza, apoyarla y valorarla: para ver qué es lo que hemos logrado hacer con nuestro cuerpo hasta ahora y seguir viendo hasta dónde llegará.
Benjamin Poirier
Cuerpo de baile de la Compañía Nacional de Danza. Lleva cinco años. Antes pasó cuatro años por el Ballet de la Ópera de Leipzig, y luego otros dos por la Compañía Nacional de Danza de México. Nació en Vire, Francia.
- Lo que más valoro de estar aquí. Yo vengo de una escuela de danza muy clásica, y en Leipzig hice mucho neoclásico, pero un tipo especial de neoclásico. No había bailado mucho Forsythe, un coreógrafo del que aquí sí bailamos muchas piezas. Y al principio me encontraba como algo raro en mi cuerpo: no entendía cómo hacer sus movimientos para que se vieran bien. En ese caso, inspirarme en vídeos de otras compañías y la ayuda de los compañeros de aquí fueron muy importantes, pero a veces te ayuda mucho también alguien de fuera que ha trabajado con ese coreógrafo y, de pronto, saca algo de ti que tú no sabías que tenías. Eso pasó conmigo: vino una persona de la fundación de Forsythe, vio algo en mí, me ayudó a verlo y ahora estoy haciendo muchas cosas de Forsythe, y me encantan. En cosas como esta reside la importancia de estar en una compañía tan versátil y con una diversidad de repertorio como la que tenemos. Te lleva a superarte a ti mismo y a hacer cosas que no sabías que podías hacer hasta que alguien te las descubre y te las muestra para que puedas verlas.
- ¿Lo más duro de llevar? Tal vez, las giras. Tenemos muchas y, a veces, desde el punto de vista personal, es difícil conciliar tu vida con el trabajo. Pasas bastante tiempo lejos de casa y de tus afectos y eso a veces puede ser difícil. Cuando estamos aquí, lo disfrutamos un poquito más, pero generalmente, si estamos en Madrid, es porque tenemos que aprender un nuevo ballet, nos quedamos como un mes o más y ahí, pese a que estás en tu casa, es también muy duro, porque hay mucho que aprender y trabajar muy duro.
- ¿Por qué estar en España y no en Francia, Bélgica, Alemania, países a priori más favorables económicamente para la danza? Somos bailarines porque nos gusta el arte de la danza. Si yo hubiese querido ser rico, no me dedicaba a ser bailarín. Es verdad que hay compañías en París en las que se gana mucho mucho más, pero aquí me encuentro muy a gusto. Me encanta la calidad de vida de Madrid, y estoy cerca de mi país. A la vez, al ser una compañía que gira bastante y en la que se me permiten hacer a veces algunos papeles solistas, vas ganando unos pluses de dinero por ello y eso también compensa.
- ¿Qué le aporta la danza una sociedad? Aporta por un lado diversión, pero, sobre todo, historia: los clásicos que hacemos pueden ser aburridos para determinadas personas, pero hay otras muchas a las que les encanta ver lo que los seres humanos hacíamos antes con el movimiento y con la danza, en los primeros ballets clásicos, hace cientos de años atrás, y eso hace que la danza sea también como un museo vivo: estás en un teatro, sentado, y ves cómo en esa caja que tienes delante aparecen mágicamente otros tiempos y puedes ver cómo se movía la gente en otras épocas. Y luego tiene la importancia de que es arte. Desde luego que hay otros factores muy importantes en la vida –económicos, políticos, sanitarios, etc–, pero creo que también necesitamos un poco de arte en este mundo para hacernos soñar un poco y recordarnos que no todo es competencia por sobrevivir.
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