Más de 2500 familias viven del circo en nuestro país. Marginados por el mundo de la cultura y las administraciones, la pandemia los ha puesto definitivamente contra las cuerdas. El fotorreportero Álvaro Ybarra Zavala retrata la agonía del que fuera el mayor espectáculo del mundo. Texto y fotografías: Álvaro Yvarra Zavala
Circo, la vida en el alambre en tiempos de coronavirus (en imágenes)
El fotorreportero Álvaro Ybarra Zavala retrata la agonía del circo en nuestro país. Más de 2500 familias que históricamente vivían de sus actuaciones se han visto abandonadas por la cultura…
El 13 de marzo de 2020, Nacho Pedrera estaba en Ávila, en la taquilla del Circo Quirós. Preparaba, como cada día, una nueva función cuando vio llegar a los agentes de Policía. «El circo tiene que cerrar». No podía siquiera imaginar que, diez meses después, seguiría cerrado. «Pensábamos que serían no más de quince días y que después volveríamos a lo de siempre –recuerda–. Desde entonces no hemos vuelto a actuar».
Tras la declaración del estado de alarma, los 45 circos españoles y sus más de 10.000 trabajadores quedaron varados en tierra de nadie. La gran mayoría, como el Quirós, regresó a sus bases. Muchos, sin embargo, no pudieron, como el Circo Olimpia, atrapado en Lalín (Galicia). «Los circos como el nuestro, familiar, pequeño, no son un negocio, son una forma de vida –cuenta María José Micaelo, su propietaria–. Cuando nos dijeron que no podíamos actuar, acabábamos de levantar la carpa y no podíamos ir a ningún sitio. Además, ya habíamos invertido en toda la publicidad para Orense, el siguiente destino. Yo tuve miedo. Por suerte, la gente de Lalín se volcó con nosotros y sobrevivimos durante el confinamiento. Les estaremos eternamente agradecidos».
La industria cultural, y en especial el circo, es uno de los sectores que, desde el punto de vista económico, más se ha visto perjudicado por la pandemia. Ignorados por el resto del mundo de la cultura y asociados por las administraciones al sector de ferias ambulantes, al que no pertenecen, la COVID-19 ha llevado a los circos de España, de cuya actividad dependen más de 2500 familias, a una situación límite.
«Hay conciertos, se abren cines, teatros, bares, centros comerciales…, pero a nosotros no nos dejan trabajar. Muchos artistas comen gracias a Cáritas, Cruz Roja o Protección Civil»
«Los ayuntamientos organizan todo tipo de eventos, conciertos incluso; abren centros comerciales, cines, teatros, bares, parques de ocio y un largo etcétera de locales con mucha afluencia de gente, pero a muchos circos, que cumplen con todos los requisitos, no les autorizaron a trabajar hasta hace unas semanas –denuncia Nacho Pedrera, portavoz de la asociación Circos Reunidos–. Muchas empresas y sus artistas están comiendo gracias a Cáritas, Cruz Roja o Protección Civil». Ante las dificultades, algunos empresarios se ofrecieron a realizar sus funciones al aire libre, para mitigar así el riesgo de contagio, «pero muchos ayuntamientos dijeron que ni siquiera así».
El Gran Circo Holiday es otro de los circos en situación límite. Justo Sacristán, director de este negocio familiar de varias generaciones con base en La Rioja, lleva toda la vida en la pista y nunca había vivido un momento tan difícil y complejo. «Cuando terminó el confinamiento, intentamos remontar saliendo de gira, pero fue un fracaso –lamenta–. Todo eran dificultades. No bastaba con adaptarse y cumplir las normas».
Antes de la pandemia, el mundo del circo tradicional ya pasaba por horas bajas ante la aparición de nuevos modelos de espectáculo, como el Cirque du Soleil, la presión del sector animalista –en lugares como la Comunidad Valenciana está prohibido actuar con animales– y la cada vez más compleja burocracia que los ahoga con tasas e impuestos, pero los profesionales no se dan por vencidos y luchan por no desaparecer.
En España, el Circo Italiano es uno de los grandes referentes de esta lucha por la supervivencia. Fundado en 1958 por el toscano Claudio Rossi, pertenece hoy a sus hijos, sexta generación circense de la dinastía. Marco, uno de los hermanos, se convierte cada noche frente al público en el Gran Payaso Capitano. Por el día, sin embargo, es el responsable de que todos los detalles del circo estén listos para la siguiente función. «En el circo haces de todo. Aprendes a soldar, mecánica, coser; lo que haga falta –explica–. Pero este mundo ya no es como antes. Toca luchar más que nunca y reinventarse; de lo contrario, mueres».
Mientras Marco asegura la carpa principal para su reestreno en Santander, en la pista los artistas ya ensayan el último número del espectáculo para el gran día. Sonia Miranda, directora artística del circo, dirige el ensayo. Sabe lo mucho que se juegan esta noche tras haber logrado que se levantara el veto impuesto por el Ayuntamiento de la capital cántabra por motivos de seguridad sanitaria.
«Hoy nos jugamos muchísimo y, después de todas las dificultades que hemos tenido que sortear para poder trabajar, no podemos fallar –dice Sonia–. Así es nuestra realidad COVID. Puedes ir al cine, al teatro, a un restaurante, pero no al circo. No lo entiende nadie».
A las seis y media de la tarde la gente va llenando poco a poco el aforo limitado que, por motivos de seguridad, ofrece la gran carpa central del Circo Italiano. Sídney Vassallo Rossi observa discretamente al público que entra. «A pesar del viento y la lluvia, la gente vino al reestreno; es una buena noticia», cuenta mientras estira y calienta antes de la función. Tras las bambalinas del circo, el ritmo es frenético. Sídney repasa junto con sus hermanas los últimos detalles de su número. Como parte de la sexta generación de una familia ligada al circo, sabe que cada función es única y, como tal, en cada una de ellas se juegan el futuro del oficio que tanto aman. «El boca a boca es la mejor publicidad para que la gira tenga éxito, no se puede fallar», asegura Sídney.
Suena entonces la música, se apagan las luces y, una vez más, regresa la magia del circo tradicional, el circo de los trapecistas, los malabaristas, los payasos… El circo de siempre.
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