El sueño roto de Napoleón

La batalla de Abukir, entre las tropas francesas y británicas, fue el final del proyecto de Bonaparte: repetir las hazañas de Alejandro Magno.

 ¿Dónde está el pene de Napoleón?

A comienzos de 1801 lord George Keith, comandante de la escuadra británica en el Mediterráneo, dirigió su Armada hacia Egipto. Debía llevar un ejército de 18.000 hombres, proteger su desembarco y poner fin al dominio francés sobre aquel territorio. El general Abercromby eligió Abukir para desembarcar a sus tropas, que fueron atacadas por el general Menou el 8 de marzo, causándoles daños importantes pero sin lograr desalojarles. Volvieron los franceses a la carga el 21 de marzo y esta vez Abercromby les venció en una porfiada batalla en la que resultó herido, falleciendo poco después.

La vanidad de Bonaparte

Esta batalla es el epílogo del sueño egipcio de Napoleón, que empezó en 1798 cuando concibió repetir la hazaña de Alejandro: alcanzar India a partir de Egipto. En semejante sueño intervenían la vanidad de Bonaparte de igualarse al gran caudillo macedónico y su genio estratégico: amenazar el imperio británico en India.

Egipto estaba en poder de los mamelucos, señores feudales que gobernaban en nombre del sultán turco. Napoleón esperaba eliminar aquella aristocracia y atraerse a los egipcios con la libertad de la Revolución francesa. Así que desembarcó en Egipto (junio, 1798), tomó Alejandría y venció a los mamelucos en la batalla de las Pirámides (julio). Pero su flota fue derrotada por Nelson en la costa de Abukir y la población, aunque no apreciaba a los mamelucos, no mostró ninguna simpatía por los nuevos amos, cuya rapacidad era superior y, como no eran musulmanes, ofendían continuamente sus creencias.

Napoleón no se arredró. A comienzos de 1799 avanzó hacia India, pero no llegó lejos. La flota inglesa reforzaba las guarniciones turcas de Palestina, las aprovisionaba y defendía con sus cañones, hasta el punto de que Napoleón no pudo lograr la rendición de San Juan de Acre. Ante las dificultades de la empresa y la epidemia de peste que azotó a su ejército, Bonaparte regresó a Egipto a mediados de 1799 y, convencido al fin de la inutilidad de su esfuerzo, regresó a Francia en agosto.

Una dinastía peligrosa

En Egipto se quedó un ejército y un gobierno militar francés comprometido a defenderse allí durante un año en espera de refuerzos. A la muerte del primer gobernador le sucedió en el mando el general Menou, casado con una egipcia de la aristocracia, que comenzó a soñar con la fundación de una dinastía franco-egipcia protegida por París. Su proyecto era tan viable que Londres decidió terminar con aquella latente amenaza. Así, a comienzos de 1801 envió a sus soldados, que vencieron a Menou en Abukir. Tras su derrota, el general francés se refugió en Alejandría y resistió el asedio británico hasta el verano. El 30 de agosto de 1801, sin medios ni esperanzas de refuerzos, Menou capituló con los restos del ejército que había llegado a Egipto tres años antes.

La piedra de Rosetta

En los tres años de presencia francesa en Egipto, la costa y territorio de Abukir fue un continuo campo de batalla. La primera enfrentó al almirante Brueys con Nelson; tras seis horas de lucha, los franceses huyeron. En la segunda, Napoleón venció a un ejército turco que había desembarcado bajo protección británica. Antes de la tercera, los franceses fortificaron la zona. En el curso de esos trabajos fue hallada la piedra de Rosetta, una pieza que sería clave para descifrar los jeroglíficos egipcios.

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