Las médicas apenas podían trabajar. Hasta que en 1915 nació un hospital con todo el personal femenino. Atendieron a 26.000 soldados y luego las marginaron. Por Fátima Uriburri / Colección Cook-Dickerman / Familia Anderson
Al estallar la Primera Guerra Mundial, los hombres partieron al frente; las mujeres ocuparon sus empleos; y las sufragistas, como Flora Murray y Louisa Garrett Anderson, salieron de las cárceles.
Flora y Louisa querían votar y también ejercer su profesión de médicas: solo les permitían trabajar en clínicas benéficas donde trataban a mujeres y niños; no podían atender a hombres y menos a militares. Louisa era hija de Elisabeth Garrett Anderson, la primera doctora de Inglaterra a pesar de las constantes trabas con las que se topó. La guerra dio una oportunidad a las pocas médicas de entonces.
Flora Murray contó su experiencia médica en la guerra en ‘Mujeres como cirujanas del Ejército’. Aquí (izquierda), antes de hacerse cargo del hospital de Londres, en el hotel Claridge de París reconvertido en un centro hospitalario. La cirujana Louisa Garrett Anderson (derecha) era hija de la primera mujer médica de Inglaterra. Estuvo en la cárcel por haber tirado adoquines durante una manifestación de las suffragettes, una escisión radicalizada de las sufragistas británicas.
Flora y Louisa, primero, se fueron a Francia a trabajar en hospitales militares. Paradojas del destino, allí Louisa curó las heridas del policía que la había arrestado. Los informes de los oficiales del Real Cuerpo Médico del Ejército británico fueron tan favorables que en 1915 el Ministerio de la Guerra les pidió que regresaran a Londres y se hicieran cargo de un hospital recién abierto en la calle Endell, en lo que había sido un enorme hospicio.
Se trataba de algo insólito: un hospital donde todo el personal era femenino. En cuatro años atendieron a 26.000 heridos.
El rey Jorge V y la reina Mary lo visitaron en febrero de 1916. Trabajaron allí 180 mujeres; pero, igual que la guerra les dio la oportunidad de trabajar, el fin de la contienda se las arrebató.
Antes de la Primera Guerra Mundial, a las doctoras solo se les permitía tratar a mujeres y niños
Regresaron los hombres y a ellas las mandaron a casa. Flora y Louisa retornaron a sus labores médicas benéficas. «Fueron aclamadas como heroínas de guerra, pero no encajaron con la hostilidad hacia las mujeres de la posguerra», explica Wendy Moore, autora de No es lugar para mujeres (Crítica), donde se recoge la historia de este hospital extraordinario.