Holanda se ha convertido en el nuevo ‘granero del mundo’. Y lo ha hecho aplicando la más sofisticada tecnología a la agricultura. Ya exporta tantos alimentos como Italia, Portugal y España juntos. Viajamos a su Food Valley. Por Ixone Díaz-Landaluce / Fotografías Luca Locatelli
En Westland, a las afueras de La Haya, no hay un solo centímetro cuadrado de tierra desaprovechada. Es un impresionante mar de paneles solares. Están instalados sobre los enormes tejados de los cientos de invernaderos que ‘tapizan’ la localidad. Por la noche se iluminan como si de una gran instalación artística se tratara, aunque en realidad las luces led de su interior se encargan de que los tomates, las cebollas o las patatas crezcan a un ritmo vertiginoso. Mientras tanto, los drones se ocupan de monitorizar los progresos de las plantas o la calidad de la tierra. Y las inclemencias del tiempo han dejado de ser una preocupación para los agricultores de la zona.

Este es el aspecto de una granja en Westland (Holanda). Están rodeadas de invernaderos que funcionan con tecnología punta y que dan un aspecto futurista al campo holandés. A pesar de las ganancias para el país y de las ayudas públicas, los críticos alegan que perjudica a los pequeños agricultores que no pueden hacer grandes inversiones en tecnología.
En Holanda, el viejo oficio de plantar frutas, vegetales y hortalizas ha dejado de ser un trabajo arcaico. De hecho, muchos jóvenes emprendedores escogen este sector para montar sus start-ups. Este es el espíritu que impregna Food Valley, un proyecto que ha conseguido convertir los Países Bajos en una auténtica potencia agrícola. Con apenas 41.000 kilómetros cuadrados de territorio, 17 millones de habitantes y una de las mayores densidades del planeta (más de 500 habitantes por kilómetro cuadrado), los Países Bajos son el segundo exportador de productos agroalimentarios del mundo después de Estados Unidos. En concreto, esta industria mueve unos 80.000 millones de euros al año. Más o menos lo que España, Italia y Portugal producen conjuntamente. Y, además, lo hacen ahorrando agua, eliminando progresivamente el uso de pesticidas, consiguiendo desterrar los antibióticos de la dieta de los pollos y tratando de evitar que sus cultivos tengan un alto impacto medioambiental.
La previsión es que habrá que producir más comida en los próximos 40 años que en los últimos ocho mil
Gracias a sus estudios, Holanda produce más tomates por kilómetro cuadrado que cualquier otro país en el mundo. Delphy es un centro de desarrollo dedicado a la investigación agropecuaria y financiado entre la universidad y el sector privado.
La universidad, detrás de la granja
Pero este pequeño milagro agrícola no es fruto de la casualidad. Hace dos décadas, el Gobierno holandés se propuso convertir el país en un referente de la agricultura sostenible bajo un lema ambicioso: «El doble de alimentos con la mitad de recursos». Sin embargo, Food Valley (bautizado así en un claro guiño a la meca tecnológica californiana) nunca hubiera cristalizado si no fuera por una institución clave: la Universidad de Wageningen, considerada uno de los centros académicos especializados en agricultura más punteros del mundo.

Uno de los invernaderos más grandes del mundo, destinado a crear las condiciones óptimas para el cultivo de lechugas y otros vegetales de hoja verde. La innovación también ha transformado los pesticidas y los fertilizantes, cuyo uso se ha reducido. Ahora, por ejemplo, para acabar con los arácnidos usan ácaros; y las lombrices protegen a los champiñones de las moscas.
En Wageningen se utilizan fotobiorreactores para producir microalgas, y sus instalaciones incluyen un museo que custodia más de 1200 muestras de tierra de todo el mundo. El centro cuenta con especialistas de disciplinas muy variadas (desde veterinarios e ingenieros medioambientales hasta economistas) de más de cien nacionalidades. Por eso, no es extraño que sus alumnos acaben ocupando puestos de responsabilidad en los ministerios de Agricultura de países asiáticos, africanos o latinoamericanos. De hecho, Wageningen tiene más de 140 proyectos en países en vías de desarrollo que están ayudando, por ejemplo, a mejorar la calidad del agua en Bangladés o la de las patatas en Etiopía.
Escenario apocalíptico
Pero además de solucionar los problemas cotidianos de regiones agrícolas de todo el mundo, los científicos de Wageningen piensan también en términos semiapocalípticos. En concreto, en las estimaciones poblacionales que prevén que en 2050 habrá diez mil millones de personas en el planeta. Y la conclusión está clara: con el aumento de la demanda de alimentos, o producimos más con menos, o nos enfrentamos a hambrunas de dimensiones desconocidas. Eso implica ahorrar agua, reducir las emisiones de CO2 y plantar más en un terreno cada vez más exiguo. Pero ¿cuánto más? Tanto que los números marean. «Habrá que producir más comida en las próximas cuatro décadas que todas las cosechas de los últimos ocho mil años», le contaba recientemente Ernst van den Ende, director del grupo de Ciencia de las Plantas del instituto de investigación de Wageningen.
Dar grillos a las vacas
La buena noticia es que en el Food Valley holandés trabajan a destajo para resolver el problema. Sea diseñando soluciones imaginativas al problema de las sequías extremas africanas o ideando nuevas formas de alimentar al ganado. Al parecer, es más fácil, más barato y más sostenible cultivar grillos que soja. También aportan soluciones imaginativas como hacer crecer tomates en fibra de basalto y yeso, en lugar de echando raíces en la tierra.

En Koppert Cress están especializados en berros, que se cultivan bajo una específica luz y temperatura. Pero se dedican también a microvegetales para restaurantes, especialmente los que buscan aportar a la mesa una ‘arquitectura aromática’.
El inhóspito clima holandés obliga a que la mayoría de las cosechas ocurran bajo el techo de ultramodernos invernaderos. Y eso también tiene sus ventajas. Por un lado, la iluminación led hace que los cultivos funcionen 24 horas al día aumentando notablemente la producción.
Gracias a este tipo de innovaciones, los agricultores holandeses han conseguido auténticas hazañas en los últimos 20 años. Por ejemplo, producir más tomates por kilómetro cuadrado que cualquier otro país en el mundo. Y utilizando muchos menos recursos. Estados Unidos necesita 127 litros de agua para producir un kilo de tomates; China, 284. Holanda, apenas 9. Algo parecido pasa con las cebollas, las patatas o las fresas. En solo 10 años, los recursos para cultivar estas últimas se han reducido a la mitad mientras que su producción ha aumentado casi un 50 por ciento.

Se llama UF De Schilde y es uno de los más grandes tejados dentro de una ciudad reconvertidos en huerto que hay en todo planeta. El edificio, antes una fábrica de televisores Philips, se ha convertido en un icono de La Haya, hasta el punto de que lo llaman el ‘Times Square agrícola’
Y su vocación universal: Food Valley opera ya en África, Sudamérica y China. Quieren, dicen, compartir sus secretos con el mundo. Porque de eso podría depender el sustento del planeta superpoblado del futuro.
PARA SABER MÁS
Te puede interesar
Despesques, el gran proyecto medioambiental de los grandes chefs
El agua que consumimos sin darnos cuenta
