En Tailandia, de donde son las imágenes de este reportaje, las peleas de gallos son especialmente cruentas y mueven cifras millonarias. Europa las considera maltrato animal, excepto Andalucía, Canarias y la región francesa de Calais. Por Carlos Manuel Sánchez/Fotos: EFE

El combate empieza con un desafío. Azuzados por sus preparadores, que los tienen sujetos, los gallos, frente a frente, se lanzan picotazos instintivos. Una vez que han identificado a su enemigo, son depositados en un ruedo y empieza una furiosa coreografía de aleteos y tarascadas, jaleada por el público, que acaba cuando uno de los gallos tumba al otro. O cuando lo mata, con un tajo certero de su espolón.

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Aunque están prohibidas las apuestas, el Gobierno tailandés concede licencias especiales para estas peleas. Que un apostante se deje 700 euros (el salario medio) en un combate es frecuente.

Las peleas de gallos siguen siendo legales en veinte países. Y gozan de una popularidad creciente por el auge de las apuestas. En Tailandia son un negocio millonario. Un gallo campeón puede venderse por unos 150.000 euros. Y las apuestas durante una pelea pueden alcanzar fácilmente los 300.000 euros. Tailandia aprobó una ley contra el maltrato animal en 2014, pero hace una excepción con las peleas de gallos, alegando que se trata de un deporte.

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Los gallos se someten a un duro entrenamiento, incluso se utilizan muñecos con forma de ave a modo de ‘sparrings’. Se les recorta el plumaje y se les amputa la cresta

La excepcionalidad tailandesa se repite en otros países asiáticos y en Latinoamérica. Puerto Rico acaba de anunciar que mantiene las peleas de gallos, desafiando la ley federal de Estados Unidos. «No buscamos una confrontación con Washington, pero esa ley perjudica a una industria y una cultura», explicó la gobernadora de este territorio estadounidense, Wanda Vázquez. En Europa, las peleas de gallos están consideradas como maltrato, excepto en tres regiones: las comunidades autónomas de Andalucía y Canarias (en el resto del territorio español están prohibidas y el Código Penal incluso contempla penas de prisión) y el departamento francés de Norte-Paso de Calais.

En España, su regulación es de competencia autonómica. En Canarias se considera una actividad tradicional

En España, la regulación sobre peleas de gallos es de competencia autonómica. Canarias tiene una ley de protección animal que prohíbe los toros; sin embargo, permite los combates de gallos al considerar que es una actividad tradicional. El Gobierno canario amagó en 2019 con dejarlas fuera de la ley, pero finalmente no lo hizo por no enfrentarse al influyente colectivo gallero. Hay 52 asociaciones en el archipiélago, 1300 licencias para competir y miles de aficionados. La entrada a los combates es libre.

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En la provincia de Samut Prakan se levanta el Estadio Terdthai, el mayor coliseo tailandés. Hay veinte ruedos, además de la pista principal, con capacidad para 500 espectadores.

Es un espectáculo cruento, porque se derrama sangre; pero no es cruel, según los aficionados, porque el gallo de pelea lleva en sus genes el afán de dominación. «El gallo de pelea mata desde que es un pollo y no entiende la vida de otra manera», argumenta José Luis Martín, presidente de la Federación Gallística Canaria, que recuerda que en las islas se hacen peleas de gallos desde hace tres siglos. Y asegura que los animales no sufren daño, porque se les calzan espuelas de plástico, de no más de veinte milímetros, que no suelen ser letales, a diferencia de en los países latinoamericanos, donde se utilizan espuelas de acero. Para los grupos animalistas, la excepción canaria es una anomalía en la Unión Europea que no debería seguir existiendo.

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En los veinte países donde se hacen peleas de gallos se permite afilar sus espolones o reforzarlos con puyas de plástico (caso de España), acero, hueso o incluso cuchillas de afeitar.

GALLOS CON LIBRO GENEALÓGICO

El caso andaluz tiene su propia idiosincrasia. Aunque parezca contradictorio, Andalucía prohíbe las peleas de gallos desde 2003, pero dejó abierta la puerta a las llamadas ‘riñas’ o ‘tientas’, destinadas a la selección y mejora de la raza autóctona, denominada ‘combatiente español’. Las peleas se organizan en reñideros regentados por peñas. No se trata de un espectáculo abierto al público, como en Canarias. Tampoco se permiten las apuestas (aunque es difícil evitarlas entre particulares) y solo los aficionados federados pueden acceder al local. Los combates no pueden durar más de veinticinco minutos y acaban «con la pechuga sobre la tierra» de uno de los animales, no con su muerte (en la medida de lo posible), pues se trata de una práctica que tiene como objetivo preservar la raza, muy apreciada. Tanto que hay un gran mercado de exportación.

Andalucía permite las riñas destinadas a la selección y mejora de la raza. No son un espectáculo público

La Universidad de Córdoba hace un seguimiento genético de estos gallos, que se inscriben en un libro genealógico y llevan un tatuaje para facilitar su filiación. Y aunque las peleas no son a muerte, las heridas son habituales. «Algunos pierden un ojo o ambos en el curso de una pelea; y uno de cada diez muere», denuncia el Colegio de Veterinarios de Cádiz.

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Los gallos se mantienen aislados en jaulas antes de combatir. Se pesan para comprobar que son de la misma categoría. Los jueces también comprueban la medida de las espuelas.

Hay unos 9000 criadores, sobre todo en Sanlúcar de Barrameda, Jerez y Chiclana. Los animalistas denuncian prácticas que consideran crueles, como la amputación de la cresta. Por su parte, los criadores se quejan de que existe una doble moral y cierto desprecio urbano hacia lo rural. «Un broiler de granja (pollo para el consumo humano) vive 45 días. A mí un gallo de pelea, si es bueno y merece convertirse en padrote (semental), me dura 12 o 13 años», explica Julio Aguilera, criador sevillano. Los gallos son aptos para la pelea a los 18 meses. Son entrenados a diario, a veces se les hace correr en una cinta para fortalecer sus patas. Se cuida su alimentación y su descanso, reciben incluso masajes. Se les dan complejos vitamínicos. Y se les practican curas después del combate con aloe, antibióticos…

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En competiciones oficiales se permite que el gallo reciba inyecciones de vitaminas; en las peleas de barrio es frecuente el dopaje con drogas para estimular la agresividad.

Otra cosa son las peleas ilegales, que también han aumentado en los últimos años, a tenor de las decenas de redadas que se han producido. En España incluso se celebra, de manera clandestina, un campeonato nacional. Hace un año, la Guardia Civil desmanteló esta competición en Sangonera la Verde (Murcia). La operación se saldó con 182 detenidos, entre organizadores, criadores y asistentes. Se intervinieron 300.000 euros listos para apostar. En el operativo se confiscaron 103 gallos, seis de ellos ya estaban muertos.

En Tailandia, las peleas de gallos son un negocio millonario. Los combates son a un máximo de ocho asaltos de 22 minutos, pero pueden acabar antes con una de las aves malherida o muerta.

En Francia, las peleas de gallos son ilegales desde 1963, excepto en la región de Calais, donde hubo movilizaciones para evitar su prohibición. El general De Gaulle, presidente de la República entonces, tomó partido en favor de esta excepción. «Puesto que nos comemos a los gallos, hará falta que mueran de una manera u otra», dijo.

PARA SABER MÁS

Sistema nacional de información de razas ganaderas. Información del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación sobre la raza de gallos ‘combatiente español’.

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