Un mecánico, un militar, un empleado de notaría… Gente normal y corriente de la zona del Mar Menor se ha lanzado a proteger el caballito de mar. La laguna está enferma y este maravilloso animal, asustadizo y sensible, agoniza sin remedio. Por Carlos Manuel Sánchez y Ana Muñoz-Vera / Fotos: Javier Murcia / Asociación Hippocampus / Getty Images
• Así funciona un caballito de mar
Ocho buceadores, voluntarios de la Asociación Hippocampus, se sumergen en la playa del Galán, en La Manga del Mar Menor (Murcia). Bucean por parejas. Cada pareja se ocupa de un transecto, una franja de terreno prefijada en el fondo marino. Buscan caballitos de mar, como cada año desde hace catorce, en unas sesenta estaciones de seguimiento repartidas por la laguna. Dos biólogos marinos, Cristina Mena y Miguel Vivas, dirigen el muestreo. También hay un mecánico, un militar, un empleado de notaría… Gente corriente haciendo lo que se llama ‘ciencia ciudadana’. «Durante mucho tiempo, la ciencia ha estado en manos de una élite, a veces muy pomposa. Es importante que toda la sociedad participe en las investigaciones», explica Miguel Vivas.
Las aguas, aunque siguen empachadas de nitratos por los vertidos agrícolas, presentan en la costa de La Manga una transparencia aceptable sobre fondos de arena que alternan con praderas de algas; en otras zonas de la laguna no es así. Al entrar, los buzos se han encontrado una zona con fangos negros, anóxicos, que despiden el hedor penetrante del sulfhídrico, pero también rincones de una belleza extraordinaria. Quien tuvo retuvo. Y en su agonía, a causa de una eutrofización galopante, el Mar Menor sigue regalando paisajes de postal. Pero los científicos no se engañan. La crisis eutrófica que se desató en 2016 sigue agravándose. Y provoca un efecto dominó: el exceso de nutrientes lleva a una acumulación de fitoplancton; este bloquea la luz, lo que impide hacer la fotosíntesis, y el agua se vuelve irrespirable. Los niveles de oxígeno son los peores de los últimos meses. El resto de las constantes vitales (turbidez, salinidad, clorofila, potencial redox…) están descompensadas, como un enfermo con el sistema inmunitario por los suelos. Se temen nuevas mortandades de peces, como la que sucedió el pasado octubre. Pueden desencadenarse con cualquier factor que antes resultaba inofensivo: que suba la temperatura del agua un par de grados o unos días sin viento.
Los expertos temen una nueva mortandad de peces como la del pasado octubre. El drama puede desatarlo cualquier factor que antes era inofensivo, por ejemplo, unos días sin viento
Dos horas más tarde, los buceadores salen del agua. En sus cuadernos de acetato han anotado cada avistamiento en la zona de muestreo, que se han repartido en rectángulos de 110 metros de largo por 2 de ancho. La mañana ha sido descorazonadora: algunos ejemplares de pez aguja (Syngnathus abaster), una especie emparentada con el hipocampo; y un diminuto y solitario caballito de mar (Hippocampus guttulatus) sujetándose con la cola, a modo de ancla, a una hoja de caulerpa. Lo han medido, sexado y fotografiado. Es un alevín macho de 11 milímetros. El cuarto avistamiento en seis salidas al mar. Nunca, desde que empezaron los seguimientos en 2007, se habían visto tan pocos. «Son mínimos históricos. De una especie que en los años setenta habitaba la laguna por millones, hoy solo quedan unos pocos miles, quizá solo unos cientos», se lamenta Vivas.
Un ‘sin papeles’ que no se protege
El caballito está en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial. Sin embargo, esto no implica compromiso alguno para protegerlo por parte de la Administración. Sí que estaría obligada si se incluyera en el Catálogo Español de Especies Amenazadas, pues habría que poner en marcha un plan de gestión.
¿Por qué no se ha hecho hasta ahora? Porque no existen estudios técnicos o científicos que aporten los datos necesarios, excepto los de la Asociación Hippocampus, que se fundó precisamente para tratar de suplir esta carencia. Pero, al tratarse de una organización ciudadana, no se tienen en cuenta, a pesar de que Miguel Vivas -doctor en biología marina- trabaja como investigador en el Instituto Español de Oceanografía y todos los muestreos siguen a rajatabla el método científico. Llama la atención el desinterés oficial hacia el caballito, convertido en un ‘sin papeles’ de las especies en peligro. Su situación no es mucho mejor en el Mediterráneo, al igual que la de otros signátidos, familia de peces cuyos machos son los que dan a luz tras incubar los huevos que las hembras los trasvasan, como el pez aguja o el pez mula. En España, el principal reservorio está en el Mar Menor, pero también se ven en otros lugares del litoral mediterráneo, además de en las rías gallegas y las islas Canarias, en el Atlántico.
Es lento y asustadizo. Cuando lo atacan, el caballito se da la vuelta, como si al ignorar el peligro este fuera a desaparecer
«Es un pez que se lleva todas las bofetadas. Como diríamos coloquialmente, está ‘empanado’. No supone gran cosa en la cadena trófica. Un alimento fácil, aunque escaso, para cualquier depredador oportunista. Si desaparece del Mar Menor, el ecosistema no lo echará de menos. Pero el caballito tiene una doble cualidad. Por un lado, es una especie emblemática para la gente del entorno. Nadie siente esa empatía por un berberecho. Y, por otro, como es tan poco resiliente y cualquier desajuste le afecta, sirve de termómetro para saber cuál es el estado de salud de la laguna», explica Vivas.
Invasión de enemigos
Enemigos no le faltan. Los desequilibrios en el Mar Menor han provocado una sobreabundancia de doradas. Y el temporal de enero destrozó unas jaulas de acuicultura cercanas y se escaparon millones de alevines de este pez. Muchos entraron en la laguna y necesitan alimentarse. Además, el cangrejo azul -una especie invasora y muy voraz- campa a sus anchas. El caballito basa su estrategia de defensa en el camuflaje. No es hábil nadando. Se mantiene suspendido verticalmente, pero le cuesta guardar el equilibrio, así que se agarra a cualquier cosa que le sirva como punto de apoyo, una red, un alga… Se propulsa con sus aletas dorsales, colocadas de tal manera que parece un hada revoloteando. Tampoco es rápido. Alcanza una velocidad punta de un metro y medio por hora. Así que no intenta escapar, ¿para qué? «Cuando se ve acorralado, se da la vuelta, como un niño pequeño que espera a que mágicamente desaparezca el peligro», cuenta uno de los voluntarios de la asociación. «Se estresa mucho. De hecho, cuando tenemos que manipular algún ejemplar, notas que el corazón le va a cien», añade Vivas.
Pero la amenaza más letal es la del ser humano. El caballito del Mar Menor se llegó a exportar en los años sesenta a Europa, pues se puso de moda regalarlo como llavero o colgante entre parejas de enamorados. Hoy se sigue pescando en otras latitudes para la medicina tradicional china, que sacrifica veinticinco millones de caballitos al año, como afrodisíaco o como amuleto, aunque su venta está prohibida por la convención sobre comercio internacional de fauna silvestre.
En el Acuario de la Universidad de Murcia se desarrolla un proyecto para su cría en cautividad, dentro de un Banco de Especies del Mar Menor que garantice su supervivencia genética y la repoblación en caso de nuevos episodios de anoxia. Sería el último recurso si desaparece. «Recuerdo la primera vez que vi un caballito. Fue durante un censo cerca del club náutico de Los Nietos. Estaba junto a un carro de la compra sumergido. Casi le arranco el regulador a mi compañero de buceo de lo nerviosa que me puse -recuerda Cristina Mena-. Hoy sigo sintiendo la misma emoción con cada nuevo avistamiento, por desgracia son cada vez más esporádicos».
Buceadores al rescate
La Asociación Hippocampus realiza censos visuales para calcular la densidad de la población de caballitos en el Mar Menor y también la de otros signátidos, como el pez aguja. Los protocolos son muy estrictos para que los resultados tengan validez científica. Se anota en un estadillo cada avistamiento, sexo y medidas del ejemplar, tipo de fondo… Había millones en los años setenta, casi doscientos mil en 2012, hoy puede que solo queden unos cientos. También se estudian sus hábitos y su longevidad. Para ello se capturan, se meten en un cubo con un líquido anestesiante y se les inyecta un elastómero (goma elástica) para identificarlos antes de ser liberados. Se han recapturado ejemplares en años sucesivos casi en el mismo lugar. «Se mueven poco a lo largo de su vida. Con un par de metros cuadrados tienen suficiente. En invierno están aún más parados y, como les cae una capa de sedimento encima, algunos parecen figuras de terracota», explica Miguel Vivas. A veces caen accidentalmente en las redes de los pescadores
Foto apertura: cuatro caballitos de mar embarazados. Son los machos los que incuban los huevos, que les han entregado las hembras, y dan a luz. Pueden volver a quedarse preñados horas después del parto.
PARA SABER MÁS
Asociación Hippocampus, dedicada al estudio y conservación del Mar Menor en general y del caballito de mar en particular, como especie emblemática de este.
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