Tijuana, zona cero

Desde el norte vienen los deportados, más de un millón en los últimos años. Desde el sur, miles de desesperados se topan con la frontera cerrada a cal y canto. El fotorreportero Álvaro Ybarra Zavala viajó hasta esta urbe mexicana al borde del colapso migratorio. Sexo, violencia y pobreza se mezclan aquí con el miedo a las nuevas políticas de Donald Trump. Por Jorge Benezra

La frontera norte de México, con una extensión de 3234 kilómetros, no solo divide dos países. Separa dos culturas, dos mundos. el anglosajón y América Latina. Y en esta línea con forma de serpiente sobresale siempre un nombre. Tijuana, el cruce fronterizo más transitado del planeta -14 millones de vehículos y 33 millones de personas al año-, la ciudad más occidental de Latinoamérica, cuyo lema, más mexicano imposible, es: «Aquí empieza la patria». Estando aquí, es inevitable recordar aquella sentencia que hizo célebre Porfirio Díaz, presidente mexicano en siete ocasiones: «Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos».

La ciudad se vende al exterior como meca cultural y gastronómica, mientras las cifras oficiales hablan de cuatro homicidios al día. Solo en lo que va de año más de 300 asesinatos

Las maquilas son quizá el mejor exponente de esta dicotomía. En Tijuana hay unas 600 de estas fábricas que, malpagando a sus más de 200.000 empleados -el diez por ciento de la población-, producen a bajo coste para los sectores automotriz, aeroespacial y electrónico estadounidenses.

Violencia escondida

Tijuana, con casi dos millones de habitantes, es una ciudad llena de contrastes con gran diversidad de razas y grupos religiosos. Una mezcla que la ha convertido en meca cultural, hasta el punto de que The New York Times la ha incluido en su lista de sitios de obligada visita para este año, debido al renacimiento que vive la urbe en todos sus ámbitos, especialmente en el gastronómico.

 Donald Trump firmó el 25 de enero el decreto que iniciaba la construcción de un muro. Las vallas y muros están desde 1994, precisamente el año en que entró en vigor el Tratado de libre comercio de América del norte, acuerdo que Trump quiere renegociar ahora

Un atractivo que, sin embargo, esconde un lado oscuro: el de la violencia. Las cifras de la Subprocuraduría de Investigaciones Especiales hablan de cuatro homicidios cada día. Solo en lo que va de este año, por ejemplo, se han registrado más de 300 asesinatos.

Pese a la violencia, la ciudad no pierde atractivo. Más que la cultura o la gastronomía, sin embargo, Tijuana lleva décadas atrayendo visitantes por razones bastante menos respetables. Su destino es La Coahuila, en la colonia Zona Norte, uno de los mayores barrios rojos de toda América. A sus burdeles llegan, sobre todo, los ‘gabachos’, como les dicen a los vecinos del norte, que cruzan con los bolsillos repletos de dólares en busca de diversión. En algunos de ellos, los clientes vips son llevados de regreso a la frontera en limusina.

El paso fronterizo de San Ysidro, de los tres que comunican Tijuana y San Diego, es el más transitado del mundo (14 millones de vehículos y 33 millones de personas al año). De las 180.000 personas que cruzan a diario entre ambas ciudades, la mitad lo hace por una de sus 38 garitas de control: 8 en el lado de Estados Unidos y 30 en la parte mexicana

En Tijuana, el turismo sexual es tan importante para la economía local como las maquiladoras. No en vano los prostíbulos y las casas de cambio son dos tipos de establecimientos que nunca cierran en esta ciudad donde se ganan la vida unas 15.000 trabajadoras sexuales, según el estudio Sex trafficking in a border community (‘Tráfico sexual en una comunidad fronteriza’), encargado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos a la Universidad de San Diego.

Los deportados

Industria, violencia, turismo y sexo forman parte indisoluble de la imagen de esta ciudad. En los últimos años, sin embargo, se ha añadido otro elemento a la ecuación. los deportados. Durante los ocho años de gobierno de Barack Obama, Estados Unidos expulsó a -son cifras del Instituto Nacional de Migración- unos tres millones de mexicanos, el mayor registro de deportaciones de la Historia. «Tijuana ha recibido a un millón, un tercio del total», estima Israel Ibarra, periodista local especializado en la materia.

Noé Aguilar tiene 58 años y ha sido devuelto ocho veces a su país por las autoridades migratorias estadounidenses. La última, hace dos meses, cuando vivía en Canton (Ohio), donde trabajaba en una fábrica procesadora de frutas. «Regresar a Estados Unidos en este momento es un peligro. Allá trabajamos, ganamos bien, pero vivimos con miedo. Yo creo que me hicieron un favor para encontrar mi destino en Tijuana», dice.

A José Luis Mexicano lo acaban de deportar. Su cuerpo está marcado por las inclemencias del desierto, pero ni siquiera los muros que ha prometido elevar el nuevo inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, reducen su afán por regresar. «No es fácil lo que tenemos que pasar, pero allá tenemos oportunidades. Yo tenía mi automóvil y me lo quitaron. Ahora tengo que volver a conseguir los dólares para pagar a los polleros», como llaman allí a los contrabandistas de personas. Traficantes cuyos beneficios alcanzan los 6,6 mil millones de dólares al año.

José Luis Robles nació en Celaya, Estado de Guanajuato, pero vivió en California 26 años. Tras un incidente con un auto robado, tuvo que elegir entre una cárcel californiana o el regreso. Pese a las dificultades, ha encontrado trabajo en Tijuana como operador telefónico bilingüe en uno de los pocos sitios que pagan bien a los deportados. «Por un error, me separaron de mi familia -explica-. Ahora, mi esposa debe luchar sola con mis hijas del otro lado».

En la playa que comparten Tijuana y San Diego se alza desde 2011 este muro que se adentra cien metros en el océano Pacífico. Antes, los migrantes saltaban una porosa valla, con listones de metal oxidado, construida en 1991, y echaban a correr. Hoy, muchos intentan cruzar a nado, en motos de agua o en botes. Los domingos, familias separadas por la frontera se ven a través de la reja

Estados Unidos sostiene que solo expulsa a los delincuentes. Muchos deportados, sin embargo, denuncian haber sido detenidos en redadas de agentes migratorios o por infracciones menores. «Cualquier situación es motivo de expulsión -asegura el periodista Israel Ibarra-. Ser migrante en tierra americana es un crimen».

Atrapados en Tijuana

Los deportados se suman, en todo caso, a los miles de personas que se quedan tras ver frustrado su anhelo de cruzar a Estados Unidos. La mayoría de los 500.000 indocumentados que, según la Organización Internacional para las Migraciones, transitan cada año hacia el norte a través de México son centroamericanos, pero el flujo es universal. En Tijuana se encuentran naturales de Afganistán, Burkina Faso, Nigeria, Sudán, Pakistán, Camerún, Bangladés, Irak, Costa de Marfil, Rusia, Ucrania y otros países europeos. Muchos se terminan quedando en Tijuana; algunos por convicción, la mayoría atrapados por el destino.

Durante los ocho años de Obama, tres millones de mexicanos fueron expulsados de Estados Unidos, más que nunca en la historia. Un millón de ellos fueron enviados a Tijuana

Así ha ocurrido con más de 7000 haitianos llegados el año pasado, atraídos por el Estatus de Protección Temporal decretado por Obama tras el terremoto de 2010. Desde entonces, miles de ellos fueron admitidos por cuestiones humanitarias, hasta que el pasado 22 de septiembre el expresidente dejó sin efecto la medida.

Desde hace 17 años, la archidiócesis de Tijuana organiza la Marcha por la Vida, la Paz y los Migrantes (en la foto, una de las carrozas), que este año congregó a más de 30.000 personas

Lo mismo ha ocurrido con miles de ciudadanos cubanos, atrapados en México desde el 12 de enero, cuando Obama, a ocho días vista de traspasarle el cargo a Trump, eliminó la política «pies secos, pies mojados», en vigor desde 1995, que permitía entrar al país a los isleños que llegaban a pie.

La crisis migratoria del último año ha puesto en evidencia la incapacidad del Gobierno mexicano para atender la deportación masiva anunciada por Donald Trump.

Más de medio millón de personas emigra hacia Estados Unidos cada año. A la frontera llega gente de todo el mundo: Afganistán, Pakistán, Nigeria, Sudán, Irak, Rusia, Ucrania… Muchos se quedan en Tijuana

Claudia Portela, coordinadora del Desayunador Salesiano Padre Chava, cuenta que durante los momentos más críticos han logrado ayudar a 500 personas. Asimismo, el sacerdote Patrick Murphy, director de la Casa del Migrante, una organización con más de 30 años, dice que hasta ahora han podido controlar la situación, pero deben estar preparados para lo que parece deparar el futuro.

Tras el terremoto de 2010 de Haíti, Obama decretó que todos los migrantes de ese país podrían entrar en EEUU. por cuestiones humanitarias. El pasado septiembre, sin embargo, la orden quedó anulada y miles de haitianos que ya no pudieron entrar se han quedado en Tijuana

De momento, los albergues de Tijuana sobreviven con donaciones particulares y alguna pequeña ayuda estatal. Los recursos son precarios para la demanda que deberán afrontar. Porque el futuro inmediato es incierto.

Rezar, último recurso

Ante el flujo imparable de deportados y recién llegados, los albergues de Tijuana, como la Casa del Migrante o el Desayunador Salesiano, ya no dan abasto. Muchas iglesias se han convertido en refugios, donde los que no tienen recursos duermen en el suelo y reciben comidas diarias. Quienes atienden a los migrantes temen la ola de deportaciones anunciada por Donald Trump.

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