El poder en la sombra (de Trump)
Este científico computacional que hizo fortuna como especulador en Wall Street es el tercer mayor donante de la campaña de Donald Trump, socio del asesor Steve Bannon y, en opinión de muchos analistas, el auténtico poder detrás del presidente. Le contamos quién es este inquietante personaje. Por Carlos Manuel Sánchez
«Estoy contento yendo por la vida sin darle explicaciones a nadie». Robert Mercer, un multimillonario de 70 años, es de pocas palabras. Sus empleados dicen que prefiere silbar.
En una ocasión tuvo que dar un discurso -sus colegas de sus tiempos de científico, matemáticos y lingüistas computacionales como él, le daban un premio- y confesó a la audiencia que había hablado más de lo que solía hablar en un mes. Era el año 2014. También confesó que había perdido todo interés por la lingüística computacional y que se dedicaba a otras cosas. «Cosas de las que no puedo hablar».
Mercer es un excelente jugador de póker, como demostró en el World Poker Tour en 2012 y compite en importantes torneos internacionales. Su hija Heather Sue es también una famosa jugadora
Y no suelta prenda. Ni entonces ni ahora. No explica por qué extendió los cheques que financiaron la campaña electoral de Donald Trump. Fue el tercer mayor donante [el primero fue Sheldon Adelson, el magnate de los casinos y frustrado impulsor del Eurovegas de Madrid]. Y tampoco dice qué quiere a cambio. Aunque la prensa norteamericana, con la que Mercer [y, por supuesto, Trump] libra una guerra sin cuartel, tiene alguna sospecha. No en vano es también uno de los principales accionistas de la web ultraconservadora Breitbart News.
Dirige un fondo de inversión en el que trabajan 90 físicos y matemáticos. usan algoritmos predictivos. «Una máquina de hacer dinero sin parangón»
Mercer era un investigador introvertido que se convirtió en el gerente de uno de los fondos de inversión de alto riesgo más lucrativos de Wall Street. Empezó su carrera en IBM en 1972, donde fue un pionero a la hora de aplicar la rama matemática de la probabilidad al uso del lenguaje.
Robert Mercer hace política a través de su fundación familiar, arropado por su mujer, Diane,
y sus tres hijas. Es Rebekah (a la izquierda) la que hace y deshace. Graduada en Matemáticas, consiguió sosegar a Trump y relanzarlo en las encuestas cuando peor lo tenía por sus fanfarronadas sexuales
Desarrolló algoritmos que han revolucionado el campo de la traducción automática y que tienen otras aplicaciones, como que los ordenadores puedan ‘adivinar’ lo que queremos encontrar cuando empezamos a teclear una frase. Enseguida vislumbró que los algoritmos predictivos podían aplicarse al mundo de las finanzas. Se fue de IBM y entró en Reinassance Technolologies, la firma que ahora dirige.
Un océano de datos
La joya de la corona de Renaissance Technologies es Medallion, un fondo para clientes muy selectos en el que trabajan 90 físicos y matemáticos… «Una máquina de hacer dinero sin parangón», como la califica Bloomberg. La plantilla duerme con frecuencia en la oficina. Los algoritmos que han diseñado y que perfeccionan cada día tienen millones de líneas de código. Son capaces de adivinar las tendencias del mercado. Cualquier dato es relevante, incluso si está nublado o hace sol en una capital financiera como Londres o París puede influir en las oscilaciones de la Bolsa. Estos programas invierten de manera automática, sin recibir órdenes humanas. Y lo hacen a una velocidad pasmosa. Milésimas de segundo. Es lo que se conoce como ‘negociación de alta frecuencia’. Medallion analiza un océano de datos del mercado, agencias de noticias, tuits… Detecta una oportunidad, compra acciones y las vende en un parpadeo. El margen de beneficio puede ser de una fracción de céntimo por acción, pero como gestiona millones de órdenes al día, si los aciertos superan a los fallos, se forra.
Kellyanne Conway es una de las principales asesoras de Trump, muy polémica por posar de forma ‘singular’. Conway es muy amiga de Rebekah Mercer y está casada con el abogado que lanzó el impeachment contra Bill Clinton. Viven con sus hijos en la Torre Trump
Mercer parece sentirse más cómodo entre máquinas y automatismos que entre humanos. En aquel discurso ante sus colegas dijo que añoraba «la soledad del laboratorio por la noche. Me gustaban las grandes computadoras. El sonido del aire acondicionado, de los discos girando, de las impresoras…». Sus caprichos están relacionados con esa pasión. Posee una pianola Steinway que toca sola. Y le encantan los trenecitos de juguete. Se gastó 2,7 millones de dólares en un modelo a escala y es fácil imaginárselo en su mansión de Long Island (Nueva York), ataviado quizá de jefe de estación, supervisando el cambio de agujas para el expreso de Baltimore. Incluso dicen que juega al póker «con la frialdad de un autómata». También le gusta querellarse. El refrán de «pleitos tengas, y los ganes» se ajusta a su personalidad. Al fabricante del tren lo demandó porque, según él, le había cobrado 2000 dólares de más. Ganó. También su hija Heather es una habitual de los juzgados. Denunció a la Universidad de Duke por discriminación de género cuando fue apartada del equipo de fútbol. La indemnizaron con dos millones de dólares.
Su consultora analizó perfiles de 200 millones de usuarios de Facebook para una campaña de ‘persuasión a la carta’
Se sabe tan poco de él que ni siquiera Forbes se atreve a decir cuánta ‘pasta’ tiene. La revista calcula que ganó 150 millones de dólares en el último año, pero no hace estimaciones sobre su fortuna total. Su mansión vale unos 75 millones y se llama El Nido del Búho, porque Mercer es de hábitos nocturnos. Tiene un yate de 60 metros al que se ha visto atracado en las Islas Vírgenes junto al del oligarca ruso Dmitry Rybolovlev, que negó haber participado en la campaña de Trump, aunque su avión privado estuvo junto al del entonces candidato en el aeropuerto de Charlotte, donde ese día, casualmente, Trump daba un mitin.
El rastro del dinero
Mercer también ha invertido en Cambridge Analytica, una consultora que recopila datos en Internet y a partir de ellos crea perfiles psicológicos de los usuarios basados en sus preferencias y ‘me gusta’ en las redes sociales. ¿Para qué se hace esto? Normalmente para enviar mensajes publicitarios personalizados. ¿Por qué no ir más allá y enviarles también propaganda política? ¿Por qué no regalar los oídos de los votantes y decirles exactamente lo que quieren escuchar? Dicho y hecho. Según la revista The New Yorker, Mercer puso gratis Cambridge Analytica, que es una filial de una empresa que empezó haciendo desinformación militar, al servicio de la campaña por el brexit de Nigel Farage, el líder antieuropeísta del UKIP. Y después la puso a trabajar para la campaña de Trump, elaborando los perfiles de 200 millones de usuarios que tiene Facebook en Estados Unidos. Si se combina esta campaña de persuasión ‘a la carta’ con la difusión de noticias falsas en Facebook y Google, y el lanzamiento de mensajes en millones de bots (‘cuentas automáticas’) en Twitter, no es extraño que se acuse a Silicon Valley de haberle hecho un flaco favor a la democracia. Google y Facebook acaban de cambiar sus algoritmos para evitar seguir siendo un coladero de fakes (‘bulos’).
Para algunos, Mercer apoya a Trump porque Hillary Clinton planeaba gravar la negociación de alta frecuencia en bolsa: para otros, es por puro patriotismo
Para saber lo que piensa Mercer, la prensa norteamericana sigue el rastro de su dinero. Ha financiado un think tank que niega el cambio climático, una campaña contra la construcción de una mezquita en la zona cero, un documental que pone a la familia Clinton a caldo, la plataforma ultraconservadora de noticias Breitbart… La conclusión es que un libertario de derechas no quiere que el gobierno se entrometa en sus asuntos. Cree que los políticos del establishment «son unos ladrones y que arruinaron el país», resume Patrick Caddell, un empleado de Mercer y asesor de Trump. Por eso Mercer habría apoyado a Trump, un advenedizo en las filas republicanas, después de haber financiado a Ted Cruz en las primarias. Brent Bozell, presidente de un centro de investigación de medios, discrepa: «Cuando eres multimillonario, no necesitas nada. Esta gente lo hace por patriotismo», explica a Newsweek. El semanario tiene su propia teoría, basada en la ojeriza que demuestra Mercer hacia los Clinton y en un dato bastante revelador. Hillary Clinton planeaba gravar con un impuesto especial la negociación de alta frecuencia en la Bolsa, porque distorsiona los mercados y perjudica
a los pequeños inversores. Ese impuesto le hubiera costado a las compañías que operan con algoritmos automáticos, como la que dirige Mercer, unos 185.000 millones de dólares en los próximos diez años. En comparación, los 13,5 millones que donó Mercer a la campaña de Trump son calderilla.