Los populistas gestionan peor la economía que sus rivales de la política tradicional. Eso demuestra un reciente estudio que ha analizado más de un siglo de populismo de izquierdas y de derechas en el mundo. Pero no es su única conclusión… Por Michael Sauga/Fotos: Getty Images y Cordon
Pocos días después de haberse contagiado de COVID-19, Donald Trump subió al balcón de la Casa Blanca y recibió el homenaje de sus seguidores. Había resistido al «terrible virus chino», aseguró, y añadió que era momento de volver a la lucha por lo que definió como «causa justa». «¡Te queremos!», rugió la multitud. «Y yo os quiero a vosotros», replicó el presidente.
Esto es lo que ocurre cuando el hombre más poderoso del mundo da un balconazzo, cuando pronuncia desde un balcón el típico discurso de «nosotros contra…», esas arengas con las que en su día Juan Domingo Perón en Argentina o Alan García en Perú buscaban garantizarse la simpatía de las masas.
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Alan García, Perú.La corrupción y la hiperinflación marcaron su mandato entre 1985-1990. Volvió al poder en 2006. Se suicidó el año pasado. (Dcha) Juan D. Perón, Argentina. Gobernó de 1946 a 1955 y de 1973 a 1974. Inició políticas sociales. Reprimió a la oposición y a la prensa.
Trump se apropió de esta práctica al igual que tomó muchas de los demagogos: la apelación a la gente común, las diatribas contra el establishment, la idealización del pasado nacional. «Trump ha venido a ser la suma de todos los elementos del populismo moderno», dice Christoph Trebesch, del Instituto de Economía de Kiel.
Y, si él lo dice, será por algo. Junto con su compañero Manuel Funke y el también economista Moritz Schularick, Trebesch ha estudiado los resultados políticos y económicos de más de un siglo de populismo, entendido como movimiento que asegura anteponer los intereses del ciudadano de a pie a los de una élite depredadora. Algunos de sus representantes siguen una agenda izquierdista, como ocurre en la socialista Venezuela; otros optan por una puesta en escena xenófoba y antiliberal, como el nacionalista de derechas húngaro Viktor Orbán.
A veces, la frontera que los separa de sus rivales del espectro democrático clásico no es fácil de delimitar, pero como dice Manuel Funke –uno de los autores del estudio– con el populismo pasa «como con la pornografía: lo reconoces cuando lo ves».
Este trío de investigadores ha puesto la lupa sobre más de 70 periodos de gobierno populista en 27 países, ha analizado miles de datos sobre crecimiento y distribución de la riqueza y ha examinado casi 800 estudios económicos.
Ahora acaban de presentar un trabajo de 190 páginas que aplica por primera vez los métodos cuantitativos de las ciencias sociales al estudio del conjunto de los gobernantes populistas. Y sus resultados ofrecen unas conclusiones bastante incómodas para el mainstream democrático de Occidente.
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Viktor Orbán, Hungría. De 1998 y 2002 y desde 2010 hasta hoy. Intervino la Justicia, los medios y la ley electoral.
La más importante de ellas: aunque la mayoría de los dirigentes populistas ha dejado como herencia graves daños económicos a largo plazo, en lo político ellos han triunfado por encima de la media. Casi todos fueron capaces de torear a sus contrincantes durante años, aglutinar tras de sí a unos partidarios por lo general fanáticos y dejar su impronta en regiones enteras. «En muchos países –dice el director del estudio, Moritz Schularick–, el populismo se ha vuelto endémico. No se trata de un episodio pasajero que surge y desaparece sin más».
Al contrario, según demuestra su investigación: el movimiento lleva estas tres últimas décadas en curso ascendente. En la actualidad, la cuarta parte de las 60 principales economías del mundo están gobernadas por estos nuevos tribunos de la plebe, ya sean de izquierda o de derecha, desde el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, hasta el jefe del Gobierno indio, Narendra Modi. ‘La era del populismo’, como la denomina el estudio, ha alcanzado en esta nueva reedición a más países que durante su primera fase álgida, en los años veinte y treinta (véase el gráfico).
Lo más llamativo es que hasta hace no demasiado tiempo el movimiento parecía prácticamente extinto. En la guerra fría que siguió a la gran contienda bélica mundial no había mucho espacio para este tipo de ideología, toda vez que el fascismo alemán había desacreditado la doctrina que le servía de fundamento. En 1981, el primer ministro neozelandés Robert Muldoon y el presidente griego Andreas Papandreu eran los dos únicos gobernantes en ejercicio que se presentaban como hombres fuertes al servicio de la gente de la calle.
Turbulencias económicas
Luego cayó el telón de acero y el lado oscuro de la globalización alimentó una ideología que desde sus orígenes había sido hija de la crisis. Otro de los motivos del retorno del populismo fue la incesante sucesión de turbulencias monetarias y crediticias del último cuarto de siglo. El movimiento populista reapareció primero en América Latina, después en Asia y finalmente en el este de Europa y el mundo occidental.
Por ejemplo, Hugo Chávez, inventor del ‘socialismo para el siglo XXI’, llegó al poder tras la hiperinflación venezolana de los años noventa. El filipino Joseph Estrada, un actor de cine con una imagen de Robin Hood moderno, llegó a la Presidencia de su país impulsado por la crisis financiera asiática.
Los países que padecen el populismo suelen recaer en él. Al debilitarse la economía, es más probable que un nuevo hombre fuerte se haga con el timón
En Europa Oriental, sumida en una debacle económica tras el derrumbe de la Unión Soviética, de un día para otro los antiguos miembros de los diferentes partidos comunistas empezaron a presentarse como fervientes políticos . Uno de ellos fue el eslovaco Robert Fico, que gobernó su país como autoproclamado héroe del pueblo.
Hay pocas cosas en las que los populistas sean tan buenos como en el arte de seguir en el puesto. Según demuestra el estudio, de media se mantienen 8 años en el poder, el doble que sus colegas de los partidos tradicionales del espectro democrático.
La mayoría de los populistas son reelegidos para sus cargos, como por ejemplo el búlgaro Boiko Borísov. Este antiguo profesor de kárate, a quien le gusta presentarse como «verdadero búlgaro» frente a «los mentirosos del Parlamento», ya ha conquistado la Presidencia del Gobierno tres veces; la última de ellas, en 2017. El presidente ecuatoriano José María Velasco Ibarra, que se vendía como el salvador de la nación, llegó a ejercer el poder en cinco ocasiones entre los años 1934 y 1972.
Un tercio de los populistas que consiguen llegar a la cima del Estado son reelegidos al menos una vez. De sus rivales, aquellos que se definen con las etiquetas clásicas de socialdemócratas, conservadores o liberales, solo lo consigue uno de cada seis.
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Jair Bolsonaro, Brasil. Elegido en 2019, con un programa ultraliberal, la economía comenzó su declive antes de la pandemia.
La sed de poder es un rasgo que une a todos los populistas. Lo que los separa es la política económica. Mientras que la rama izquierdista del movimiento nacionaliza empresas extranjeras, la variante derechista generalmente apuesta por un programa favorable a los empresarios, basado en bajadas de impuestos, desmantelamiento del sector público y desregulación.
No es de extrañar que estos enfoques diferentes cosechen resultados diferentes, tal y como demuestra el estudio. Los gobernantes populistas de izquierda consiguen reducir la brecha entre ricos y pobres, al menos parcialmente, con mayor frecuencia que los demás. Por el contrario, sus correligionarios del otro extremo del espectro político tienen más éxito a la hora de atraer capital extranjero al país. ¿La diferencia entre izquierda y derecha es, por lo tanto, más relevante que la dicotomía populista/no populista?
En absoluto, señalan los autores del estudio. De hecho, en temas de política económica los populistas de ambos bandos tienen en común más de lo que pudiera parecer. Por ejemplo, casi todos ellos siguen una política de «mi país primero». A veces suben los aranceles, a veces se protegen de la competencia exterior por otros medios, pero la esencia sigue siendo la misma. En nombre del pueblo, explotado y saqueado por las organizaciones internacionales y la depredadora élite patria, los populistas tienden a incrementar la deuda pública, lo que con el tiempo obliga a adoptar severas medidas de ahorro y emprender recortes. El resultado es una coyuntura tipo yoyó, como la que se da en muchos países de Latinoamérica: breves periodos de crecimiento impulsados por el crédito se alternan con profundas recesiones.
El núcleo peligroso
Pero, por encima de todo, el movimiento populista ataca aquellas instituciones que resultan especialmente importantes para el desarrollo a largo plazo de la economía de un país: los tribunales, las universidades, los bancos centrales, la democracia de partidos. Ese es el núcleo realmente peligroso de la doctrina populista: quien se cree capaz de percibir e interpretar la voluntad del pueblo ya no necesita al Parlamento para gobernar.
Proteccionismo, economía basada en la deuda, deterioro institucional, esos son los rasgos que definen a los gobiernos populistas. No es una combinación especialmente propicia para el crecimiento económico, como ha demostrado el trío de investigadores tras aplicar sus exhaustivos modelos de cálculo. De media, a los 5 años de la subida al poder del líder populista de turno, el producto interior bruto per cápita de su país se sitúa ya cinco puntos porcentuales por debajo del de un grupo de países democráticos equiparables, seleccionados conforme a criterios económicos. A los 15 años, la distancia supera ya los diez puntos.
De izquierda y de derecha, los populismos hoy ya gobiernan en 15 de las 60 mayores economías del mundo
Si se hace caso al estudio, no hay muchos regímenes populistas que hayan gestionado con éxito la economía… pero los hay. El presidente boliviano Evo Morales, por ejemplo, elevó el ingreso medio en su país en torno a un nueve por ciento más de lo que se dio en otros países equiparables. En este caso coincidieron dos fenómenos poco habituales: por un lado, el izquierdista Morales supo mantener las finanzas del Estado bajo control; por el otro, su país contaba con una sociedad civil fuerte que limitó sus ansias de poder.
Pero, en una amplia mayoría de las ocasiones, el balance final es desolador. Tras una década de Hugo Chávez al frente de Venezuela, el producto interior bruto per cápita era doce puntos porcentuales menor que el de los países equiparables. Su homólogo sudafricano Jacob Zuma consiguió que esa diferencia negativa alcanzara casi ocho puntos porcentuales.
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Hugo Chávez y Evo Morales, Venezuela y Bolivia. Iniciaron grandes programas sociales. Hugo Chávez, fallecido en 2013, hundió la economía. Morales acaba de regresar.
Cabría pensar que unos resultados tan pobres acaben desacreditándolos y limitando sus posibilidades de perpetuarse, pero la realidad parece ser otra. Los países que han sido infectados por el virus del populismo tienen mayores probabilidades de volver a sucumbir a él. Indonesia, por ejemplo, ha tenido gobiernos populistas en 24 de sus 75 años de independencia. Y Eslovaquia, en 15 de los 27 años que han transcurrido desde su pacífica separación de Chequia.
Este es el resultado más inquietante del estudio. El gobierno de los populistas no deja solo unos cuantos destrozos concretos, sino que con frecuencia lleva a una espiral en la que el declive político y el económico se refuerzan mutuamente. Su ejercicio del poder debilita la economía, lo que a su vez vuelve más probable que el siguiente hombre fuerte no tarde mucho en hacerse con el timón del país para salvar a la gente común.
Al final puede darse una evolución de continua crisis como en Argentina. El país era uno de los más ricos del mundo allá por el año 1900. Pero en 1916 llegó a la Presidencia el nacionalista de izquierdas Hipólito Yrigoyen, que predicaba «la liberación del trabajador argentino de los intereses empresariales extranjeros». Lo siguieron correligionarios izquierdistas como Juan Domingo Perón o Cristina Fernández de Kirchner y populistas de derechas como Carlos Menem. Todos ellos prometían convertir el país en un paraíso para el pueblo. Y todos ellos contribuyeron a que Argentina presente hoy muchos de los rasgos de un Estado fallido, con una clase media empobrecida y en el que las bancarrotas públicas se suceden una tras otra.
El factor Berlusconi
Turquía también se encuentra en la senda de la bancarrota bajo el gobierno del populista islamista Recep Tayyip Erdogan. El hombre que empezó siendo un reformista relativamente moderado ha destruido la democracia turca, ha creado una economía dominada por la corrupción y el amiguismo y ha sometido a su dictado a las instituciones independientes del país; la última de ellas, el Banco Central. La lira turca se encuentra en caída libre, los precios suben a un ritmo de dos dígitos y en los mercados financieros se cruzan apuestas sobre cuánto tardará Erdogan en tener que suplicar un crédito al Fondo Monetario Internacional.
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Recep Tayyip Erdogan, Turquía. En el poder desde 2003. La economía se hunde, crece la corrupción y ha sometido a todos los poderes del Estado.
Antes, al populismo se lo veía como una enfermedad de países en vías de desarrollo, un episodio transitorio en el presuntamente imparable avance hacia la democracia parlamentaria. Hoy, según demuestra el estudio, hay Argentinas en todas partes, incluso en el corazón de Europa.
Ningún político ha desempeñado un papel mayor en la latinoamericanización de Occidente que Silvio Berlusconi, quien utilizó sus canales privados para anestesiar a las masas y el aparato de gobierno para favorecer sus negocios.
Sus disputas con la Justicia de su país eran constantes: unas veces, acusado de fraude; otras, de evasión de impuestos. Y, a pesar de todo, marcó la política italiana durante 20 años. La economía apenas creció, lo que floreció fue la corrupción y la inseguridad jurídica, como demuestran todas las estadísticas internacionales. El viejo sistema de partidos se vino abajo. El hecho de que Italia sea hoy un país en el que los movimientos populistas suman más del 50 por ciento de los votos en las elecciones legislativas es, en buena medida, legado del empresario milanés metido a estadista, cuyo principio rector era atraer toda la atención posible por cualquier medio, aunque fuese con fiestas ‘bunga-bunga’.
Evolución del PIB en los diez años siguientes al gobierno populista, en comparación con la progresión en países similares
- 14,9%* SILVIO BERLUSCONI ITALIA; PRESIDENCIAS: 1994-1995, 2001-2006, 2008-2011.
- 13,3% INDIRA GANDHI LA INDIA; PRESIDENCIAS: 1966-1977, 1980-1984.
- 12,4% HUGO CHÁVEZ FALLECIDO EN 2013. VENEZUELA; PRESIDENCIA: 1999-2013.
- 6,6% NÉSTOR Y CRISTINA KIRCHNER ARGENTINA; PRESIDENCIA: 2003-2015.
- 7,8% JACOB ZUMA SUDÁFRICA; PRESIDENCIA: 2009-2018.
- 8,0% VLADIMÍR MECIAR ESLOVAQUIA; PRESIDENCIAS: 1990-1991, 1992-1998.
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