Miles de manifestantes grabaron con sus móviles el asalto al Capitolio y compartieron selfis como trofeos de guerra. Ese día no solo pasará a la historia como el de la vergüenza. También podría hacerlo como el día en que cambiaron para siempre las redes sociales. Te lo contamos. Por Markus Becker y Patrick Beuth / Fotos: Getty Images y Cordon Press

Cuando Tim Gionet entró a la fuerza en el Capitolio el pasado 6 de enero, también lo hicieron sus redes sociales. Nacionalista de extrema derecha y seguidor de Trump, retransmitió el asalto en directo a través de DLive, una plataforma muy popular entre los gamers. Gionet, alias Baked Alaska, emitió unos 20 minutos en streaming, animando a sus espectadores con ese estilo que usan los influencers: «¡En estos momentos tenemos a más de 10.000 personas en directo, vamos!».

Mientras Gionet y la turba de la que formaba parte recorrían los pasillos del Capitolio, los espectadores tecleaban mensajes de ánimo en su chat: «Destrozad las ventanas», «colgad a todos los congresistas». Durante el directo, sus seguidores le recompensaban con donaciones en lemons, la moneda digital que se ha hecho popular entre los ultraderechistas.

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Los asaltantes del 6 de enero grabaron y retransmitieron su delito –que se saldó con cinco muertos y una veintena de heridos– a través de sus redes sociales como si de un videojuego se tratase, convencidos de su impunidad.

Que los propios asaltantes grabaran sus delitos y con ello hayan facilitado a los investigadores material probatorio de sobra no es solo una muestra de su estupidez, también evidencia el alejamiento de la realidad de estos ‘patriotas’ que, alimentados por los relatos conspiranoicos y las mentiras de Trump, pensaron que la razón estaba de su parte y se creyeron impunes. Pero este 6 de enero los ha devuelto a un mundo muy diferente: el mundo de verdad.

Un frenesí audiovisual nunca visto

No solo los que formaban la primera línea del asalto estuvieron conectados a través de sus móviles. Miles de personas grabaron desde el exterior y subieron a las redes sociales selfis como si fuesen trofeos de guerra. El mundo fue testigo de ese frenesí audiovisual que se adueñó de una masa hiperconectada a la caza de clics y likes. Las hordas de Trump dentro y fuera del Capitolio olvidaron que no estaban en un videojuego, sino en el Parlamento, en un lugar donde las ventanas se rompen de verdad y las personas mueren de verdad cuando reciben un disparo.

El eurocomisario francés Thierry Breton describió en Politico el asalto al Capitolio como «el momento 9/11 de las redes sociales». Al igual que el nine-eleven trajo consigo un cambio de paradigma en la política de seguridad global, lo ocurrido en Washington supone un punto y aparte en el papel de las plataformas digitales, cree Breton. El 6 de enero o one-six pasará a la historia como el día de la vergüenza, pero posiblemente también como el punto de inflexión en la relación entre la sociedad y las redes sociales.

El economista Scott Galloway, conocido por sus críticas a Silicon Valley, cree que el asalto al Capitolio marca ni más ni menos que el principio del fin de las big tech –las grandes compañías tecnológicas– tal y como las conocíamos.

El asalto al Capitolio pone a las grandes tecnológicas contra las cuerdas

La foto de este hombre en el Congreso con bridas para maniatar, como las que usa la Policía, desató una búsqueda en las redes para identificarlo. Ya está detenido.

Las acusaciones vertidas contra las redes sociales son tan viejas como ellas mismas, pero pocas veces se había podido apreciar con tanta claridad como el sinsentido que reina en su interior se ha trasladado a la realidad. Con el asalto al Capitolio, el mundo ha sido testigo de los efectos que tiene la difusión de mentiras y odio. También de lo que sucede cuando los algoritmos diseñados para captar la atención deciden cómo se percibe el mundo. Y también ha demostrado la efectividad con la que estos algoritmos crean aquello para lo que han sido programados: un sistema que se alimenta a través de la autoafirmación de sus usuarios.

La persona que ve en YouTube un vídeo subido por algún antivacunas recibe como recomendación otros del mismo estilo. La persona que ve las soflamas de un racista no tardará en recibir todo un catálogo de propuestas similares. De esta manera, hasta las patrañas más absurdas consiguen difundirse a través de YouTube, Telegram, Twitter, Parler o Reddit. Y llegan a círculos de población que antes no eran especialmente receptivos a los mensajes políticos.

La masa de trumpistas que marchó sobre Washington no estaba formada solo por neonazis racistas, ni mucho menos. Republicanos recién salidos de sus clubes de campo y conservadores normales y corrientes avanzaron hombro con hombro junto con fanáticos de las armas, creyentes de QAnon y ultranacionalistas.

Cuando las redes sociales empezaron a crecer, pareció que eran un poder al servicio del bien. La esfera digital democratizaba el acceso a la información, ofrecía a amplias capas de la población una visibilidad pública y un altavoz que antes no tenían.

Las consecuencias fueron literalmente revolucionarias: las redes sociales apoyaron la Revolución Verde en Irán de 2009 y las primaveras árabes que se sucedieron. Luego vinieron las protestas de los activistas prodemocracia en Hong Kong, las manifestaciones en Chile y Nicaragua o más recientemente las marchas del Black Lives Matter en Estados Unidos y el movimiento #MeToo.

Pero también se iba viendo cada vez más el lado oscuro de este poderoso instrumento: en la India y Birmania, rumores difundidos a través de WhatsApp provocaron estallidos de violencia y decenas de muertos. En democracias europeas como Polonia, Francia o Gran Bretaña, las redes sociales impulsaron el avance de los movimientos populistas.

Parler y la ‘desplataformización’

Por muy espontáneos que puedan parecer muchos de estos fenómenos, en realidad suelen estar perfectamente organizados. La turba de Washington también quedó on-line para empezar su revuelta. Y no utilizaron únicamente las plataformas de las grandes compañías de Silicon Valley. Proveedores alternativos como el foro TheDonald o Parler son desde hace tiempo enormemente populares entre la extrema derecha y los fans de las teorías de la conspiración.

Ninguna otra red social había tenido en Estados Unidos tanto tráfico de ultraderechistas como Parler. Cuando Facebook cerró un grupo llamado StopTheSteal, que había reunido a más de 300.000 miembros en cuestión de horas para denunciar el falso fraude electoral, los partidarios de Trump se mudaron en masa a la competencia. Según John Matze, fundador de Parler, 4,5 millones de usuarios se dieron de alta en los cuatro días siguientes a las elecciones.

Matze siempre ha promocionado su plataforma como un puerto seguro para «la libertad de expresión». Esto ha hecho de Parler un sumidero al que van a parar todo tipo de mensajes antisemitas, racistas y ultraderechistas. Entre sus usuarios se cuentan miembros de milicias de extrema derecha, pero también políticos conservadores como Ted Cruz o abogados del entorno pro-Trump.

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John Matze, CEO de la red social Parler. Amazon le ha negado acceso a su nube por «contenidos sin control». La plataforma alega «libertad de expresión».

Parler tuvo un papel destacado en el asalto al Capitolio. El análisis de los datos de geolocalización de sus usuarios confirma que muchos de ellos subieron vídeos desde el interior del edificio. Al asalto lo siguió la prohibición. Cinco días después desaparecieron de la Red todos los mensajes y archivos: Parler está off-line.

Las empresas de comunicación de Silicon Valley echaron sin más al incitador de la revuelta y a su exaltada tropa. Twitter y Facebook fueron las primeras en bloquear el acceso al presidente Trump. YouTube siguió su ejemplo con un veto temporal a sus vídeos. Salesforce, proveedora de servicios en la nube, limitó al partido republicano el acceso a sus funciones de correo electrónico masivo. Parler, que llegó a alcanzar unos 15 millones de usuarios, se vio afectada con especial dureza: Google y Apple eliminaron su aplicación de Google Play y Apple Store, y Amazon le negó el uso de AWS, la plataforma de servicios en la nube donde estaban alojados los datos de Parler. La razón alegada: falta de control del contenido.

Para este tipo de expulsión existe un término: deplatforming. La ‘desplataformización’ equivale a quitarles a los usuarios el suelo digital bajo los pies. Hasta ahora, los principales afectados habían sido neonazis, antisemitas o misóginos. La desplataformización de un presidente en ejercicio tiene una dimensión inédita, sobre todo porque hasta ese momento Twitter era el principal altavoz de Donald Trump, con casi 89 millones de followers.

Desconectar y listo, ¿de verdad es el camino apropiado? Porque la mayor parte de los afectados se va a otro sitio, se busca una red social alternativa. El resultado es que el odio, los llamamientos a la violencia y las fantasías no se han ido muy lejos, están en otros lugares, pero siguen ahí.

Además de Facebook y Twitter, los asaltantes usaron redes alternativas como Parler. Google y Apple ya la han eliminado de su tienda de ‘apps’

No sirvió de mucho clausurar 8chan, probablemente el rincón más oscuro de Internet. Este foro es conocido a nivel internacional como una cantera de criminales de extrema derecha. Los terroristas de Christchurch, Poway y El Paso eran personajes activos en 8chan, allí fueron jaleados como héroes tras sus sangrientos atentados. El foro también está considerado lugar de intercambio de imágenes de abusos a menores y central de difusión de los despropósitos de QAnon. Después del atentado en El Paso, no fue posible acceder a 8chan durante algunos meses, pero luego volvió a estar on-line con un nombre nuevo: 8kun.

¿Quiere esto decir que la desplataformización puede resultar contraproducente? Después de todo sirve para reforzar las posturas antiestablishment y deja fuera los argumentos y réplicas que llegan desde los entornos moderados, lo que a su vez alimenta que los usuarios de las redes alternativas se radicalicen aún más.

La respuesta pública al veto a Trump estuvo bastante dividida. Por ejemplo, Margrethe Vestager –comisaria de Competencia y responsable de temas digitales en la Unión Europea– no tiene la mejor de las opiniones sobre el bloqueo a Trump: «Que empresas privadas decidan de facto lo que podemos ver no es tranquilizador». En todo caso, añade, resulta interesante que, con la exclusión de Trump, tanto Twitter como Facebook «hayan admitido una responsabilidad conjunta en lo tocante a impedir la difusión de contenidos ilegales».

Los sucesos de Washington son un empujón para quienes llevan años defendiendo la necesidad de limitar el poder de las grandes empresas tecnológicas. Joe Biden anunció el año pasado su intención de retirarles ciertos privilegios, por ejemplo, el de no hacerse responsables de los contenidos que publican.

La lógica de Biden está clara: lo que es ilegal off-line también tiene que estar prohibido on-line y ser tratado en consecuencia. Desde ofensas y amenazas hasta delitos de odio y sedición. Pero las gigantescas dimensiones que han adquirido las redes sociales hacen difícil trasladar las recetas analógicas al mundo digital… y garantizar los derechos de los ciudadanos. Es una tarea que desborda las capacidades del Estado. Solo Facebook cuenta con unos 15.000 moderadores repartidos por todo el mundo, e incluso ellos apenas tienen un par de minutos para valorar los contenidos, y eso en el mejor de los casos. Ni siquiera todos los fiscales y jueces del mundo juntos podrían valorar e interpretar en su contexto el enorme caudal de opiniones e imágenes que llegan a las redes sociales y decidir sobre su conformidad con la ley. Tampoco podrían hacerlo, aunque contaran con la ayuda de herramientas de inteligencia artificial.

Las redes alternativas

Para algunos expertos, la solución se encuentra en redes alternativas, como el llamado Fediverso. Formado por una federación abierta de servidores, en este universo se reúnen comunidades de pequeño tamaño que pueden intercambiar información a través de un protocolo tecnológico común, y que están gestionadas de forma independiente entre sí y moderadas por voluntarios. Todo esto hace más fácil imponer un comportamiento civilizado.

Hay algunos ejemplos que demuestran que esta idea puede funcionar. En el año 2019, la red social de ultraderecha Gab intentó poner pie en el Fediverso, pero sus creadores no consiguieron infiltrarse: Gab fue aislada por los demás y terminó marchándose.

La prueba de que las redes sociales posibilitan a la gente hacer el bien la encontramos en el caso de John Scott-Railton. Este norteamericano trabaja como investigador en el Citizen Lab de la Universidad de Toronto y lleva años sacando a la luz los intentos de algunos gobiernos de vigilar y controlar a periodistas y disidentes.

Pero desde el one-six lo que lo mueve es algo diferente. Cuando vio esa foto que ya se ha hecho famosa de un hombre con un montón de bridas en la mano, con las que obviamente pretendía maniatar a alguien, le asaltó una idea muy inquietante: «¿Había un plan para tomar rehenes?». Seguida de otra pregunta: «¿Podemos conseguir más fotos de ese personaje?».

Biden anunció que hará que las tecnológicas sean responsables de los contenidos que publican: lo que es ilegal ‘off-line’ tiene que serlo ‘on-line’

Decidió poner en marcha a través de las redes una campaña que le ha reportado decenas de miles de followers en Twitter. Scott-Railton se ha dedicado a estudiar el material gráfico del asalto al Capitolio y recopila «pistas de decenas de miles de voluntarios» para identificar a los delincuentes. ‘El tipo de las bridas’ ha sido identificado como Eric Munchel, de Nashville (Tennessee). Y ya ha sido arrestado y acusado. Para averiguar su identidad, Scott-Railton compró una fotografía en alta resolución de la agencia de noticias AP por 435 dólares. Al cabo de poco tiempo, una usuaria de Twitter lo reconoció. Scott-Railton quiere seguir identificando a más participantes en el asalto, como ‘el hombre del extintor’, entre otros. Y el enjambre digital lo ayudará a conseguirlo.

Los rostros del delito

Asalto al Capitolo: 'los rostros del delito'

La web Faces of the Riot ha colgado los rostros de 6000 supuestos participantes en el asalto, combinando sus imágenes de la red Parler con un algoritmo de reconocimiento facial.

La iniciativa, aunque presuntamente nace con la intención de identificar criminales, ha desatado la alarma. Según la CNN, ya ha habido empresas que han despedido a trabajadores por aparecer en Faces of the Riot. En Europa, esa web sería ilegal. Este montaje no está hecho con fotos de redes, sino con las tomadas por fotógrafos profesionales en el asalto al Congreso.

© Der Spiegel / M. Becker, P. Beuth, M. Böhm, M. Hoppenstedt, J. Knödler, G. Mingels, M. von Rohr, M. Rosenbach y H. Schmundt

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