A nadie se le había ocurrido hacer pasteles con enfermedades como el cáncer, pero el coronavirus también se ha saltado la frontera de lo políticamente correcto. Memes con ataúdes, chistes sobre muertos vivientes recorriendo supermercados y, por supuesto, el apocalipsis del papel higiénico. Las bromas sobre la pandemia han rebajado la ansiedad y se han extendido más que en cualquier otra tragedia. Analizamos el papel del humor en tiempos de crisis. Por Raquel Peláez
Cuando el coronavirus nos saludó desde su propia cuenta de Twitter unas semanas antes del confinamiento, la perplejidad ante la nueva situación se convirtió en un estallido de humor en las redes sociales: «¿Alguien quiere que le siga?», preguntaba la COVID-19. Y la guasa se hizo viral. Poco después, un grupo de porteadores africanos bailando mientras llevaba un ataúd se extendió por los grupos de WhatsApp y el acopio de papel higiénico disparó la creatividad, ya con todos en casa y el susto en el cuerpo.
Todos los expertos coinciden en que el humor reduce la angustia, pero, ¿dónde ha quedado ahora aquello de “comedia es igual a tragedia más tiempo”, según la fórmula de Groucho Marx?
«A diferencia de otras enfermedades o desastres, en esta ocasión estamos todos afectados y vertemos el humor, la parodia y las risas sobre nosotros mismos», explica Inmaculada Corcho
En el año 2013, el psicólogo Peter McGraw, de la Universidad de Colorado Boulder, llevó a cabo una investigación sobre el tiempo que debía transcurrir para que una catástrofe fuera objeto de chiste y descubrió que las bromas comenzaban a hacer gracia pasados 15 días y que el momento de mayor popularidad se producía 36 días después. Un estudio muy efectivo hasta que llegó el coronavirus y su debilidad por las distancias cortas.
«A diferencia de otras enfermedades o desastres, en esta ocasión estamos todos afectados y vertemos el humor, la parodia y las risas sobre nosotros mismos, sin estigmatizar a un grupo del que no formamos parte. Por otro lado, hemos sufrido una especie de risa nerviosa colectiva, que activa un mecanismo de defensa ante una situación que no controlamos, que nos asusta y nos desconcierta», explica Inmaculada Corcho, directora del Museo ABC de dibujo e ilustración, donde se encuentran algunos de los mejores chistes gráficos de la historia de nuestro país. «La risa, como el llanto o la rabia son emociones necesarias para mantenernos estables. Cuanto más dura es la situación más se activarán estas válvulas de escape».
«Cuando surgieron los primeros chistes, aquí todavía no había llegado la verdadera tragedia… Fue después cuando vinieron el pánico y la angustia», asegura José Ramón Ubieto
Por su parte, José Ramón Ubieto, profesor de psicología de la Universitat Oberta de Catalunya cree que, en esta ocasión, la catástrofe no se desató de forma inmediata como ha podido ocurrir con otros desastres naturales o actos terroristas y eso hizo que el humor se fuera colando con más antelación. «Cuando surgieron los primeros chistes, aquí todavía no había llegado la verdadera tragedia. Era más una cosa exótica, de “a ver qué es eso que hacen los chinos”… Algo que no nos tocaba. Fue después cuando vinieron el pánico y la angustia. Yo estoy seguro de que, ante un tsunami con 3000 muertos de golpe, a nadie se le hubiera ocurrido contar chistes».
El psicólogo apunta también que en el caso de otras enfermedades, como el cáncer o el SIDA, la población ya tiene asumido el drama que suponen y, en cierto modo, está preparada para el duelo, algo que en esta pandemia sigue pendiente: «Cuando todavía te quedan cosas por hacer, el humor es un tratamiento contra el horror. Existen muchas incógnitas sobre el coronavirus, seguimos confinados, sin poder hacer nada y nos sentimos muy impotentes. Ante esta situación de objeto pasivo, el humor hace que podamos recuperar algo de nuestra dignidad mediante la agudeza y al compartirlo con otros. Es una sublimación del horror, siempre fue así. Esto ya lo dijo Freud en su estudio sobre el humor en 1905 cuando escribió El chiste y su relación con lo inconsciente y todo el mundo lo trató como una especie de idiota porque no se explicaban cómo un señor tan serio podía dedicarse a esas cosas», continúa. «Lo gracioso es que Freud vio la importancia que tenía el humor para el ser humano como tratamiento para traducir el dolor en placer».
La comedia en tiempos de crisis
Mientras las cifras de contagiados y víctimas de la COVID-19 ascendían, también se multiplicaban los vídeos con chascarrillos sobre lo difícil que se hacía conseguir ciertos productos en el supermercado, ese vecino que empieza a aplaudir dos minutos antes de las ocho o lo regular que lo habían hecho los padres durante el primer día de desconfinamiento infantil. Ante esta situación, las redes se llenaron de ingenio y la pandemia creó sus propios héroes de la comedia.
«El ser humano necesita la risa como alivio y el coronavirus se ha llevado por delante muchas cosas, pero también mucha tontería», afirma Miguel Ángel Martín
Desde que el pasado 23 de marzo subió el primer vídeo con su diario del confinamiento y bajo el pseudónimo @Túnomandas, el actor malagueño Miguel Ángel Martín se ha convertido en una de las estrellas del estado de alarma. Sentado en su cocina, en pijama y con una taza en la mano, el personaje ha conectado con miles de seguidores que se identifican con todas sus historias. «Es un tipo muy sincero que se ríe de sus propias miserias y eso lo hace más cercano», asegura el actor, que confiesa ser el primer sorprendido ante este éxito. «Llevo 23 años haciendo teatro, pero esta vertiente humorística es nueva para mí. Por los comentarios que me llegan, al público millennial le hace gracia ese tío calvo, pero sobre todo parece que ha triunfado entre la gente más mayor. Me enternece el corazón cuando me cuentan que una abuela, que ha estado pachucha y ha pasado mucho miedo, le ha alegrado el día uno de mis vídeos», asegura. «El ser humano necesita la risa como alivio y el coronavirus se ha llevado por delante muchas cosas, pero también mucha tontería. El aspecto exterior nos da igual, no hemos ido de compras… Nos hemos quedado con lo esencial. Estábamos muy encorsetados y ahora lo políticamente correcto ha pasado a un segundo plano porque, en realidad, también era muy superfluo», concluye.
En relación a este tema, también Inmaculada Corcho considera que algo ha cambiado con respecto a los límites del humor: «Nuestro permanente estado de alerta y sobreprotección estaba mermando la capacidad para reírnos de nosotros mismos, de nuestros defectos y virtudes, de nuestros aciertos y errores, que son características del comportamiento humano. No somos seres perfectos y el humor se ceba en esas imperfecciones. Lo políticamente correcto tiene una vertiente positiva, porque está relacionado con el respeto como individuos y colectivos, pero estaba convirtiéndonos en castas intocables, incluso cuando se trata de provocar una carcajada o una sonrisa».
Según su directora, los fondos del Museo ABC guardan miles de muestras gráficas de humor sobre las tragedias: «Desde el primer número de la revista Blanco y Negro, que es el origen de nuestra colección, las viñetas humorísticas recreaban las miserias sociales y políticas diarias. Ese humor se hace más evidente ante acontecimientos de mayor repercusión como son los conflictos bélicos o los desastres naturales. Desde finales del siglo XIX, nos encontramos, por ejemplo, a Ramón Cilla y sus viñetas sobre la Guerra de Cuba y la crisis del 98; el repertorio de Sileno sobre la Primera Guerra Mundial; Aníbal Tejada, durante la Guerra Civil; Xaudaró y los conflictos nacionalistas; o Tito y la lucha obrera. Acontecimientos más recientes, algunos terribles como atentados terroristas y otros que no reflejan una tragedia pero si se refieren a situaciones políticamente trascendentales como la Transición, han quedado reflejados humorísticamente por dibujantes como Chumy Chúmez, Manolo Summers, Gila, Mingote o Martinmorales, entre otros».
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