Agotados, estresados y con la constante sensación de estar haciendo algo mal. La pandemia ha puesto contra las cuerdas a los padres. Los psicólogos han dado la voz de alarma. Lo llaman ‘burnout parental’ y sus duras consecuencias las sufren sus hijos. Por Raquel Peláez / Fotografía: Carlos Luján

• Consejos para sobrellevar la pandemia y no dejar de ser un buen padre

Varios grupos organizados de padres y madres armados con palas se echaron a las calles el fin de semana siguiente a la gran nevada en ciudades como Madrid o Valladolid. ¿El objetivo? Limpiar las zonas de paso para llegar al colegio de sus hijos. ¿Preocupados por la educación de sus retoños? No todas las fuentes consultadas a pie de colegio confirmaban esta inquietud. «Una semana más con ellos en casa y teletrabajando y me tienen que internar en la López Ibor», se pudo llegar a oír. Y de nuevo las redes sociales se llenaron de bromas. Una vía de escape, la del humor, altamente recomendada por los psicólogos, que ya han comenzado a alertar: el agotamiento parental extremo está aumentando y tiene consecuencias directas sobre los niños.

Tras un año de malabarismos entre lo doméstico y lo laboral, y ante la amenaza de ver cómo países de nuestro entorno ya han optado por el confinamiento domiciliario, con cierre de colegios y traslado de clases a los hogares incluidos, muchos padres se ven al borde del colapso mental. Ejercer como ayudantes de profesores, personal de comedor, vigilantes de pasillo, limpiadores y animadores socioculturales mientras se opta al puesto de teletrabajador del mes ha derivado en un agotamiento cada vez más evidente en las consultas de psicología: «Durante las primeras semanas de la pandemia se produjo un recogimiento familiar y casi todos mis pacientes cuentan que lo vivieron con una especie de alegría contenida. Por supuesto que hubo muchas excepciones, pero, en general, los niños estaban felices por tener a sus padres en casa y, a pesar de las circunstancias, los adultos pudieron disfrutarlo», explica Marián Rojas, del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas. «Nos lo tomamos como un periodo de adaptación y había más comprensión, tanto en los trabajos como en el colegio, pero luego todo se complicó y volvieron las exigencias. Si a eso sumamos el constante estado de alerta y estrés en el que vivimos y las pocas vías de escape de las que podemos disfrutar, el resultado es lo que se conoce como burnout (‘estar quemado’) parental’, un síndrome de agotamiento muy peligroso que provoca tristeza, irritabilidad e incluso un aumento de la agresividad», asegura la psiquiatra. Y continúa: «Son muchos los padres que me han contado que se sienten culpables porque esto se ha alargado tanto que su nivel de tolerancia es bajísimo y eso se traduce en que gritan a sus hijos constantemente y los tratan mal.

Es un trastorno peligroso. Las posibles consecuencias van desde problemas del sueño hasta conflictos de pareja e incluso violencia

Una de las mayores expertas en la investigación sobre este tipo de desgaste extremo es la profesora de Psicología Moïra Mikolajczak, de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Según sus conclusiones, es fundamental no subestimar el burnout parental porque puede derivar en casos de negligencia o violencia. Y más en un momento como el que estamos viviendo, donde no se puede recurrir a los abuelos ni aliviar la presión con actividades sociales antes permitidas. «Se trata de una condición grave que requiere urgentemente más atención. La crisis derivada de la COVID-19 ha puesto de relieve el sufrimiento de los padres y ha surgido como una prioridad la necesidad de comprender mejor su agotamiento», asegura Mikolajczak.

Distanciamiento emocional

Los psicólogos emplearon por primera vez el término burnout a mediados del siglo pasado para describir las consecuencias del estrés crónico en el trabajo, pero fue en los años ochenta cuando los científicos comenzaron a considerar que también algunos padres podían sufrir el síndrome de desgaste. En aquel momento, la investigación se centró en progenitores con hijos que sufrían una enfermedad crónica, pero estudios como los de Mikolajczak fueron más allá y desde hace seis años intentan analizar sus consecuencias en la población parental más general.

Cualquiera puede verse identificado con la fatiga asociada al cuidado de un niño, pero para algunos padres una exposición prolongada a ese estrés puede convertirse en algo dañino que llega a afectar a la relación con ellos. «Este síndrome se caracteriza por un agotamiento abrumador que lleva a una sensación de incompetencia en el papel del progenitor y a un distanciamiento emocional con los hijos», asegura la psicóloga, cuyo estudio concluye que las posibles consecuencias van desde trastornos del sueño hasta conflictos de pareja, negligencia en el cuidado de los hijos e incluso violencia o ideas suicidas. En este sentido, el informe publicado por dos de sus compañeras de investigación en la revista Frontiers in Psychology, Sarah Hubert e Isabelle Aujoulat, apoya sus conclusiones, dando voz a madres exhaustas. «Si tuviera que describirlo, diría que es como sufrir una fatiga gigante que va acompañada de una especie de nerviosismo constante. A veces siento como si todo dentro de mí estuviera al revés. Tengo dolor en el cuello, acúfenos, dolores de cabeza y también siento mareos», cuenta Elisabeth, una de las participantes de la investigación. «En este punto es demasiado tarde, uno ha agotado todos los recursos y la energía. Todo está vacío por dentro. ¡Mental y físicamente vacío!», describe otra de las mujeres del estudio, que continúa explicando que sobrevivir con el piloto automático, separarse de los hijos y perder el control forman parte de este proceso. «Nuestros resultados exigen el desarrollo de intervenciones específicas para ayudarlos a ellos y a sus hijos a afrontar mejor estas situaciones de extrema vulnerabilidad, muchas veces reforzadas por sentimientos de culpa, vergüenza y soledad», apunta Mikolajczak.

La organización Mundial de la Salud habla ya de ‘fatiga pandémica’. Si el adulto está quemado, difícilmente puede cuidar de sus hijos

La psicoterapeuta familiar y de pareja en Psicólogos Pozuelo, Carolina Ángel Ardiaca, no tiene ninguna duda: ella también ha visto en consulta cómo sus pacientes llegan a describir su estado de colapso en términos de burnout: «Estamos sometidos a una situación de hipervigilancia que está generando graves problemas de salud mental entre los padres. Esa constante preocupación por el virus, por si entra en el aula de nuestros hijos, por si hemos tenido algún contacto… Todo eso, sumado a las tareas diarias y a la sensación de no verle el fin a esta crisis, provoca que la angustia suba», explica. «La Organización Mundial de la Salud habla ya de ‘fatiga pandémica’ y, en este sentido, es importante entender que si el adulto está quemado y no se cuida a sí mismo difícilmente podrá cuidar de sus hijos. El nivel de tolerancia va disminuyendo y esto tiene efectos dañinos en los más pequeños», añade. Pero no solo la OMS alerta sobre el peligro del agotamiento parental. Otras organizaciones como la Asociación Americana de Psicología (APA) han revelado que el 46 por ciento de los padres con hijos menores de 18 años padece un alto nivel de estrés, en comparación con el 28 por ciento de los adultos sin hijos. Durante el confinamiento y con los colegios cerrados, el 71 por ciento de los padres encuestados dijo que administrar la educación a distancia de modo virtual fue una fuente importante de estrés. Carolina Ángel está de acuerdo: «La mayor parte del desgaste que observo en los padres viene de esa obligación de tener que ejercer también como profesores, de la nueva parte de telepresencialidad en las aulas. En muchas casas, ni siquiera hay dispositivos suficientes para que los hijos se conecten a clase y los padres puedan teletrabajar al mismo tiempo, y eso genera muchísimo estrés». Arthur C. Evans Jr., director ejecutivo de APA, añadía en su informe: «Los niños son observadores agudos y, a menudo, notan y reaccionan al estrés o a la ansiedad de sus padres, cuidadores, compañeros y comunidad. Los padres deben priorizar su autocuidado y hacer todo lo posible para generar formas saludables de lidiar con el estrés y la ansiedad».

El lado oscuro de la incertidumbre

Para explicar ese estado actual de angustia, la psiquiatra Marián Rojas habla del concepto ‘intoxicación por cortisol’: «Ante un estado de incertidumbre como el que estamos viviendo, nuestro cerebro activa el cortisol, que es la hormona del estrés. Y, aunque esta hormona es necesaria porque estimula los mecanismos de lucha y huida, este estado constante de alerta en el que vivimos hace que se produzca en exceso y eso afecta a nuestra salud. Se duerme peor, afecta al sistema gastrointestinal y estás más irritable, más triste». Y, aunque según indica la psiquiatra esta intoxicación ya existía en muchos casos antes de la pandemia, «el problema es que todos los métodos que teníamos para liberar ese cortisol y bajar su nivel se han ido reduciendo y ahora no podemos acceder a vías de escape normales como viajar, quedar con los amigos y abrazarnos, ir a un concierto… Otra de las maneras de reducir ese nivel es a través de la alimentación sana, pero tampoco por ahí hemos ganado. Al pasar tanto tiempo en casa, atacar la nevera y comer cualquier cosa se ha convertido casi en la única alegría del día». Todo esto genera que los padres hayan entrado en lo que Rojas llama ‘modo supervivencia’ y ahí es donde entran en juego las pantallas: «Yo entiendo que no es fácil, pero eso lo único que consigue es mitigar la capacidad de atención y de impulsividad del cerebro de los niños». Por su parte, la psicoterapeuta Carolina Ángel añade: «Hay que buscar actividades que nos recarguen las pilas, válvulas de escape como salir a pasear. Si es posible, yo recomiendo complementarse con la pareja y hacer turnos. Los padres se pueden alternar y buscar un espacio de individualidad porque todo esto también puede afectar a la pareja». Por su parte, la psiquiatra Marián Rojas habla de compartir nuestras inquietudes con personas que estén en la misma situación e intentar tirar siempre del humor: «Debemos conectar con ‘personas vitamina’, es decir, padres y madres que nos entienden porque están igual que nosotros y con los que poder reírnos e incluso encontrar soluciones juntos. Lo más importante es darse cuenta de que no estás solo, de que hay gente que tiene que hacer las mismas piruetas que tú para salir adelante. Cuando sientes que no eres el raro, te sientes aliviado».

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