Es la herramienta psiquiátrica más polémica: la terapia electroconvulsiva. Sus detractores advierten de sus graves efectos secundarios, pero los estudios científicos demuestran que estas descargas eléctricas pueden ser enormemente eficaces contra las depresiones severas. Por Bernhard Albrecht/ Fotos: Marek Vogel
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Será en el ático, un lugar que conocen bien los siete pacientes. Los siete pacientes se han dado cita en el área de consultas. Son las nueve de la mañana y una luz mortecina entra por las ventanas. En días así, mucha gente tiende a sentirse un poco deprimida. Pero a estos enfermos no les serviría de mucho que hiciera sol. Ni tampoco una sesión de psicoterapia. Ni los fármacos. Todos ellos sufren depresión severa. Quizá sí los ayuden las convulsiones provocadas por las descargas eléctricas. Al menos, en eso confían sus médicos.
La eficacia del tratamiento no está en la corriente eléctrica, sino en la calidad de la convulsión
Uno de los pacientes es M. F., un cartero que pasa la cincuentena. La enfermedad se coló en su vida hace dos años: «Antes siempre decía que la depresión no era una enfermedad, que era tontería». M. F. tenía compañeros de trabajo estupendos, le encantaba lo que hacía. Estaba felizmente casado y muy orgulloso de sus dos hijos, ya adultos. «¿Y qué? No me sirvió de nada». Empezó con dolores de estómago. Su médico de familia le mandó una gastroscopia. «Pero mi estómago estaba bien. El médico me dijo que la enfermedad estaba en mi cabeza, y me derivó a psiquiatría». Ha llegado a pensar en tirarse a las vías del tren. «Sé muy bien dónde hacerlo. Pero no lo hago porque mi mujer se quedaría sola». Le cuesta describir lo que le pasa. No tiene chispa, le falta empuje, las ganas de hacer cosas. Ya no queda con amigos. Se despierta todas las noches a las tres de la mañana atormentado por un desasosiego que no consigue acallar. Los médicos probaron todo tipo de psicofármacos, aparecen enumerados en su informe, son muchos. Pero ninguno funcionaba. Luego, le propusieron que probara con una TEC.
TEC son las siglas de terapia electroconvulsiva. El término que se usaba antes, electroshock, suena a técnica de tortura. Utilizar esta nueva denominación le resta resonancias negativas, es lo que pensaron los psiquiatras que hace tiempo empezaron a luchar por el reconocimiento de este tratamiento enormemente polémico, pero que se sigue utilizando hoy. Sus partidarios sostienen que es el método más efectivo para tratar las depresiones resistentes a las demás terapias. Tal y como ellos lo ven, no ofrecerles la TEC a sus pacientes sería equiparable a una negligencia severa. Los psicofármacos y la psicoterapia no tienen un efecto suficiente en una de cada tres personas afectadas. De acuerdo con los últimos estudios, la aplicación de descargas eléctricas permite salir del agujero de la depresión, al menos de forma temporal, a entre el 50 y el 85 por ciento de los pacientes.
Una terapia polémica
Los defensores de este método tienen enfrente un ejército de críticos, que incluye a multitud de psiquiatras. Para ellos, este tratamiento viene directamente de unos tiempos oscuros en los que se maltrataba al enfermo con baños de agua helada o curas de hambre, o le ataban a sillas giratorias que daban vueltas hasta que perdía la conciencia. Entre sus argumentos, los críticos cuentan con el poder de las imágenes: vídeos en blanco y negro que muestran a pacientes retorciéndose por la corriente eléctrica. La película Alguien voló sobre el nido del cuco se ha grabado a fuego en la memoria colectiva de varias generaciones. El rebelde Randle McMurphy, interpretado por Jack Nicholson, con electrodos y espuma en la boca, se convirtió en símbolo contra una psiquiatría que prefería recurrir a terapias coercitivas, técnicas crueles y fármacos en lugar de escuchar las necesidades
y miedos de los pacientes.
El filme, que se rodó en el punto álgido del movimiento crítico con la psiquiatría de los años setenta, al que se sumaron numerosos filósofos, sociólogos y psicoterapeutas, encajaba a la perfección con las ideas que estos defendían, según cuenta el historiador Edward Shorter en su libro Historia de la psiquiatría. «El mensaje estaba claro: los pacientes de los psiquiátricos no están enfermos, lo único es que se apartan de la norma social». Estas ideas siguen vigentes hoy, afirma Cornelius Schüle, médico jefe de la Clínica Universitaria de Múnich. «Por desgracia, la imagen equivocada que la TEC lleva asociada ha dañado de tal modo su prestigio que aún hoy seguimos enfrentándonos a importantes prejuicios».

Alguien voló sobre el nido del cuco. En 1975, la famosa película en la que se castigaba con electroshock al protagonista (Jack Nicholson) se convirtió en símbolo del rechazo social a la psiquiatría de la época
El paciente M. F. no tenía prejuicios. «Mientras sirva de algo…». Eso les dijo a los médicos que se lo propusieron. En el hospital le administraron doce sesiones a lo largo de cuatro semanas, otra tanda dos meses más tarde. Hoy se muestra contrariado. «¡Es la sesión 28! ¿De qué me está sirviendo?». Y añade que la psicoterapia tampoco lo está ayudando. La única que está contenta con la TEC, añade, es su mujer, le ha «suplicado» que siga con el tratamiento.
El anestesista, un enfermero y el médico jefe están esperando a M. F. No tardan en empezar a colocarle electrodos en el pecho, la frente y las sienes, luego le ponen una vía en una vena de la mano izquierda. El paciente se deja hacer mientras comenta los resultados de su equipo de fútbol. ¿Miedo? «No, ya es pan comido para mí». Le colocan la mascarilla respiratoria. El anestésico hace efecto y los ojos se le ponen vidriosos. El anestesista le administra una segunda inyección a través de la vía. Succinilcolina. Para relajar los músculos.
La convulsión dura treinta y tres segundos
Las extremidades del paciente le tiemblan de forma casi imperceptible. «Los neurotransmisores están empezando a actuar sobre sus músculos, estará paralizado durante unos cinco minutos. No va a notar nada, por el narcótico», dice el médico. Antes, los pacientes tenían que soportar la TEC despiertos y sin relajantes musculares. No era raro que se rompieran algún hueso por los espasmos.
Cuando la corriente alterna, con sus 180 voltios, 0,9 amperios y 285 miliculombios, empieza a recorrer el cuerpo inconsciente del cartero, su rostro se contrae. Una gasa que previamente le han colocado en la boca impide que se muerda la lengua.

Un anestesista comprueba en un electrodardiógrafo si aparecen alteraciones en el ritmo cardiaco durante la electroterapia.
Su cuerpo permanece inmóvil. Transcurren seis segundos. El aparato de TEC –un dispositivo con forma de caja y dos indicadores digitales, cuatro interruptores y dos reguladores giratorios– escupe una tira de papel cubierto por curvas zigzagueantes. Es la convulsión. Al cabo de unos instantes, las curvas pasan a convertirse en líneas rectas con puntas poco pronunciadas. La convulsión ha pasado. Ha durado treinta y tres segundos. El factor determinante para la eficacia terapéutica no es la corriente eléctrica en sí, sino la calidad de la convulsión provocada.
Antes los pacientes soportaban la TEC despiertos y sin relajantes musculares. No era raro que se rompieran algún hueso durante los espasmos
Todavía no se sabe con certeza de qué forma la TEC ayuda en la depresión, pero los estudios muestran que aumenta la liberación de neurotransmisores y que se forman nuevas neuronas. Pasados tres minutos, M. F. empieza a respirar más fuerte e intenta levantarse. El enfermero lo sujeta con suavidad y lo vuelve a tumbar en la cama.
El procedimiento parece tan inocuo como una gastroscopia, muy alejado de las imágenes que siempre asociamos a la TEC. Pero ¿es inocua? ¿Y de dónde surgió la idea de tratar a los pacientes con descargas eléctricas?
La TEC se inventó en 1938, cuando todavía no había psicofármacos y la psicoterapia estaba en pañales. En aquella época se probaba de todo a la hora de tratar a los enfermos mentales. Por ejemplo, se les inducían comas con insulina, no pocas veces con resultados fatales, o se les inyectaban patógenos de la malaria en lo que se llamaba ‘terapia de fiebre’.
El primer ensayo: en un matadero de cerdos
Los psiquiatras llegaron a la idea de usar los shocks eléctricos al observar que algunos esquizofrénicos que también sufrían epilepsia parecían tener mayor claridad mental después de sufrir un ataque. Por tanto, el psiquiatra italiano Ugo Cerletti pensó en provocar esas convulsiones mediante electroshocks. Empezó ensayando con cerdos en un matadero romano.
El primer paciente de TEC fue un ingeniero de Milán al que se había encontrado deambulando por la estación de la ciudad. Repetía un galimatías sin sentido, tenía alucinaciones y creía que alguien lo controlaba telepáticamente. Tras el primer tratamiento «se volvió hacia nosotros con una sonrisa, como si se preguntara qué estaba pasando, qué queríamos de él», recordó Cerletti tiempo después. Al cabo de once sesiones ya estaba mucho mejor; volvió a trabajar. Por lo tanto, la idea no era ‘castigar’ a los pacientes, sino hacer lo que la medicina científica siempre hace: observación clínica, elaboración de conclusiones, ensayos con animales y primeras pruebas con seres humanos.
Los pacientes con ciertos problemas de corazón no pueden someterse a esta técnica
Pero el mundo especializado se mostró dividido ante la nueva técnica. «A diferencia de lo que hoy cabría suponer, entre los más escépticos figuraban muchos médicos alemanes próximos a la ideología nazi», afirma la historiadora de la medicina Lara Rzesnitzek, de la Clínica de la Charité de Berlín. Para los ideólogos fascistas, muchos de los trastornos psíquicos no eran sino enfermedades hereditarias que había que «erradicar» mediante la esterilización forzada de los afectados. Y, obviamente, que hubiera terapias eficaces para su tratamiento cuestionaba esa concepción, de ahí el rechazo.
Tras la Segunda Guerra Mundial arrancó un capítulo especialmente vergonzoso. Hay pruebas de que los electroshocks se usaron para disciplinar a pacientes difíciles, como refleja Alguien voló sobre el nido del cuco.
En la actualidad, la utilidad de la TEC está reconocida en España, Alemania, los países escandinavos, Gran Bretaña y Estados Unidos. Por lo general, el éxito de esta terapia solo se mantiene en el tiempo si a las cuatro semanas de tratamiento ambulatorio se añade una terapia de mantenimiento, con fármacos y nuevas sesiones de TEC. En torno a la mitad de los pacientes que siguen este esquema presenta una mejoría prolongada, según los estudios sobre la materia. Un ejemplo de este efecto sería el de N. B., una mujer sexagenaria propietaria de un restaurante y que lleva más de tres décadas sufriendo episodios recurrentes de depresión.
En 2011, la sometieron por primera vez a un tratamiento de TEC. Fue su salvación tras meses de sufrimiento. Siguieron siete años sin depresión y sin psicofármacos. A comienzos de 2018 volvieron a cernirse sobre ella las tinieblas de la enfermedad. La ansiedad le impedía conciliar el sueño y los pensamientos suicidas se hicieron tan fuertes que tuvo que ser derivada a una unidad especializada para garantizar su seguridad. «No quise pasarme meses probando fármacos cuando ya sabía lo que me podía ayudar: la TEC».
El velo de la depresión
Su marido, que siempre había pensado que la TEC era «psiquiatría brutal», recuerda el efecto que tuvo la nueva tanda de sesiones de terapia. «Fue igual que hace siete años: bastaron diez aplicaciones y la mejoría fue espectacular. Como si alguien hubiera tocado un interruptor en su cerebro». Hoy, N. B. vuelve a estar al pie del cañón en su restaurante. «La TEC ha sido una bendición para mí», dice. «De todos modos tienes que seguir trabajando en ti mismo. Yo sigo necesitando mis sesiones de psicoterapia, la acupuntura y el yoga. No presento trastornos de memoria», añade. Al contrario, están regresando muchas cosas del pasado, «como si la TEC hubiese levantado el velo de abotargamiento y olvido de la depresión».
El cartero M. F. lleva ya seis semanas de vuelta al trabajo. Cuenta con orgullo que incluso ha enseñado a un nuevo compañero a moverse por un barrio donde hacía una década que no repartía el correo. «Seguía acordándome del nombre de la gente de casi todas las casas». También ha vuelto a ir al fútbol con sus amigos, aunque sigue lejos de tener una vida feliz. «Siempre le empeora el humor cuando han pasado cinco días desde la última TEC –dice su mujer–. Esta mañana volvía a no verle sentido a seguir con el tratamiento y no quería ir a la clínica. Espero que algún día los efectos le duren más».
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