Trabajo en el centro de salud de Entrevías, en Vallecas, la zona de Madrid con más contagios desde el principio de la pandemia. En este barrio, los casos de Covid se han multiplicado porque existe un problema de hacinamiento. La gente vive en casas pequeñas donde, muchas veces, no pueden hacer aislamiento. Por Raquel Peláez/ Fotografía: Carlos Carrión

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En mi centro estamos sobrepasados. Eso se traduce en listas de espera o en que los resultados de PCR tarden una semana. Y va a más. ¿Las consecuencias? Pacientes que te insultan, te gritan, te dicen que por qué te has ido de vacaciones o que para esto no tendrían que pagar la Seguridad Social. Lo que no saben es que no hemos parado, que hacemos muchísimas horas de más.

En Madrid faltan médicos y no se ha contratado a nadie ni se ha reforzado nada. En mi centro, el primer día que se cerraron las consultas normales, que fue el 12 de marzo, de diez médicos que somos en plantilla de tarde estuvimos tres. Yo me metí en la sala de coronavirus mientras mis otros dos compañeros se pusieron a atender el teléfono. Cuando salí, me aplaudieron. Era como venir de otra dimensión. Pero eso pasó en marzo, ahora me quiero ir.

«Después de 20 años de trabajo, tengo la sensación de haberme equivocado de profesión. Necesito un lexatin para ir a trabajar»

No tengo ánimo. Me siento triste y, después de 20 años de trabajo, tengo la sensación de haberme equivocado de profesión. La mayoría de los días me tomo un Lexatin para ir a trabajar porque voy con taquicardia. Y te aseguro que soy una persona estable, pero pienso que ya no quiero ser médico. Y no porque no me guste, es que en estas condiciones no quiero trabajar. Durante mi jornada yo atiendo a 50 personas de consulta habitual y otras 50 de coronavirus, además de hacer PCR y gestionar toda la burocracia, incluidas las bajas laborales. El problema es que todo esto ha llegado con una Atención Primaria muy vapuleada. Los primeros meses estás a tope. Pero, cuando pasa el tiempo y sigues con la misma infraestructura o peor, piensas: «Mira, me quiero ir».

Y, claro, en tu vida personal todo esto repercute. Yo estoy separada y, durante la pandemia, tuve que estar tres meses sin ver a mi hijo y luego seis meses sin que viviera en mi casa porque decidimos que en esta situación lo mejor era que se quedara con su padre. Pero ahora que ya lo tengo en casa varios días por la tarde, tampoco lo puedo ver porque mi turno es de tarde y no se puede cambiar.

Y no quiero que me aplaudan, quiero que me hablen bien cuando los llame por teléfono, que no me echen la culpa de todo, que me den EPI para ver en condiciones a los pacientes. Hasta el verano hemos funcionado con pantallas que nos había donado un amigo. Mujeres del barrio nos hicieron EPI con bolsas de basura. Yo me he visto con una carretilla por la calle a las once de la noche llevando una bombona de oxígeno a un domicilio porque una señora se ahogaba y no llegaba la UVI. Tuvimos que subirla a pulso.

«Yo no quiero que me aplaudan. Quiero que me hablen bien cuando los llame por teléfono, que no me echen la culpa de todo»

El tema emocional es tremendo. Muchos de nosotros tomamos medicación para dormir. Tengo compañeros que están con antidepresivos y yo me lo estoy planteando. Si siento menos ansiedad, igual voy tirando. Ya te lo planteas así: al menos sentir menos angustia. Llegan las nueve de la noche y nos quedan por hacer 30 llamadas, pero todos estamos igual. Entonces, ¿quién te echa una mano?

Gemma Tena pertenece a la Asociación de Médicos y Titulados Superiores de Madrid (Amyts)

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