¿Es viable una vacuna ‘made in Spain’? España participa en esta carrera desde el minuto uno. Los mejores investigadores se han puesto manos a ello para obrar este milagro a pesar de la escasez de recursos. Por Carlos Manuel Sánchez/ Fotos: Carlos Luján.

Los españoles que se dejan la piel buscando la vacuna contra la COVID-19

Los españoles que se dejan la piel buscando la vacuna contra la COVID-19

Están al nivel de los grandes del mundo. Sin embargo, la genialidad y las horas de trabajo no siempre son suficientes. Estos científicos no solo investigan contra reloj: lo hacen…

Mariano Esteban recibe un correo electrónico en su despacho del CSIC, en Madrid. El asunto, en inglés: «Urgente. Genoma de nuevo coronavirus 2019».

Pincha un enlace y comienza a leer un galimatías que empieza así: auuaaagguuuauacc… Es el 11 de enero de 2020. Ese mismo día cientos de virólogos en todo el mundo leen, asombrados, esa misma secuencia genética que un científico australiano ha compartido. Empiezan a sonar los teléfonos.

Esteban ignora que, ocho días antes, una caja con un tubo de ensayo empaquetado en hielo había llegado al laboratorio del profesor Zhang Yongzhen en Shanghái (China). Contenía un algodón con las secreciones de un vendedor de un mercado de Wuhan que sufría una extraña neumonía. Yongzhen y su equipo trabajan dos días y dos noches con una máquina secuenciadora que descifra el genoma del invasor.

Yongzhen se percata entonces de que está viéndole la cara a un asesino en serie. Alerta a las autoridades chinas, pero la consigna oficial es que todo está bajo control. El 11 de enero, desesperado, se desahoga por teléfono con un colega de la Universidad de Sidney, Edward Holmes, que le pide permiso para publicar el genoma. Zhang duda un minuto. Sabe que incurrirá en la ira de los funcionarios… Traga saliva y dice: «OK». Es una decisión trascendental. La COVID-19 ha matado a más de un millón de personas, pero serían decenas de millones si Yongzhen se hubiera guardado su trabajo hasta tener permiso para publicarlo. Gracias al genoma se pudo diseñar en días la famosa PCR. Y se podrá elaborar una vacuna con una rapidez nunca vista.

Esteban llama enseguida a su colaborador: Juan García Arriaza. Han luchado juntos en mil batallas: contra el ébola, el zika, el chikungunya… Esteban, como jefe del Grupo de Poxvirus y Vacunas; y García Arriaza como su lugarteniente, aunque enganchando contratos temporales, nada nuevo en España, donde la precariedad entre los jóvenes investigadores es la norma. Ambos están de acuerdo: es un virus desconocido. Y se fijan en que la membrana está erizada con unas curiosas espigas que tienen el aspecto de mazas medievales y que serán bautizadas como ‘proteínas S’. Sin duda, el bicho está bien armado. El sistema inmune aún no lo tiene fichado, pero debe aprender cuanto antes que esas proteínas afiladas no traen nada bueno. Y la mayoría de las vacunas de la primera generación van a apostar por entrenarlo para reconocerlas. Esteban y García Arriaza coinciden en que ese es el punto flaco más evidente del coronavirus y no tardan en decidirse: «A por él».

El equipo de Esteban estaba en cabeza, en pugna con la Universidad de Oxford. «En abril los británicos iban a la par que nosotros», recuerda el científico

En ese momento acababa de empezar la carrera más formidable de la historia de la medicina: la de la vacuna contra la COVID-19, aunque la OMS tardaría aún dos meses en decretar la pandemia. Participan 213 proyectos en todo el mundo, una docena españoles. Es una maratón, pero se está corriendo como si fuera una prueba de velocidad. De media, se tardan diez años en poner en el mercado una vacuna. Pero la urgencia es tan grande que ya hay 35 en ensayos clínicos, con miles de voluntarios recibiendo dosis de los diferentes prototipos.

España participa en esa carrera desde el minuto uno. Y el equipo de Esteban lideraba, en pugna con la Universidad de Oxford, el pelotón de cabeza. Fue un espejismo fugaz. Ambos utilizan estrategias parecidas para diseñar un ‘coche’ que transporte la proteína S hasta las células: Oxford, un adenovirus de los chimpancés; el CSIC, una variante desactivada de la viruela. «En abril los británicos iban a la par que nosotros», recuerda Esteban. Pero Oxford, donde trabajan 220 investigadores solo en esta vacuna, por un puñado en el CSIC, colabora desde hace años con la compañía farmacéutica AstraZeneca y recibe un impulso decisivo de la multinacional, que inyecta millones de euros. La vacuna española se atasca porque no hay lazos fluidos con la industria. Una compañía alemana se interesa y le envía un preacuerdo a Esteban. «Pero perdíamos la oportunidad de fabricarla en España y el ministerio nos aconsejó explorar empresas españolas».

Retrasos y más retrasos

Cuando las compañías punteras empezaban a reclutar voluntarios, los centros españoles todavía esperaban a que un laboratorio estadounidense les enviase los ratones modificados genéticamente para los ensayos con animales. La demanda mundial se ha disparado y hay que ponerse en la cola. Los roedores son muy jóvenes y llegan estresados. Hay que dejarlos que se tranquilicen, que formen familias… Más retrasos. De todos modos, por mucho que se corra, hay que respetar unos plazos para asegurarse de que las vacunas sean seguras y efectivas. Oxford y las estadounidenses Moderna y Pfizer ya han enfriado la esperanza de que este año se empiece con las campañas masivas de vacunación. En cuanto a las españolas, habrá que esperar por lo menos hasta la primavera de 2021. Así que España, fiel a Unamuno («Que inventen ellos»), y a pesar de tener investigadores de primer nivel, dependerá de las compras en el extranjero. «Es importante que la sociedad se percate de que no puede tener a la ciencia desamparada. Vendrán más pandemias», advierte Esteban. Y el virólogo Luis Enjuanes añade: «Es una cuestión de estrategia nacional. Debemos desarrollar la capacidad para la fabricación de fármacos estratégicos». Está en juego la soberanía inmunitaria.

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