Los virus tienen mala fama y la COVID-19 no está haciendo nada por mejorarla. Pero ¿y si usáramos su potencial para combatir enfermedades? Dos españoles lideran en Texas una investigación que convierte a los virus en una prometedora arma contra el cáncer. Por Ixone Díaz Landaluce / Ilustración: Javier Jaén

• Una esperanza para el tumor más letal que existe

Capaces de causar pandemias, paralizar a la humanidad en seco, provocar enfermedades terribles y matar a millones de personas en apenas meses, los virus tienen la mala prensa que se merecen. Y, sin embargo, estos temidos patógenos también pueden convertirse en nuestros aliados más inesperados. Por ejemplo, en la lucha contra el cáncer. Ese es, precisamente, el trabajo de los virus oncolíticos, protagonistas de una de las ramas de investigación oncológica más prometedoras y que, en los últimos 5 años, ha experimentado un auténtico boom en el mercado farmacéutico.

Redescubriendo al ‘enemigo’

Que los virus podían desempeñar un papel interesante en la lucha contra el cáncer fue, desde finales de 1800, una intuición de muchos médicos, que observaban cómo la enfermedad remitía en algunos pacientes tras una infección vírica común. Pero también tras recibir alguna vacuna. «Casos anecdóticos siempre ha habido –explica el neurólogo español Juan Fueyo–: un niño africano con un linfoma de Burkitt que se curó después de pasar el sarampión, o la historia del médico italiano que, a principios del siglo XX, encontró que una mujer con cáncer de cérvix mejoró al recibir la vacuna de la rabia, tras lo cual trató a varias prostitutas, aunque nunca publicó los resultados. El primer estudio clínico serio –agrega el neurólogo– se hizo en 1960 en Estados Unidos con mujeres con cáncer de cérvix a las que se les inyectaba un cóctel de adenovirus. Aunque mejoraron, a la larga todas acabaron falleciendo». Fueyo y su mujer, la también neuróloga Candelaria Gómez-Manzano, llevan más de dos décadas estudiando los virus oncolíticos en el Centro Oncológico MD Anderson de la Universidad de Texas y utilizando un adenovirus modificado para tratar el glioblastoma, el tumor cerebral más letal que existe.

«La idea es que tu cuerpo es capaz de curarse. Pero no a través del pensamiento positivo, sino inyectándote un virus», explica el neurologo español

Hasta que en los noventa las nuevas técnicas de ingeniería genética no permitieron modificar los patógenos no hubo avances significativos en el campo. Además, durante muchos años, invertir en este tipo de tratamientos era demasiado arriesgado para las farmacéuticas. El paso de gigante llegó en 2015, cuando la FDA (la agencia regulatoria americana) aprobó el primer tratamiento de este tipo contra el melanoma metastásico. Imlygic, una forma modificada del virus del herpes, tenía unos resultados clínicos modestos (es un tratamiento caro que apenas logra alargar unos meses la vida de los pacientes), pero demostró que el potencial de este tipo de tratamientos no residía únicamente en la capacidad del virus para terminar por sí mismo con las células tumorales, sino en su potencial para hacer reaccionar al sistema inmune en su conjunto.

El virus marca el tumor: lo hace ‘visible’

«El gran cambio de paradigma llega cuando observamos que, además del efecto oncolítico, hay un efecto de inmunidad contra el tumor y estos virus empiezan a considerarse parte de la inmunoterapia», explica Fueyo. Durante años, los virus oncolíticos solo se habían probado en ratones sin sistema inmune. Al llegar a los ensayos con humanos, los investigadores descubrieron otro filón de mayor alcance que utilizar el virus para destruir ‘personalmente’ las células cancerígenas. «Los tumores tienen una serie de mecanismos para esconderse, pero el virus es capaz de enseñarle al sistema inmune que, además de un virus, hay un tumor ahí», argumenta Marta Alonso, investigadora de la Clínica Universidad de Navarra y el CIMA. El mecanismo es el siguiente: cuando un virus oncolítico infecta una célula tumoral, el virus hace copias de sí mismo hasta que la célula estalla. Pero esa célula, además, libera antígenos del tumor que hacen que el cáncer sea ‘visible’ para el sistema inmune. Y eso puede provocar que la respuesta inmunitaria alcance también a células tumorales en otras partes del cuerpo.

Lucha contra el cáncer, el poder oculto de los virus

La pareja de neurólogos Juan Fueyo y Candelaria Gómez-Manzano lleva más de 20 años estudiando los virus oncolíticos en Estados Unidos

Fueyo tiene una curiosa forma de explicar el funcionamiento de estas terapias. «Es la misma idea de los alquimistas, de la homeopatía y la acupuntura: tú te puedes curar a ti mismo. En el caso de todos ellos es pura pseudociencia. Pero en nuestro caso es lo que ocurre. Cuando le inyectas el virus a un paciente –explica el neurólogo–, el patógeno actúa durante dos semanas, tras las cuales el sistema inmune se despierta y reconoce que el cáncer, antes invisible, está ahí. El virus desaparece y el paciente empieza a curarse solo y sin ningún efecto secundario. La idea es que tu cuerpo es capaz de curarse. Pero no a través del pensamiento positivo, sino inyectándote un virus».

La bióloga Marta Alonso, que trabajó con el matrimonio Fueyo-Gómez Manzano en Texas, está dirigiendo un ensayo clínico en la Clínica Universitaria de Navarra para probar la eficacia de un adenovirus modificado en pacientes infantiles que padecen tumor difuso de tronco. De momento, ya han podido certificar que el virus –perteneciente a la familia de los que provocan el resfriado común– es seguro y que provoca una respuesta inmunitaria en ratones triplicando su esperanza de vida. «Los niños con tumor difuso de tronco tienen una media de supervivencia de entre 9 y 12 meses. Ya hemos probado el tratamiento en 12 pacientes. Los datos son prometedores y se publicarán en estos meses», cuenta Alonso, que prefiere no entrar en más detalles para no crear expectativas en las familias.

Ya en el siglo XIX los médicos habían observado que el cáncer a veces remitía tras una infección vírica común tras ponerle al enfermo una vacuna

Actualmente, decenas de virus están siendo probados en ensayos clínicos para combatir distintos tipos de cáncer: desde el melanoma hasta el cáncer de hígado o de pulmón, pero también el colorrectal. Y, por supuesto, los tumores cerebrales. En noviembre, un grupo del centro de investigaciones oncológicas City of Hope de Los Ángeles publicó unos espectaculares resultados en ratones. A partir del virus de la viruela bovina habían sido capaces de eliminar todos los tipos de células cancerígenas que se conocen. Los ensayos clínicos en humanos empezarán este año. Sin embargo, Fueyo se muestra escéptico con la utilización de algunos tipos de virus. «Cuando apareció el zika, alguien dijo: ‘Ah, pues voy a utilizar el zika para esto’. Pero es difícil saber a ciencia cierta cuándo una mujer está embarazada y, si no lo sabes, puedes provocar microcefalia en el bebé. También se ha intentado con el ébola y hasta con el sida. Es un poco absurdo». ¿Y qué hay de la COVID-19? ¿Se terminará utilizando como terapia oncológica? «Dependerá de lo aventureros que sean los investigadores, pero creo que a largo plazo lo veremos», vaticina Marta Alonso. Otra cosa es que tenga sentido hacerlo. O que los beneficios superen a los riesgos. Por eso, mientras algunos de sus colegas han optado por el virus de la polio o el zika, ellos siempre han apostado por los adenovirus, responsables del catarro de toda la vida. «Son virus muy seguros, que se conocen muy bien desde hace décadas. Si un virus es demasiado nuevo y no se conoce bien, tampoco puedes modularlo a través de la modificación genética. En ciencia todo se puede explorar, pero a los pacientes de cáncer hay que ofrecerles terapias seguras», explica Candelaria Gómez-Manzano.

Una antorcha en la oscuridad

Aunque la investigación en este campo está todavía en una fase temprana, el potencial terapéutico de los virus oncolíticos podría ser enorme. «Para algunos tumores, como los cerebrales, no hay apenas opciones terapéuticas, y los virus oncolíticos se han convertido en una especie de epifanía. Además, que la inmunoterapia haya empezado a considerarlos parte de la misma disciplina ha abierto los ojos de muchas farmacéuticas», comenta Marta Alonso. Grandes compañías del sector, como Pfizer, Celgene o Bristol-Myers Squibb, están investigando con diferentes tipos de virus. En 2018, Johnson & Johnson compró BeneVir –una empresa que desarrolla virus oncolíticos– por mil millones de dólares.

«No hemos llegado aún adonde nos gustaría estar, que pasa por lograr que los virus oncolíticos formen parte de la batería de recursos con la que el paciente cuenta cuando se lo diagnostica por primera vez», reconoce Gómez-Manzano. Hasta entonces hay que resolver muchas incógnitas. Fueyo lo explica con una elocuente metáfora: «Entender cómo se consigue despertar el sistema inmune para controlar el cáncer es la pregunta clave de toda la oncología en estos momentos. Y los virus oncolíticos son esa antorcha que está alumbrando en la oscuridad».

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