¿Por qué ha habido tan pocos contagios entre niños y profesores en guarderías y colegios? ¿Cómo han conseguido esquivar aquellos malos augurios que no les daban ni dos semanas abiertos a principios de curso? Por Raquel Peláez/Foto: Cordon

Médicos y científicos coinciden en que el sistema inmunitario infantil tiene mucho que decir y ya hay estudios que apuntan a resfriados anteriores como posible protección frente a la COVID-19.

Primera semana de septiembre. Los padres se acercan a las guarderías españolas en tono derrotista: «A la semana que viene nos los mandan a casa». «Con tantos niños juntos, esto van a ser un foco de contagio seguro». Pero lo cierto es que han pasado ya tres meses y, según aseguran desde el Ministerio de Educación, «la cifra de aulas confinadas se ha mantenido estable y en niveles muy bajos. El último dato es del 0,9 por ciento». Los profesores siguen cambiando pañales, dando de comer a los más pequeños y limpiando narices cuando es necesario y, sin embargo, guarderías y colegios han conseguido una normalidad que para sí quisiera el resto de la sociedad.

La segunda ola de la pandemia ha pasado por encima de las aulas y los investigadores de medio mundo buscan una explicación. «La razón principal es que ya sabemos que los niños contagian menos que los adultos, pero existen también ya varios estudios que señalan que la respuesta inmunológica que los más pequeños han generado frente a otros coronavirus, como el del resfriado común, los podría estar protegiendo de la COVID-19», asegura el pediatra y epidemiólogo clínico Quique Bassat, coordinador del grupo de escolarización de la Asociación Española de Pediatría (AEP).

Las infecciones previas con coronavirus inofensivos iban asociadas a un claro efecto protector frente a cuadros graves de COVID-19

Aquellos constipados que encontraban en las guarderías un paraíso para el intercambio de virus son ahora el centro de atención de investigaciones como la de la Clínica de la Charité, en Berlín. Un primer estudio, realizado con 68 personas sanas que nunca habían entrado en contacto con el coronavirus les ha permitido comprobar que aproximadamente un tercio de ellas presentaba en la sangre células T, capaces de reconocer componentes específicos de la Sars-CoV-2. Y estas células T son decisivas para la formación de la memoria inmunológica.

Según el doctor Andreas Thiel, el inmunólogo al que se lo ocurrió la idea de emprender esta investigación en las guarderías, «en torno al 80 por ciento de la población tiene este tipo de protección cruzada y es posible que por eso no vayan a sufrir un cuadro grave de COVID-19 si se contagian». Y, aunque el estudio sigue en marcha, un nuevo descubrimiento parece confirmar que los científicos berlineses van por buen camino. Investigadores de la Universidad de Boston han analizado datos de 16.000 personas, recogidos durante los cinco años anteriores a la llegada de la pandemia, y han encontrado un patrón muy llamativo: las infecciones previas con coronavirus inofensivos iban asociadas a un claro efecto protector frente a cuadros graves de COVID-19.

‘Super-mini-inmunizados’

«Aquí el punto de partida está en saber por qué los niños no enferman gravemente y no mueren de coronavirus», continúa el doctor Bassat. «Así como sabemos que su capacidad de infectar es mucho más limitada que la de los adultos, contagiarse sí que lo hacen igual. De todos los niños infectados en las escuelas en España, el 87 por ciento no dieron pie a ningún caso secundario, es decir, que la transmisión se paró en ellos. Eso explica las cifras tan bajas de aulas confinadas desde el inicio del curso, que oscilan entre el 0,5 y el 4,4 por ciento. Y eso teniendo en cuenta que ese dato del 4,4 fue en Cataluña en un momento muy alto del segundo pico y porque, a diferencia de otras comunidades, permitió la escolarización de los adolescentes. Desde el inicio de la pandemia, según los datos que tenemos, ha habido muy pocos brotes iniciados por niños y eso teniendo en cuenta la cantidad de agrupaciones infantiles que hay, desde guarderías y colegios hasta campamentos de verano», aclara. Y la clave hay que buscarla en el sistema inmunológico.

«Esa protección cruzada podría ser una de las explicaciones porque la infancia está especialmente expuesta a otros coronavirus, como el del resfriado común, que circulan desde hace mil años. Pero hay más. Se sabe que la enfermedad grave en muchos casos no viene por el propio virus sino por la respuesta de nuestro cuerpo a esa infección. Muchos de esos pacientes que acaban en la UCI lo hacen por una respuesta exagerada de su sistema inmunológico y eso no lo vemos en los niños». Las estrictas medidas de prevención y contención llevadas a cabo en los colegios también han sido una de las piezas clave. «De hecho -apunta el pediatra-, esas medidas deberían ser un ejemplo a seguir en otros sitios porque han demostrado que contienen la transmisión y han evitado el apocalipsis que todos nos temíamos cuando abrieron las puertas de coles y guarderías». Y, mientras esperamos la ansiada llegada de la vacuna, esas investigaciones lo que también dejan claro es que, por intrincados que sean los detalles de la respuesta inmunológica, todos estamos en condiciones de fortalecerla de cara al invierno.

Ha habido muy pocos brotes iniciados por niños. Y la clave hay que buscarla en el sistema inmunológico

Una actividad física regular, una alimentación sana, la reducción del estrés y unos buenos hábitos de sueño siempre son de gran ayuda. Está demostrado que la facilidad con la que los patógenos nos atacan depende mucho de la alimentación, sea cual sea nuestra edad. Las personas que ingieren muy pocas vitaminas u oligoelementos esenciales son víctimas de más infecciones que la media. Además, el sobrepeso y la falta de ejercicio a menudo conducen a la aparición de diabetes tipo 2, una de las enfermedades que más vulnerables nos hacen frente a la COVID-19.

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