Proyecto Hombre: una lucha contra las adicciones
¡Sí se puede!
Una terapeuta se reúne con personas que siguen tratamiento en la comunidad de Proyecto Hombre en Barcelona.
¡Sí se puede!
Una terapeuta se reúne con personas que siguen tratamiento en la comunidad de Proyecto Hombre en Barcelona.
Historias de superación
Inmaculada lucha por superar su adicción a la cocaína.
Estefanía, militar, 30 años: «Di positivo por cocaína en un control rutinario de orina»
A los 18 años ingresé en el Ejército, ascendí a cabo y conseguí un traslado cerca de mi ciudad, Sevilla. Di positivo por cocaína en un control rutinario de orina. Aquel día había tenido una pelea con mi pareja, se fue de casa y consumí. Estoy suspendida de empleo y pendiente de la expulsión. He puesto un recurso. Los problemas de pareja me llevaron a la depresión y al consumo continuado. Intentaba dejarlo, pero recaía. Al perder mi trabajo, me hundí. Empecé en Proyecto Hombre hace un año y desde entonces no he vuelto a consumir. Me veo con más seguridad y estabilidad, incluso he vuelto con mi pareja. Pero alguien que tiene una adicción debe trabajar siempre».
Alexandre Gabriel, empleado de hotel, 24 años: «Le robaba a mi madre. Ella me perdonó, pero perdonarse a uno mismo es más difícil»
Yo consumía esporádicamente, cuando me iba de fiesta. Pero un problema con mi pareja me hundió y me refugié en el basuco (pasta base de coca). Era una droga accesible en mi barrio de Barcelona. Empecé a consumir a solas y a diario; perdí mi trabajo. Comencé a robarle a mi madre para pagarme la dosis. Mi madre me perdonó, pero perdonarse a uno mismo es más difícil. Con la droga pasas por encima de tus sentimientos, ni te das cuenta. Me dominó, me tenía muy enganchado. Empecé la terapia gracias al apoyo de mi madre y mi hermana. He tenido tres recaídas. Ahora llevo casi cuatro meses limpio. Espero que esta vez sea la definitiva».
Judith, 37 años, ama de casa: «Nuestra dificultad no es la droga. Es lo que está detrás: el porqué y el para qué hemos consumido»
No puedo poner la excusa de que mi vida fue dura. Tuve una infancia bonita, una buena familia. Tengo un niño de diez años, pero la rutina de la convivencia en pareja podía conmigo. Yo necesitaba adrenalina, hacer cosas… Ese vacío lo llené con la cocaína. Durante años alterné periodos de abstinencia con otros de consumir a diario. La recuperación no es fácil. Es que los que estamos aquí no venimos de hacer punto de cruz; ¡venimos de drogarnos, señores! Pero nuestra dificultad no es la droga. Es lo que está detrás, el porqué y el para qué hemos consumido. Con ayuda de terapeutas y compañeros he aprendido a parar, a gestionarme a mí misma. Me han salvado la vida».
David, deportista, 28 años: «Lo más importante es quererse a uno mismo. Aprender a valorarte y respetarte»
Mi padre también fue drogadicto y asumí el rol de cuidador de mi madre y de mi hermana. Trabajé en el extranjero, en molinos eólicos. Me sentí un fracasado y me refugié en el alcohol y la cocaína. Consumía siempre solo, en un hotel. Me di cuenta de que me estaba convirtiendo en mi padre. Me dediqué entonces al deporte en cuerpo y alma. Fui campeón del mundo de kickboxing. Pero una lesión me obligó a dejarlo y recaí. Busqué ayuda hace un año. Lo más importante es quererse a uno mismo. Aprender a valorarte y respetarte».
Siempre en compañía
Inmaculada y Ana desayunan con dos acompañantes voluntarias en un piso de acogida del sevillano barrio de Triana. En la primera fase, las personas en tratamiento deben estar siempre con voluntarios o terapeutas. Entre sus deberes están los ‘confrontos’: entre todos se expone lo que cada uno cree que no ha hecho correctamente dentro de la comunidad.
Confrontación terapéutica
Los llamados ‘confrontos’ son básicos en la terapia diaria. Cada paciente admite cosas que no ha hecho bien y comenta sobre las de otros compañeros.
Manuel Jesús, cocinero, 32 años: «Lo más complicado es expresar tus sentimientos, llorar delante de alguien»
Estoy separado y soy padre de un niño de cinco años. He comenzado dos veces el programa y las dos abandoné. Espero que a la tercera vaya la vencida. Esta vez he venido por convencimiento propio, no arrastrado por mi pareja y mi familia para que se calmara la cosa. Lo más complicado es expresar tus sentimientos, llorar delante de alguien. Lo mío era mío y de nadie más. Casi he llegado al final de la terapia y me preparo para reincorporarme al trabajo en un pueblo de Sevilla. He recuperado a mis padres; a mis hermanos, con los que no me hablaba. Y vuelvo a creer en mí. Vuelvo a sentir, tanto lo bueno como lo malo».
«No ves la droga como un problema, la ves como una solución. Yo empecé a consumir cocaína con 18 años, cuando uno de mis hermanos se mató en un accidente de tráfico, y empeoró tras sufrir una historia de malos tratos. Me costó mucho abrir los ojos a la realidad: iba a perder a mi hija y a mi familia».
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Inmaculada (Sevilla, 29 años) es una de las más de 16.000 personas que pasan cada año por una comunidad terapéutica de Proyecto Hombre, la mayor ONG española dedicada al tratamiento de la adicción al alcohol y otras drogas. Otras 65.000 participan en los programas de prevención. La asociación -que se define como aconfesional, apartidista y sin ánimo de lucro- cuenta con 27 centros y una plantilla de 1050 empleados reforzada por 2600 voluntarios. Los tratamientos están subvencionados y el paciente no está obligado a pagar, aunque se le informa del coste y puede hacer una aportación voluntaria.
Para un adicto no es fácil dar el primer paso. Cuesta mucho reconocer que se tiene un problema y cuesta aún más decir «hasta aquí hemos llegado». Lo habitual es que se intente después de 20 largos años consumiendo, muchas veces presionado por la familia. La edad media a la que se ingresa son los 38. Y las recaídas están a la orden del día, pero también las historias de éxito. En 2016 recibieron el alta 3165 pacientes.
Las comunidades terapéuticas (permanencia en un centro las 24 horas del día), convertidas hoy en uno de los modelos de tratamiento más extendidos, se proponen la dura tarea de restaurar la dignidad de la persona, atendiendo a sus necesidades biológicas, psicológicas y sociales.
Ya se intentó algo parecido durante la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra, aunque sin demasiado éxito, cuando algunos psiquiatras militares comenzaron a hacer terapia de grupo con soldados aquejados de neurosis traumática con el fin de devolverlos al combate. Fue, sin embargo, la figura carismática del italiano Mario Picchi -fundador del Progetto Uomo en Italia, organización precursora de la española- la que sentó las bases de una manera integral de enfrentar las adicciones en la que la unión hace la fuerza. Eran los años cincuenta.
Proyecto Hombre comenzó a funcionar en España en 1984, cuando la heroína hacía estragos. El usuario solía vivir en la marginalidad, acumulaba antecedentes delictivos y tenía patologías infecciosas por haber compartido jeringuillas. Ese perfil ha ido mutando con el tiempo. Hoy lo más común es que los adictos estén integrados socialmente; en particular, los cocainómanos. También hay adictos muy jóvenes que consumen drogas de síntesis; madres con hijos que han nacido con el síndrome de abstinencia; y también ludópatas y chavales enganchados a las nuevas tecnologías (en 2016 se atendió a 278). No obstante, el perfil del usuario de Proyecto Hombre es el de un varón (el 84 por ciento), casado y con empleo.
También hay jóvenes adictos a las drogas de síntesis; ludópatas y chavales enganchados a las nuevas tecnologías; y madres cuyos hijos nacen con síndrome de abstinencia
También ha cambiado la mentalidad hacia las drogas. En los ochenta causaban gran alarma social, pero hoy se ha difuminado la sensación de peligro, pese a que España se mantiene año tras año en los puestos de cabeza del consumo europeo.
Según el último Informe europeo sobre drogas, del Observatorio Europeo de las Drogas y Toxicomanías, somos el segundo país que más cocaína consume, el cuarto en cannabis y el sexto en anfetamina y metanfetamina. Hábitos tóxicos que en 2015, últimos datos del Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones, causaron la muerte a 600 personas en nuestro país por sobredosis y reacciones agudas a sustancias psicoactivas, con una edad media de 44 años.
Para salir del bucle de la adicción, hay que abordar los motivos que llevan al consumo de drogas. Por eso, la terapia se estructura en tres niveles. Primero se aborda la actitud y la relación con los demás; después, la gestión de sentimientos y emociones, que el adicto suele tener olvidadas -«Te acostumbras a no sentir ni padecer», dice Judith, una paciente-; y en el tercero se afronta el pasado. Todo ello sin plazos. «El que se pone fechas aquí va mal», cuenta otro. Superados estos tres escalones, llega la hora de intentar la reinserción social.
La terapia tiene tres niveles. Se aborda la actitud y la relación con los demás; luego, la gestión de sentimientos y emociones; y, tercero, se afronta el pasado. Sin plazos
José Manuel, de 42 años, es alcohólico, divorciado y padre de tres hijos. El último verano trabajó de camarero por el día y dormía en la calle por la noche. Estuvo tres meses en prisión. «Esto es más duro que la cárcel -explica-. Por algo muy sencillo. aquí no hay puerta. Si digo que cojo la mochila y me voy, me dirán: ‘Pues vale’. Si te quedas, es porque quieres desengancharte. Es una decisión libre. Aquí aprendemos a responsabilizarnos de nuestras acciones».
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