Manuel Pérez Souto es hijo y nieto de mineros. «Es un oficio duro, pero nos encanta. No cambio la mina por nada. Pero la situación es dramática». Inaugurada en 1957, la explotación es propiedad de Hijos de Baldomero García y está ubicada en el valle leonés de Laciana. Produce 7000 toneladas de carbón al mes. Pero producía muchas más cuando 3000 familias vivían de la mina. «La tristeza y la desolación son enormes», se lamenta Manuel.
La Escondida en León -una de las diez últimas minas de carbón de España-, tiene las horas contadas . Sus 54 empleados se resisten a perder el trabajo
El 17 por ciento de la electricidad que se genera en España todavía depende del carbón. Pero es una energía contaminante, responsable del 14 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero. La Unión Europea ha endurecido la normativa, y el precio que las centrales tienen que pagar por cada tonelada de gas contaminante se ha duplicado. Por eso, el carbón ha dejado de ser rentable. En la imagen, el vestuario de La Escondida. Los mineros dejan la ropa sucia en palanganas que cuelgan del techo con un sistema de poleas.
El salario de un minero oscila entre 70 y 120 euros brutos el jornal. «Se cobra menos que antes y se trabaja más que nunca», explica Javier Álvarez, capataz de La Escondida. De las 15 centrales térmicas que quedan, 5 ya han anunciado su cierre para 2020. Una de ellas es la central de Compostilla, abastecida por La Escondida.
El 85 por ciento del carbón que se quema en las centrales térmicas españolas se importa de países como Sudáfrica, Rusia o Indonesia. El minero Javier Álvarez niega que sea una cuestión de precio. «En 2012 se quemaban nueve millones de toneladas de carbón autóctono, ahora no llega al medio millón. Esas toneladas se siguen quemando, pero ahora son carbón importado. A un euro por tonelada se pagan muchas voluntades…».
Los sindicatos y el Ministerio para la Transición Ecológica acaban de firmar un acuerdo que contempla ayudas al sector hasta 2027 e incluye prejubilaciones y un plan de reactivación de las comarcas mineras. «Estamos contentos. Puede que tengamos seis o siete ‘añiños’ más por delante», dice Pérez Souto. Álvarez es menos optimista. «Esto se acaba y la gente se sigue aferrando a la mina. No se asume la realidad. Quedan dos años, como mucho».
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