La ciudad fantasma
La guerra en Siria está prácticamente acabada. El gobierno controla la mayor parte del territorio, a excepción de Idlib (de donde está expulsando a los rebeldes), y el noreste, en manos de los kurdos, con los que nunca han estado en guerra abierta. Del Estado Islámico queda un reducto mínimo en el este del país. En la imagen, una calle de Yarmuk, a ocho kilómetros de Damasco. Llegó a tener 900.000 habitantes. Hoy, unos pocos centenares. Tan solo un tercio de los edificios son habitables.
Sentado junto a mis ruinas
«Todo este edificio pertenecía a mi familia», explica Mohammad Yusef Yamil señalando el inmueble vacío a sus espaldas. A finales de 2012 estaba de vacaciones con sus hijos en Egipto cuando lo telefonearon para alertarlo: habían empezado los bombardeos. Tomó el primer vuelo que pudo, pero, «cuando regresé, todos se habían marchado ya», recuerda. Él también tuvo que huir. Ahora ha podido regresar, al menos, para ver los restos de lo que fue su hogar.
"Esto llevará mucho tiempo"
«Se han llevado hasta los cables de la luz. No queda nada». Mayas Achour se fue de Kafr Batna en 2015. El verano pasado, con la vuelta del gas, el agua y la electricidad, decidió regresar a casa con su mujer y sus seis hijos. Poco a poco está reconstruyendo su vivienda. «Tenemos que desescombrar, arreglar el techo, los muros… Esto llevará mucho tiempo, pero lo importante es que hemos podido regresar», dice.
"Es un regreso amargo y también feliz"
«Nos marchamos a finales de 2012 y volvimos hace unas semanas», explica Adnan Selleh mientras se sacude las manos, cubiertas de yeso. Junto con su hermano, su sobrino y uno de sus hijos trata de hacer habitable su vivienda en Harasta. «Repararla nos costará unos 4000 dólares», asegura el hombre, que, como muchos otros, agotó todos sus ahorros en su huida forzada. «Siento una mezcla de alegría por volver y tristeza por la destrucción. Mira cómo está todo».
Los clientes están empezando a volver
Yassin Alghosh mata el tiempo mirando al tendido desde su puesto de dulces, encajado entre dos edificios destrozados. Él y su familia resistieron los 5 años de asedio que sufrió su ciudad: Zamalka. «Nunca me marché, pero vivíamos en un estado de terror». Con el fin de los bombardeos, la economía va mejor y hay más clientes, asegura. «La electricidad ha vuelto y, con ella, cada vez más gente». El joven, de 24 años, mira al futuro. «¿Que qué quiero hacer ahora? Volver a estudiar, me gustaría regresar a la escuela y terminar mi bachillerato».
Sobrevivir al apocalipsis
La entrada a la ciudad de Zamalka refleja el desastre de la guerra. Hoy, esta zona cero del conflicto ofrece una postal apocalíptica. Zamalka fue uno de los principales focos de la rebelión contra el Gobierno de Bashar al-Asad. El Ejército la castigó con bombardeos masivos. Ahora, como en otras ciudades, un comité municipal revisa los daños. Las ayudas que ofrecen son irrisorias: a algunos les pagan una puerta; a otros, una ventana…
"¿Cómo empezar de nuevo?"
Amal Taifur, madre de cuatro hijos, de 9, 13, 16 y 18 años, perdió a su marido al inicio de la guerra. Poco después hizo las maletas y abandonó su casa, como el 75 por ciento de la población de Zamalka. Tras estar 6 años desplazados, Amal y su familia han regresado en septiembre. Su piso está cubierto de cascotes. La mayoría de sus muebles y objetos personales ha desaparecido. «De momento vivimos con los abuelos; todavía estamos viendo qué hacer, cómo empezar de nuevo», afirma.