Universitarios, opositores, personal de hostelería y hasta atletas de élite se han lanzado a trabajar en el campo. Ante la falta de temporeros extranjeros y la crisis económica, son los nuevos jornaleros. Viajamos a Cieza (Murcia). Texto y fotos: Carlos Manuel Sánchez

Para el atleta Benjamín Sánchez, las fincas de frutales de su pueblo forman parte del paisaje de sus entrenamientos. Una estallido de color rosa durante la floración; y el trasiego de camiones y peonadas que comienza a las puertas del verano, cuando van saliendo las cosechas de nectarinas, ciruelas y los melocotones que dan fama a Cieza (Murcia).

Los nuevos jornaleros que están salvando la campaña agrícola más difícil de la historia reciente

Benjamín Sánhez, 35 años Atleta olímpico/peón agrícola 

«Me preparo para los Juegos de Tokio, que se han retrasado a 2021. Ya estuve en los de Pekín y Londres. Mientras tanto, he encontrado empleo en una cooperativa. Voy al campo, al almacén, donde haga falta. No me da vergüenza decirlo. Se pasa mucho calor, llego a casa de madrugada, molido. Los atletas sobrevivimos gracias a las becas. Te las dan en función de los resultados, pero con las competiciones suspendidas, qué becas van a dar?».

Antes Benjamín pasaba de largo, concentrado en la cadencia de su paso, cumpliendo la rutina de kilómetros que lo debía llevar a su objetivo: los Juegos Olímpicos. La pandemia, sin embargo, lo ha obligado a coger una capaza y subirse al perigallo, la escalera de tres patas que hay que arrimar al árbol para sacarse un jornal. Como él, miles de desempleados, sobre todo del turismo y la hostelería, y un tropel de universitarios y de opositores con las convocatorias en el aire recolectan o manipulan fruta en huertos y almacenes. Porque el campo no puede parar. Porque si para, no comemos.

En las bolsas de trabajo se apuntaron 100.000 personas, pero hay productos que muchos parados no quieren recoger, como la patata, por el duro trabajo

En el almacén de la cooperativa Alimer se trabaja en turnos, incluso de noche. Se han instalado cortinas de plástico para mantener la separación, se toma la temperatura a la entrada y todos llevan mascarillas. Cieza es un microcosmos de un fenómeno que se ha producido en otras regiones agrícolas de España; y también en Alemania, Francia o Reino Unido. El cierre de fronteras impidió los desplazamientos de temporeros extranjeros a los invernaderos y parcelas. Peligraban las cosechas. Los sindicatos agrarios lanzaron la voz de alarma. ¡Faltan brazos! El Ministerio de Agricultura hizo sus cuentas: había un déficit de unos 80.000 jornaleros.

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Una cuadrilla de marroquíes en Cartagena. «Es difícil encontrar españoles dispuestos a cosechar patatas, aunque la peonada se llega a pagar a 80 euros por día. Estás todo el rato agachado o tirando de riñones», explica Santiago Pérez, agricultor.

Los eventuales que vienen de Marruecos, Rumania o Bulgaria, como en tiempos iban los españoles a la vendimia. El Gobierno decretó una medida de emergencia: permitir que los parados compaginasen su prestación con el trabajo en el campo. Había cierto escepticismo sobre su efectividad. Es duro, está mal pagado… Pero en las bolsas se apuntaron más de cien mil personas, cuatro de cada diez sin ninguna experiencia en faenas agrícolas, según el sindicato Asaja. La medida está haciendo su papel, a pesar de las limitaciones a la movilidad entre provincias. Y como la temporada empezó con retraso por las lluvias, se ha prorrogado hasta el 30 de septiembre, cuando finalizan las campañas de las frutas de hueso.

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José Bermúdez comercial/Carga y descarga

«Estoy casado, tengo tres hijos. En casa solo entra mi sueldo. Mi hijo mayor, deportista, volvió del centro de alto rendimiento con el confinamiento. Mi empresa hizo un ERTE y pasé de visitar papelerías a descargar camiones. Hace unos años sufrí un accidente laboral y aproveché para hacer un curso de carretillero en el INEM. Intento inculcarle a mis hijos que en esta vida son tan importantes tus aptitudes como tu actitud».

Competencia extranjera

Lo nunca visto: la cosecha más difícil de la historia reciente lleva camino de salvarse (sobre la campana) gracias a la generación más cualificada de la historia. Por lo menos en Murcia. La situación en Aragón y Cataluña es más complicada, según fuentes del sector. Y en Andalucía, donde la pauta la marca la fresa, se han arrancado plantaciones por el bajo precio y la competencia foránea. ¿Podemos sacar alguna lección de cara al futuro en caso de un rebrote, otras pandemias o el cambio climático?

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Sandra Gómez, 30 años Licenciada en derecho/operaria de almacén

«Soy licenciada en Derecho. Estaba preparando las oposiciones a la Administración de Justicia, que debían celebrarse en mayo. Pero la convocatoria se ha aplazado y todavía no hay nueva fecha. Ante la incertidumbre, he optado por trabajar. No se me caen los anillos. Me levanto a las siete para hacer las cosas de casa y me voy al almacén. Llevo casi un mes. Soy eventual. En principio, es para tres meses. De lunes a sábado. Hago el pesaje y el triado de la fruta en las cajas y otras tareas. Mi marido trabaja en una empresa de riegos agrícolas, así que no ha parado durante el estado de alarma por tratarse de un sector esencial. Nosotros no tenemos veraneo».

La buena noticia es que el sector ha demostrado su capacidad de adaptación en un momento de máxima exigencia. Y la sociedad parece haberse percatado de la importancia de tener una agricultura potente. «Después de aquellos primeros días de sensación de escasez en los supermercados la gente empezó a valorar lo que es tener producto de proximidad. No hubo desabastecimiento, ¿pero qué hubiese ocurrido si España dependiera de fronteras con terceros países para el suministro de alimentos?», se pregunta Antonio Moreno, secretario de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA) y dueño de una explotación de nectarinas en Cieza en la que ahora trabajan un camarero y un corredor de fincas en paro. «Son ocho horas, con media hora para comer. Pero están dados de alta y al final de la jornada se van con 50 euros».

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Carmelo Villa, 29 años. Camarero/conductor de carretilla

«Trabajo en la hostelería y me aplicaron un ERTE. Mi pareja y yo estamos esperando un hijo y mis ingresos son los únicos que tenemos. Por eso, cuando el Gobierno anunció que los parados por el coronavirus se podían enganchar en el sector agrícola, no lo dudé. Salí del ERTE y me vine. A manejar el ‘toro’ aprendí hace años en una fábrica de pescado. En temporada alta hay que descargar a toda prisa, el ritmo es frenético. El bar donde trabajaba ha reabierto y me han preguntado si quiero volver. He dicho que sí. El verano se presenta difícil, pero quedarse de brazos cruzados no es una opción».

¿La mala noticia? Las contradicciones del campo español no se solucionan de la noche a la mañana. «La gente se preocupa por comer más sano para tener un sistema inmunológico más fuerte. Hay más demanda, pero sigue habiendo especulación. El 8 de abril ya vendíamos a países europeos. A España no pudimos hasta principios de mayo. Y todavía había una gran cadena que, a finales de mes, no compraba fruta española. Prefería traer las ciruelas de Chile, que pasan veinte días en la cámara de un barco, cuando nosotros las recogemos por la mañana, les damos frío por la tarde y a la mañana siguiente están en Madrid y en doce horas en Berlín. Así se nos presiona para tirarnos los precios», denuncia Moreno.

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Marta Pérez, 20 años Universitaria/encargada de máquina calibradora

«Estudio el grado de Trabajo Social en la Universidad de Granada. Cuando cerraron el campus por el estado de alarma, regresé a mi casa, en Cieza. Sigo estudiando ‘on-line’, como puedo. Conseguí un empleo en un almacén de fruta, aprovechando que faltaba gente para sacar la campaña. Soy la encargada de una de las máquinas que controla el calibre de la fruta que entra por las líneas. No tenía ninguna experiencia. De hecho, es mi primer trabajo. Hice un curso de dos días y una supervisora pasa a ver qué tal voy. No es fácil compaginarlo con los estudios. Acabo muy cansada. Y ahora estoy de exámenes. Pero me tomo la vida como viene. A los de mi generación no nos queda otra. No hago planes, excepto prepararme todo lo que puedo. Echo de menos ir a la biblioteca a estudiar con mis compañeras

«Mascarillas y ‘epis’ han tenido que venir de fuera; pero la despensa de España no puede depender del exterior. Sin embargo, se trae patata de Francia, cebolla de Perú, cuando tenemos aquí y, a veces, las tienes que dejar sin recoger porque te sale más caro cosecharlas que perderlas», reflexiona Vicente Carrión, histórico dirigente del sindicato COAG en el campo de Cartagena. Y advierte de que en la agricultura y la ganadería se está produciendo «una concentración de la producción en manos de unas pocas grandes empresas, participadas por fondos de inversión y por la gran distribución. Los pequeños agricultores se están convirtiendo en asalariados de estos gigantes; o les arriendan sus tierras, porque no pueden competir». Es un fenómeno que ha sido bautizado como la ‘uberización’ del campo y que pone a las explotaciones familiares contra las cuerdas. Y agrava una situación ya de por sí precaria.

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Leticia Cano, 25 años Profesora de primaria/encajadora de fruta

«Estaba opositando y las oposiciones se han congelado. Necesito dinero para seguir preparándome. No es la primera vez que trabajo en la fruta. Antes me lo planteaba como un ‘curro’ de verano para pagarme mis gastos. Ahora veo que en mi grupo de amigos -y todos tenemos carrera- solo está ejerciendo de lo que ha estudiado una enfermera. Los demás vamos tirando con lo que nos sale, y que no tiene nada que ver con lo que hicimos».

El estado de alarma llegó cuando el sector estaba inmerso en un campaña de movilizaciones en toda España contra los bajos precios, que a veces no cubren los costes de producción. Los tractores volvieron al campo y las reivindicaciones quedaron aplazadas. Hay otros problemas que vienen de largo. En febrero, Philip Alston, relator especial de la ONU, visitó España y declaró que las condiciones que había visto en algunos asentamientos de jornaleros africanos «son peores que los de un campo de refugiados». La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, recomendó a los inspectores extremar la vigilancia «para detectar condiciones de esclavitud». Las organizaciones agrarias reaccionaron indignadas. Pero la pandemia no debe servir de excusa para cerrar los ojos cuando se dan situaciones que, por fortuna, son cada vez más excepcionales. Todos, desde el ingeniero que controla los riesgos hasta el último bracero, fueron héroes cuando la sociedad más los necesitaba. Una agricultura moderna, digna y justa para todos es indispensable. Nos va en ello la supervivencia.

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