Empezaron como algo testimonial, pero ya invaden las ciudades. La crisis del coronavirus ha acelerado la explosión de los huertos urbanos, en los que cada vez más hogares ven una alternativa para mejorar la dieta, crear conciencia ecológica, amortiguar el coste de la bolsa de la compra y replantearse el modo en que vivimos. Texto y fotos: Pablo Chacón
En los últimos veinte años, los huertos urbanos en nuestro país han pasado de ser menos de 1000 a superar los 15.000. El tamaño medio de la parcela o huerto es de 75 metros cuadrados, aunque varía de una zona a otra. Ya como consecuencia de la crisis de 2008 hubo un boom agrourbano, y al activismo ecológico se unió la necesidad de reducir los gastos de las familias en el supermercado. Luego llegó el auge de la comida saludable. Ahora se añade la necesidad de crear una ciudad más amable. La Comunidad Valenciana es una de las que cuentan con más huertos urbanos. Visitamos algunos de ellos.
OASIS EN LA CIUDAD
Nieves Díaz Rivera. Auxiliar de enfermería
«El huerto, para mí, desde que tuve cáncer, es terapéutico y mi lugar de desahogo»

Nieves Díaz Rivera, auxiliar de enfermería con Paula, psicóloga infantil y compañera del huerto.
«Para mí es terapéutico tener un huerto, disfruto mucho y es un gran aliciente. Tuve cáncer hace seis años y, desde ese momento, mi alimentación ha cambiado de forma radical. Me alimento mucho más saludablemente, con productos lo menos tratados químicamente posible. Además, este espacio me permite socializar y es mi lugar de desahogo, en especial ahora que, tras el confinamiento y por mi perfil de riesgo, no quiero exponerme a peligros en la ciudad».
María José Argente y Vicente Viñals. Profesores
«Es una gran experiencia: ¡hay tomates con los que viajas en el tiempo!»

María José Argente y Vicente Viñals
«Disponer de un huerto urbano ha sido una de las experiencias más enriquecedoras para nuestra familia en los últimos años. Hemos aprendido a cocinar y a comer como lo hacían nuestros abuelos, y ahora el menú familiar está condicionado por las estaciones. Esto, claramente, ha abaratado la cesta de la compra. Los tomates que comemos son variedades valencianas que han sido seleccionadas por generaciones de llauradors (‘labradores’) durante casi 400 años. Compartir con familiares y amigos unos buenos tomates tiene mucho de historia, de ciencia, de tradición y de cultura. Es viajar en el tiempo. Te retrotrae a muchos años atrás, cuando lo habitual era lo que hoy es excepcional».
Rafa García Montes. Jubilado y Presidente de una ONG
«Venir aquí nos recuerda que contra el cambio climático cada uno debe hacer su parte»

Rafa García, con mascarilla
«Venir aquí nos recuerda que contra el cambio climático cada uno debe hacer su parte» «Para mí, el huerto supone un relax, seguramente porque nos devuelve a los orígenes, nos permite hacer ejercicio y no perder el contacto con la naturaleza. Y a la vez llenamos la despensa. De productos hortícolas, casi me autoabastezco. ¡Qué maravilla! Sí, sin duda ha cambiado mi forma de relacionarme con el medioambiente tanto en el propio huerto, al utilizar técnicas de cultivo tradicionales y alejadas de los productos químicos, como en el consumo, evitando las bolsas de plástico, reciclando, reutilizando cosas… El huerto, además, es una buena escuela para hijas y nietos. Cada visita es un recuerdo de que el cambio climático está ahí y que cada uno de nosotros hemos de hacer nuestra parte para remediarlo».
Antonio Cardera. Funcionario
«Aquí compartes consejos, pero también ideas… te haces más transigente»

Antonio Cardera en su huerto
«Hay algo extraordinario en la explotación de estas pequeñas parcelas, y son las relaciones humanas que se establecen entre sus beneficiarios. Las ayudas que nos prestamos mutuamente, los consejos de los más expertos a los noveles -échale leche con bicarbonato y agua para la tuta; si pones vinagre con azúcar, atrapa hormigas-, en fin, compartimos conocimientos, ratos de ocio, ideas y puntos de vista que, creo, nos hacen a todos más transigentes».
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