Milagro fútbol club en el campo de refugiados de Lesbos

En la isla de Lesbos (Grecia), un equipo de fútbol formado por migrantes se ha convertido en un pequeño milagro. Todo gracias al coraje de un entrenador que se ha enfrentado a sus propios vecinos por construir un sueño. Por Raphael Geiger / Fotografías: Murat Tüeremis

Todo empezó con un ladrón de naranjas. Fue el momento en que Evangelos Spanos tuvo claro cuál era su bando: el de los otros, como dicen muchos en la isla.

El ladrón, un refugiado afgano con dos bolsas a reventar de naranjas, salió corriendo hacia el campamento de Moria. Dos personas lo vieron: un vecino, el dueño de los naranjos, y Spanos, el entrenador del equipo de fútbol del que formaba parte el chaval.

Spanos dirige un modesto club en la isla, tres pequeños campos en los que entrena a muchachos y que también alquila a equipos de aficionados. Está cerca del campamento de refugiados y los chicos que viven allí pueden acercarse andando.

El campo de entrenamiento de los refugiados en las instalaciones propiedad de Spanos. Le gustaría que los equipos fuesen mixtos, de griegos y refugiados, pero no logra vencer las reticencias de sus vecinos.

El vecino de Spanos le gritó: «¡Tú los has traído aquí!». «Pero si tenemos un montón de naranjas…», suspiró Spanos. Su vecino le espetó un «gilipollas» y un «que te jodan».

Esta vez, el apacible Spanos no aguantó más y se dirigió hacia su vecino dispuesto a darle una paliza. Al final no hubo pelea… ni heridas. Al menos no externas. Porque Spanos lleva heridas en el alma desde antes de aquel día. Evangelos Spanos, de 55 años, entrenador de fútbol de Moria, no quiere darse por vencido. Pero quizá debería hacerlo. Ayudar a los refugiados es una cosa, pero ¿y si eso arruina tu vida? ¿Si los amigos te dan la espalda, si tus vecinos se convierten en tus enemigos?
En el fondo, de lo que se trata es de quién quieres ser. O de quién eres.

Asema es ahora una promesa del fútbol. Hace cuatro años vio como asesinaban a sus padres en Camerún y a él lo dejaron en coma de una paliza

«Para mí es como mi padre», dice Asema, de 19 años, joven promesa del fútbol. La nueva vida de Asema empezó mucho antes de aquel robo de naranjas, a más de cuatro mil kilómetros de Lesbos. Fue hace cuatro años, en Bai Panya, su pueblo, en Camerún. Un día de otoño, los soldados asaltaron su aldea. Uno de los muchos pequeños crímenes de una guerra civil que en Europa nunca llega a los titulares. Los soldados prendieron fuego a las casas. Al jefe del pueblo lo acribillaron a balazos. También dispararon a su mujer. Y obligaron al joven hijo de la pareja a presenciar el asesinato antes de golpearlo hasta dejarlo inconsciente.

Asema, dice el entrenador, Spanos, podría llegar a lo más alto.

Aquel joven era Asema. Cuando se despertó, se encontraba en una clínica en la vecina Nigeria. Pero en realidad nunca ha terminado de recuperar la consciencia, asegura Asema hoy.

Asema no tuvo elección. ¿Spanos sí?

Spanos está sentado en la terraza de su casa con la mirada puesta en sus vacíos campos de fútbol. Vacíos por culpa del coronavirus, pero ya antes de la pandemia cada vez venían menos griegos. No le decían por qué, pero Spanos conocía bien la respuesta. Había metido refugiados en los equipos de los chicos griegos.

Embajadores de otro mundo

Antes de que empezara lo de los refugiados, Spanos era muy popular. En 2015 era entrenador de la selección juvenil de las islas del Egeo. Mientras él viajaba con su equipo por todo el país, más de un millón de sirios y afganos arribó a las islas griegas. A ningún lugar llegaron tantos como a Lesbos.
El equipo de Spanos ganó la final del torneo regional griego. Cuando volvió a Lesbos, tenía 50 años y era un héroe. El siguiente paso podría haber sido un puesto como entrenador en la selección nacional. «Sí, era una posibilidad –dice Spanos–. Pero mi vida está aquí». En su isla.

Por delante de su casa pasaban refugiados a diario. Veía a aquellos hombres y pensaba: en realidad no sé quiénes son, a lo mejor son abogados o médicos. Eran como embajadores de otro mundo, un mundo en el que la gente no tiene opción de elegir qué va a ser de su vida.

Asema entrenando en su habitación con los limitados materiales de que dispone. El calzado de los refugiados que juegan al fútbol es más que precario.

Cuando el fundador del Cosmos FC, un equipo de refugiados recién creado, le preguntó si podían jugar en sus instalaciones, Spanos contestó inmediatamente que sí.

Hoy, Asema ya no entrena en los campos de Spanos. Corre solo alrededor del desvencijado campo de arena de Perama, un pueblo situado a media hora en coche de Moria… y de Spanos. Asema y Spanos llevan seis semanas sin verse. Antes entrenaban juntos todos los días.

Las porterías del campo de Perama están oxidadas y volcadas en el suelo, Asema es el único que entrena aquí, por el virus. A un lado del campo está el mar; al otro, la nueva casa de Asema: un antiguo hotel; en su fachada, el escudo blanco y azul del que será su nuevo club, el Aiolikos FC. Sus directivos le dicen que tiene el cielo al alcance de la mano. Sí, pero ¿cuándo?

En estos últimos cinco años, Asema ha estado en coma en un hospital, ha viajado por media África y ha dormido en una celda. El 24 de julio de 2019 se subió a un bote hinchable. El mar estaba en calma, la travesía fue rápida. Saltó al agua a pocos metros de Lesbos. Ya en tierra, se agachó y cogió un par de guijarros. Para dárselos algún día a sus hijos como recuerdo de sus primeros pasos sobre suelo europeo, dice. En aquel momento no podía imaginarse que aquí, en Europa, en el campamento de Moria, el fuego volvería a devorar su hogar.

El sol empieza a ponerse en el horizonte. Un coche se detiene delante del hotel donde vive Asema como único huésped, su conductor se baja. Es Jim Antonakas, el nuevo presidente del Aiolikos, recién llegado de Estados Unidos, su segundo hogar. Es el hombre que le ha prometido un futuro dorado a Asema.

Jim Antonakas, presidente del Aiolikos FC, quiere apoyar –y sacar partido– a refugiados con talento. Este viejo hotel es la sede del club de fútbol.

Antonakas nació en Lesbos y se marchó a Estados Unidos de niño. Jimmy desea hacer grande el club de su infancia, el Aiolikos, llevarlo a lo más alto y quiere tener a Asema en el equipo a toda costa. De hecho, ya lo tendría hace tiempo si las autoridades griegas le hubiesen facilitado los papeles necesarios. Mientras no concluyan los trámites, Asema no puede recibir un sueldo, no puede convertirse en jugador profesional. ¿Cuánto tiempo podría pasar? Nadie lo sabe. Por el coronavirus, le dicen. De momento, «lo que tengo es esto», cuenta Asema, y señala el balón.

Ayudar, actividad de riesgo

Cuando Asema pisó por primera vez el campo de fútbol de Spanos, en el verano de 2019, fue como un chispazo. Hasta ese momento, para Spanos el fútbol era un juego en el que puedes reinventarte, da igual que vengas del Congo, de Siria o de Camerún. «Para eso sirve el fútbol», afirma Spanos. Pero entonces llegó Asema. «Lo vi jugar –prosigue Spanos– y enseguida lo supe: este chico es diferente».
Spanos también trabaja como ojeador para el Olympiakos del Pireo, un club griego que juega en la Champions League. Pero primero llamó al Aiolikos: «Tengo un jugador para vosotros. Va a ser el mejor del equipo, seguro».

Spanos en el banquillo con Asema. El camerunés buscaba algo más que un entrenador. Se quedaba a cenar en casa del ‘míster’ después del fútbol. Aunque Asema seguía viviendo en el campamento de Moria, la casa de Spanos se convirtió en su segundo hogar.

Pero ya por entonces algo estaba cociéndose en Lesbos… a fuego lento. Spanos, el tipo más popular de la isla, empezó a darse cuenta de que el ambiente se iba volviendo en su contra. No recibía amenazas por teléfono, como otros, pero la gente se lo hacía notar de otra manera: en el bolsillo. De los 120 chicos griegos a los que llegó a entrenar, apenas le quedaron 15.

A comienzos de marzo de 2020, cuando el presidente turco, Erdogan, abrió las fronteras, el odio afloró en la isla sin tapujos. Y con violencia. En Lesbos, ayudar se había convertido en una actividad de riesgo.

Si la historia de Asema es la de un sueño sin cumplir, la de Spanos es una historia de obstinación. Cuanto mayor se hacía el odio hacia los refugiados, más se reafirmaba él en seguir trabajando con ellos.

En los futbolistas de Moria ha encontrado algo que antes no tenía. Hace unos días, cuenta, mientras estaba aparcando en la ciudad, un par de chavales lo saludaron a gritos: «¡Hola, coach!». No los conocía, pero ellos a él sí. O esa otra vez, en su cumpleaños, cuando le llegaron felicitaciones desde Dublín, desde Noruega, desde Alemania. «Era mi equipo –manifiesta–, repartido por toda Europa». Se le humedecen los ojos cuando habla de estas cosas.

 

Algunos jóvenes futbolistas en el nuevo campamento de refugiados de Lesbos, tras arder Moria. Las condiciones son tan malas como en el antiguo.

La noche del 8 de septiembre de 2020, a eso de la medianoche, Spanos olió el incendio. Todavía sigue sin saberse quién provocó el fuego en el campamento de Moria.

Asema corrió a través del caos hasta el contenedor que era su casa. Salvó su saco de dormir y su bicicleta. Luego buscó refugio en las colinas. Era la segunda vez en su vida que su hogar ardía. Spanos lo buscó toda la noche. Asema no aparecía por ningún sitio. Por fin, ya de mañana, lo encontró. Estaba con su bicicleta en los límites del campamento abrasado.

Unos policías, apostados a unos cuantos metros, le gritaron a Spanos que tenía que darse la vuelta. Spanos les dijo que solo iba a coger la bicicleta. Caminó hasta Asema y le dio instrucciones de dónde debía esperarlo. Al cabo de un rato, un amigo, avisado por Spanos, recogió discretamente a Asema. Y otro amigo le consiguió al joven una habitación en un hotel. Ese otro amigo era Jimmy Antonakas, el presidente del club Aiolikos.

Ahora, meses después, Spanos y Antonakas, sentados en la terraza, hablan sobre Rush Soccer, una academia de fútbol, una academia «internacional», recalca Antonakas. Va a traerla a Lesbos. Y con ella vendrá un empleo nuevo para Spanos, que será uno de los entrenadores de la academia. Confían en que, bajo el nuevo sello, la gente de la isla vuelva a llevar a sus hijos a jugar con Spanos. En equipos totalmente griegos, claro está, separados de los refugiados. Ese es el acuerdo.

«Equipos mixtos estaría mejor», dice Spanos. Y añade: «Pero hay que vivir».

Poco más tarde, Asema y Spanos pelotean en el campo, charlan y bromean. Si todo sale bien, cuando se levante el confinamiento, ya estarán listos los papeles de la joven promesa del fútbol. Y Asema marcará su primer gol con la camiseta del Aiolikos FC. Evangelos Spanos estará ahí, en la banda.

Quizá para entonces los abrazos ya vuelvan a estar permitidos.

Foto apertura: el entrenador y su joven estrella: Evangelos Spanos (izquiedar) y Paul Asema Yongo durante un entrenamiento.

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