Los renegados de Facebook son cada vez más y algunos han decidido contraatacar con sus mismas armas. Son ingenieros que trabajaron para Mark Zuckerberg y que no perdonan que facilitase la victoria de Trump. Están dispuestos a todo para que los republicanos no ganen esta vez. Incluso a sumarse al juego sucio. Por Carlos Manuel Sánchez / Fotografía: Michael Bucher y Getty Images
• Trump y su guerra abierta contra Twitter
«No puedo pertenecer a una organización que saca tajada del odio en Estados Unidos y en el mundo. Facebook ha elegido el lado equivocado de la historia». La carta de dimisión de Ashok Chandwaney –ingeniero de programas del gigante tecnológico–, publicada en un boletín interno de la compañía y filtrada al Washington Post, es el último episodio protagonizado por un empleado que hace público su cabreo con Mark Zuckerberg.
Si fuera un caso aislado, se podría considerar una pataleta. Pero no lo es. Y tampoco es algo que se ventile a puerta cerrada. Aunque dista de ser un motín, porque los que discrepan ni son mayoría ni han llamado a las barricadas, la cercanía de las elecciones norteamericanas le da una enorme relevancia.
A Facebook se le reprocha que haya servido de vivero para guerrillas urbanas y milicias de ciudadanos armados, en especial desde que se desataron en verano las protestas raciales.
En concreto, sirvió para una llamada a la lucha del movimiento de extrema derecha Boogaloo que acabó con dos manifestantes de Black Lives Matter muertos a tiros en Kenosha (Wisconsin). Además, Facebook ha servido de medio de propagación a las teorías de la conspiración de QAnon, que dibujan una realidad alternativa en la que unas supuestas élites ejercen el poder en la sombra y hasta participan en sacrificios rituales de niños. QAnon tiene millones de seguidores en Estados Unidos con los que Trump coquetea y ya ha puesto un pie en Europa, con 200.000 seguidores en Alemania.
Solo Mark decide los algoritmos
Facebook tiene 52.000 empleados. No son muchos si se compara con Amazon, que supera los 900.000; pero la mayoría son ingenieros. El ecosistema Facebook es extremadamente competitivo, aunque se permiten las críticas, siempre que no trasciendan… Algo empezó a cambiar en mayo cuando algunos trabajadores participaron en una «manifestación virtual» para protestar por el hecho de que Zuckerberg no vetase una serie de post de Trump engañosos que incitaban a la violencia, un paso que sí dio el CEO de Twitter Jack Dorsey.
«Que digan que están trabajando duro para erradicar el odio es falso: tienen pericia técnica de sobra para acabar con ello, pero no lo hacen», dice el último ingeniero que se ha rebelado
En el Reino Unido se ha creado un comité independiente para ‘vigilar’ a Facebook, fundado por la periodista Carole Cadwalladr, cuya investigación desveló el robo de los datos de 50 millones de usuarios de la red social por parte de la consultora Cambridge Analytica, que trabajaba para Trump en la campaña de 2016. Facebook anunció la creación de su propio comité de supervisión, que empieza a trabajar este mes, aunque los analistas dudan de que intervenga en asuntos relacionados con las elecciones. Chandwaney se muestra escéptico: «Que digan que están trabajando duro para erradicar el odio es falso. Tienen pericia técnica de sobra para acabar con los problemas, pero no lo hacen. Un tercio de la humanidad utiliza Facebook. No tengo palabras para describir la excelencia técnica que se necesita para que funcione algo tan enorme».
En el fondo, muchos no perdonan a Zuckerberg su responsabilidad en la victoria de Trump en 2016. «Está claro que no hicimos lo suficiente», reconoció entonces. El diario The New York Times es muy crítico. Recuerda que hoy, más que nunca, se hace lo que Zuckerberg ordena porque posee el 60 por ciento de las acciones con derecho a voto. Unas acciones que, por cierto, han subido de 156 a 264 dólares desde que empezó la pandemia. «Solo Mark, que también controla Instagram y WhatsApp, decide cómo se configuran los algoritmos de Facebook que determinan las noticias que ven los usuarios, la configuración de privacidad y la distinción entre un discurso que incita a la violencia y otro meramente ofensivo», advierte en un editorial.
Si Séneca viviera en el siglo XXI
James Barnes es un programador de 32 años que trabajó para Facebook y participó en primera línea en la campaña electoral de 2016 y ahora le quiere dar la vuelta a la tortilla. Barnes se ha propuesto evitar que Donald Trump sea reelegido. Quiere hacerle probar su propia medicina: la de la desinformación. Lidera a un grupo de activistas digitales –algunos de ellos, extrabajadores de Facebook como él– que ha diseñado «una batería de herramientas para convencer a los indecisos de que cualquier candidato es mejor que Trump, incluso Joe Biden…».
Barnes fue uno de los ingenieros de Facebook que se ocupó de la campaña de Trump. Ahora trabaja para Acronym, un think tank demócrata que usa herramientas digitales para influir en los votantes. Una de sus ‘armas’ es Barometer, que permite detectar a los votantes indecisos en Facebook, a los que se les presentan anuncios (el umbral de atención es quince segundos) y noticias personalizadas. Es más efectivo poner enlaces a noticias (falsas o verdaderas) que la propaganda tradicional. Una táctica que funciona es enlazar noticias sobre seguidores de Trump de alto perfil que se arrepienten de haberle votado, como un popular locutor de Fox News.
Barnes es de un pueblo de Tennessee, su familia es conservadora. Pertenecía a un grupo de estudiantes republicanos en la Universidad George Washington. Fue fichado por Facebook. Creyó que era el empleo de su vida. Y le asignaron como tarea mediar con el equipo electoral de Trump y explicarles cómo sacarle partido a la red social (Facebook ofreció el mismo servicio al equipo de Hillary Clinton, pero estos fueron reticentes –o soberbios– y rechazaron pronto la colaboración). «No era algo que me apeteciera, porque, a pesar de mis simpatías políticas en aquella época, Trump me disgustaba». No obstante, Barnes hizo su trabajo. Un trabajo excelente, de hecho…
La noche electoral, viendo al magnate celebrar su sorprendente victoria, Barnes sintió que lo habían utilizado. Entró en un bucle de estupor y culpabilidad. Entonces llegó la ‘recarga’. Un mes sabático que los empleados de Facebook disfrutan cada cinco años. Barnes se fue a Perú, visitó a un chamán, bebió ayahuasca… Tuvo una revelación. Dejó Facebook. Y decidió que había llegado el momento de tomarse la revancha. A Barnes le gusta citar a Séneca, el filósofo estoico que asesoró al emperador Nerón. Y luego, cuando vio que Nerón era un tirano, conspiró contra él. Barnes se siente como Séneca. Desde su punto de vista, ayudó al triunfo de alguien con ínfulas imperiales. Ahora conspira para deshacerse de él.
Acronym, «la más sofisticada campaña de propaganda digital del lado demócrata», enfrentada a Facebook, genera polémica. Ellos se defienden: en la era de la posverdad los que juegan limpio son unos ingenuos
El pasado otoño, Barnes conoció a Tara McGowan, fundadora de Acronym. Y le contó su plan. Acronym es un think tank demócrata que no tiene escrúpulos en usar atajos para lograr sus objetivos. Posee una plataforma de noticias digitales con mala reputación. Pero Acronym se defiende: en la era de la posverdad, los que juegan limpio son unos ingenuos. McGowan fichó a Barnes, y este llamó a algunos antiguos colegas; entre ellos, a Solomon Messing, otro renegado de Facebook. Han desarrollado «la más sofisticada campaña de propaganda digital del lado demócrata», según Damon McCoy, un experto de la Universidad de Nueva York citado por la revista Wired. En círculos progresistas, la iniciativa ha generado un tenso debate. Desde luego, ética no es, ¿pero servirá de algo? ¿Las mismas tácticas pueden volver a funcionar? El público era virgen a este tipo de manipulaciones hace cuatro años, ¿no ha aprendido la lección? No, hay un amplio margen todavía para manejos en la sombra, aseguran algunos. Además, algunos magnates consideran que más vale taparse la nariz que arriesgarse a un segundo mandato de Trump, y han aportado fondos a la causa. Entre ellos, Reid Hoffman (LinkedIn), el cineasta Steven Spielberg o el financiero Michael Moritz. Barnes dice que han concentrado sus esfuerzos en convencer a los indecisos para que acudan a las urnas y a los votantes de Biden para que no se queden en casa. ¿Pero hacerlo de este modo no es socavar la fe en la democracia de los que todavía creen en ella?