¿Lloraste con la muerte de Chanquete? ¿Comiste Peta Zetas? ¿Leíste la ‘Super Pop‘? ¿Había tapetes de encaje sobre el sofá de escay de tu casa? Entonces, perteneces a una generación especial, la generación EGB. Por J. I. y J. D.
«Cuando éramos pequeños, nos gustaba pertenecer a una banda, para jugar, para explorar un bosque o simplemente para poder decirlo: «Soy de esta banda». Lo mismo ocurre con la frase ‘yo fui a EGB’. Estas cuatro palabras determinan una generación, unos hábitos, un mundo que ya no existe. Es como afirmar que habiendo ido a EGB pertenecías a una especie de banda».
«Los cumpleaños se celebraban con merendolas en casa de los amigos. En la mesa, Casera Cola sin cafeína y una jarra de Tang de naranja recién hecho. Sobre los platos Duralex marrones, capaces de sobrevivir a un ataque nuclear, triángulos de pan Bimbo con Nocilla, aceitunas rellenas de anchoa, fuagrás Apis y mortadela de aceitunas («¿Me las puedes quitar?)».
«Antes de la llegada de las cadenas de moda low cost, podríamos pensar que cada uno vestía de una manera muy diferente y, sin embargo, íbamos todos igual. Eso sí, la ropa no se compraba, se heredaba de tu hermano mayor. La cuestión era que durara, por lo que las tallas tampoco tenían importancia. Las niñas comenzaban en el cole con la falda del uniforme hasta los tobillos y seguían con ella hasta que se convertía en una minifalda. Las marcas de los dobladillos en los bajos del pantalón eran tan habituales como las coderas y rodilleras. Aunque, sin duda, lo que peor llevábamos eran aquellos calcetines y jerséis de lana (de la que picaba) que nos hacían nuestras madres, tías o alguna vecina».
«Solo teníamos dos canales de televisión; la oferta musical era menor, como la ropa, los juguetes y la forma de matar el rato. No nos extrañaba que, para escuchar música, tuviésemos dos caras de tiempo muy limitado que teníamos que cambiar, o no tener localizados a los amigos hasta que nos los encontrábamos por la calle (¿os lo imagináis ahora?). También era muy frecuente buscar cualquier información en los diccionarios y enciclopedias en lugar de hacerlo en Internet (¿una vida sin Internet?), que los profes fumaran en clase o jugar en la calle hasta que nuestras madres nos gritaban «a comer» desde las ventanas».
«Las casas parecían un museo del ganchillo, y hubo una época en la que la bienvenida la daba un enorme perro de porcelana al que, normalmente, le faltaba una oreja o parte del hocico por algún balonazo perdido. Tampoco faltaban las bolsas para el pan que se colgaban en la puerta de la cocina y los armarios de formica». Pero no se vayan todavía… aún hay más.
Objetos que marcaron una época
-Los ríos de España, de memoria. ¿Que el profe mandaba dibujar un mapa de España? Ningún problema. Sacábamos nuestra plantilla y listo; solo nos faltaba restarle a mano Portugal y añadir unas líneas de prolongación en Francia.
-Los patines de acero. «Solo con mirarlos… y ya me he caído tres veces. Los patines no podían ser más sencillos y veloces. Y, lo que era aún mejor, tan crecederos como la ropa: bastaba con girar una ruedecilla para ajustarlos al tamaño del pie».
-La muñeca que canta. «Escuchar sus cantinelas era peor que oír un disco rayado. Y cuando se le estaban acabando las pilas daba miedito».
-El difícil abrefácil. «Siempre se perdía al fondo del cajón. Había que tener buen pulso para acertar con la ranura y más para quitar la tapa de la lata sin cortarte».
-Viajes eternos llenos de curvas. «Las carreteras tenían más curvas que el Autocross. Nos ponían esparadrapo en el ombligo para no marearnos».
-Los dos rombos. «¿Por qué no puedo verlo? Esta pregunta se repetía en cuanto aparecían los odiosos (y morbosos) rombos a la derecha de la pantalla».
-La cartera de lona. «Cada día cargábamos con los libros a la espalda. Si tenías la suerte de tener una Perona, parecía que pesaban menos».
– El cubo de juguetes. «Los juguetes se apilaban dentro de tambores vacíos. Luego, los muñecos y maquinitas olían a detergente, pero nos daba igual».
– ‘La bola de cristal’. «Visto ahora, no queda ninguna duda de que el público perfecto para el programa no era precisamente el infantil».
-Los viajes del 600. «Papá ordena las maletas en la baca del coche y le dice a mamá que esta vez no va a entrar todo, pero no le hacemos caso porque sabemos que siempre lo consigue».
-A vuelta con los cuatro colores. «¿Qué gracia tenía repetir una secuencia en esta especie de nave espacial? ¿Alguien se imagina jugar toda una tarde con el Simon?».
-Los bocadillos de chocolate. «En el recreo o al salir de clase, el bocadillo era nuestra comida favorita. Nuestras madres se anticiparon a la bollería industrial al inventar el pan con chocolate».
-Las labores manuales. «Con estas obras de arte, nuestros padres decoraban la casa; han durado tantos años que hoy no saben bien qué hacer con ellas».
-Los teléfonos de dial. «Hubo un tiempo en el que para llamar por teléfono teníamos que girar una ruletita y, si tenía muchos nueves, aquello podía ser desquiciante».
-El cine en casa. «El Cinás deseados. No todos teníamos la suerte de tener uno, pero siempre había un primo o un vecino que nos lo dejaba».
-Las cintas de casete. «Grabábamos con el dedo en el pause, intentando parar antes de que el locutor hablara y nos estropeara la canción».
-Lo último en papel higiénico. «Una de las preguntas que siempre quedaba sin respuesta era: «¿cuál es el lado bueno del papel Elefante para limpiarse, el mate o el brillo?».
