Es una de las mayores mecenas de artistas contemporáneos y, sin embargo, reniega del arte moderno e incluso reconoce que no entiende lo que hacen. ¿Qué mueve a esta señora de 89 años a acoger y financiar a tantos creadores desde hace cuatro décadas? Ella misma nos lo cuenta en su casa de Londres. Por María de la Peña Fernández-Nespral/ Fotografía: Victoria Birkinshaw
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Parece que su nombre, tan poco corriente como su propia vida, ha marcado su destino. Una vida diferente a la que previsiblemente se esperaba de ella. Delfina Entrecanales de Azcárate (Madrid, 10 de abril de 1927) es la hija mayor de José Entrecanales Ibarra, el fundador de la empresa de construcción y energía, hoy llamada Acciona, y pertenece a una familia ilustrada ligada a la Institución Libre de Enseñanza por parte de madre.
Es pequeña de estatura, pero su pelo blanco la distingue desde cualquier ángulo -«es muy cómodo porque todo el mundo me encuentra»-. Abre la puerta de su casa del barrio de Chelsea sin formalismos, con la naturalidad innata de los que están acostumbrados a recibir invitados a diario. La entrada es clásica, pero en sus primeras paredes se mezclan fotografías modernas con otras enmarcadas de familia y varios dibujos dedicados del artista Eduardo Arroyo (casado con su prima hermana). Sin embargo, paradójicamente es el salón, el espacio más clásico, el que mejor define a esta mecenas única de artistas contemporáneos. Repleto de cuadros de impresionistas españoles del XIX heredados, muebles antiguos, estanterías de porcelana inglesa y pilas de prensa en la mesa central. Su relación con el mecenazgo cultural comienza a principios de los años setenta, cuando recién divorciada y con 45 años da cobijo en su casa de campo de Inglaterra a miembros de los grupos Soft Machine o Pink Floyd. Pero su fascinante historia como «coleccionista de artistas y no de arte» empieza antes, cuando tenía 19 años y su padre la envía a Oxford con la excusa de aprender inglés -p»ara quitarme de en medio de España después de la guerra»-.

La mecenas española en su casa de Londres, delante de un Sorolla hereado. Delfina recibió en 2012 la orden del Imperio Britámico, que otorga la Reina Isabel, pos u labor como filántropa de las artes.
XLSemanal. ¿Qué hacía exactamente en Oxford?
Delfina Entrecanales. Vivía en casa de un canónigo que luego fue obispo de Exeter. Tenía unos cuartos que alquilaba y yo era la única mujer. Aquello me marcó muchísimo porque la mujer del canónigo era profesora de clásicas y era un monstruo de mujer, inteligentísima. Hice un curso de inglés, iba a conferencias de escritores, me apuntaba a todo. Era impresionante. Después de vivir ese ambiente, ¡ya no podía volver a España! [Risas].
XL. ¿Nunca más volvió?
D.E. No. Me enamoré de un inglés guapísimo. Duré con él 20 años. Me casé con 25. Debí de ser de las primeras mujeres españolas que se divorciaron y lo pude hacer porque era inglesa.
XL. ¿Qué tenía usted en común con él, un banquero?
D.E. Bueno, dejó de ser banquero… No echaba una mano para nada. La que hacía todo todo era yo. Cuando se marchó, no le eché nada de menos. Estaba demasiado preocupada por sacar adelante a mis cuatro hijos.
«Los artistas me ven fregar y se quedan pasmados. Me pone muy nerviosa que crean que en mi casa no van a dar golpe»
XL. ¿Cómo se recompuso de ese divorcio?
D.E. Me compré una finca en Wiltshire, al sudoeste de Inglaterra. Tenía muchos cottages (cabañas). Uno de mis amigos era el hermanastro del tutor de mis hijos del que me había enamorado y era el batería del grupo Soft Machine. Se llamaba Robert Wyatt y se instaló allí con su mujer, Alfie, una artista.
XL. ¿Por qué aterrizaron en su casa?
D.E. Robert -sigue siendo amigo- tuvo un accidente al caerse por una ventana y se rompió la columna. Lo tuve en una de las cabañas, componiendo y acostumbrándose a la silla de ruedas. Venían a verlo Richard Branson (hoy, dueño de Virgin), los de Pink Floyd y Mike Oldfield. También estaba la actriz Julie Christie porque era muy amiga de la mujer de Wyatt. Era maravillosa pero insoportable a la vez.
XL. Hay una biografía de Wyatt que relata esos días en su finca -febrero de 1974- y la recuerda como su hada madrina porque fue allí donde empezó a forjarse su carrera en solitario y grabó su primer disco, Rock Bottom, ya parapléjico. También menciona a su hijo James…
D.E. Sí, mis hijos iban y venían. Y también españoles que estaban de paso en Inglaterra. Y mucha gente de la televisión que venía a ver a los músicos. Todos se quedaban en mi casa o los invitaba a comer. Era como una especie de hotel. Me encantaba. Fue una época fantástica, divertidísima.
XL. ¿Qué españoles iban a su casa?
D.E. Se me olvidan los nombres, pero me acuerdo del hijo del general Gutiérrez Mellado, que venía los fines de semana con otros españoles. Yo les daba comida para casi toda la semana y un poco de dinero, y luego volvían. Me ponía furiosa porque no sabían ni quién era Jane Austen. Les daba clase. Era como una madre. Y ahora sigo así.
«Me casé con el mejor amigo de mi hijo Charles, tenía 20 años menos que yo. Charles estaba descompuesto»
XL. ¿Cómo pasó de ayudar a músicos a hacerlo a artistas?
D.E. En aquella época tenías que gastarte muchísimo dinero en todo el equipment de los músicos. Ahora la música, con la tecnología, se ha vuelto mucho más asequible, pero entonces era inasumible. En cambio, con la pintura les podías dar un cuarto para pintar y ya está.

Delfina Studio se convirtió en Delfina Foundation hace nueve años. La dirige el americano Aaron Cezar (a la izquierda). Es un hacha , dice Delfina.
XL. ¿Y cómo comenzó el apoyo a artistas?
D.E. Yo tenía un amigo que era profesor del Royal College of Arande, donde veraneaba. Empezamos a pensar en ello y creé en 1988 el Delfina Studio Trust. Alquilé una fábrica de vaqueros en Stratford, lo que es hoy el barrio olímpico de Londres, y les proporcionábamos espacios para montar sus estudios y también contactos. Éramos como una extensión del Royal College porque yo no sabía cómo elegir a los artistas. Yo nunca he elegido. Había tortas por venir y tuvimos que mudarnos a un sitio más grande.
XL. Pero entre medias volvió a casarse, ¿no?
D.E. Sí, vendí la finca y me compré una casa en Kings Road, donde estuve 25 años. Conocí al mejor amigo de mi hijo Charles y nos casamos. Tenía 20 años menos que yo. Charles estaba descompuesto..
XL. ¿Qué le enamoró de él?
D.E. Es que no me enamoré. Era un hacha el tío. Se ganó a toda la familia. Listísimo y buenísimo con las cuentas. Con él empecé los estudios para artistas. Pero el motor de la idea fui yo.
XL. ¿Cuántos estudios llegaron a tener?
D.E. Dábamos alojamiento gratis a unos 35. Nos fuimos a una fábrica de chocolates y la compré con toda la maquinaria. Digby [su segundo marido] y yo la renovamos y la convertimos en una casa para los artistas, con un restaurante y espacio para exposiciones y eventos. Los artistas comían allí por una libra. Era una zona -Bermondsey Street- donde no había nada y hoy están las top galleries, como la Tate.
XL. Fue pionera hasta para poner de moda el barrio. Según la prensa inglesa, hasta su cierre, en 2006, fue el programa de residencia para artistas más importante de Inglaterra. ¿Qué era lo que marcaba la diferencia en sus estudios?
D.E. Hoy me siguen diciendo que no hay una residencia como la mía. Yo soy como de la familia para los artistas. Me ven fregar y se quedan pasmados. Además, no dejo el agua del grifo corriendo. A mí me pone muy nerviosa que se crean que no van a dar ni golpe. Yo les doy un hogar, pero a cambio les pido educación.
XL. Es una mecenas completamente atípica.
D.E. Al principio no entendían lo que yo hacía. Pensaban lo clásico: la señora española que venía con posibles y que se iba a hacer famosa gastándose dinero en comprar obras de arte. A mí lo que me ha gustado siempre es ayudar a los artistas, preocuparme por ellos, reñirles si hace falta. Nunca acepto obras de ellos. Lo saben. Mi recompensa es ver que les he dado un empujón. ¡Muchos de ellos son hoy famosísimos!
XL. ¿Se acuerda de algún artista en particular de los más de 400 que ha alojado en sus estudios?
D.E. Hay artistas de todo el mundo, algún español. Me acuerdo de un vasco, Darío Urzay, fue de los primeros. Hay otro, de Siria, al que quiero muchísimo. Es muy famoso ahora. Se llama Fadi Yazigi. Tengo muchos a los que quiero y me quieren.
XL. ¿Y con los ingleses como Mark Wallinger y Martin Creed, que ganaron el Turner Prize en 2007 y 2001, respectivamente, mantiene alguna relación?
D.E. Mark está vinculado a la fundación como consejero. Trato de mantener contacto con mis artistas, porque son como de mi familia, por eso voy a las Art Fairs a verlos a ellos, pero me horrorizan. Este año vuelvo a la Bienal de Venecia porque tengo muchos allí exponiendo. Y voy a llevar a alguno de los nietos.
XL. Ha mencionado las ferias de arte. ¿Por qué no le gustan?
D.E. No puedo no ir, pero el mundo del arte me deprime. Cada uno va a lo suyo. Antiguamente eran idealistas, pero ahora… Hay mucha gente que no me gusta. Está full of shit (lleno de mierda).
XL. ¿Se considera una idealista?
D.E. Pues probablemente sí [risas]. Lo que me encanta es ver que mis artistas han prosperado y que el tiempo que han estado conmigo les ha servido. No quiero más que eso.
XL. Delfina Studio se convirtió en Delfina Foundation hace nueve años. ¿Cuál es ahora el papel de la fundación?
D.E. Todos los artistas que vienen ahora los elige la Tate Modern. Conozco mucho a Nick Serota, su director. Algunos de los que vienen están ya más consagrados y también hay curators. Les proporcionamos una plataforma para posicionarse, relaciones internacionales con otras instituciones… Yo voy un par de veces a la semana a reunirme con señoras que son las que aportan dinero. Ellas, por lo general, son coleccionistas y no entienden que yo no lo sea
XL. ¿Esa es la parte que menos le gusta?
D.E. Sí, todo ese rollo alrededor me agota, pero lo aguanto. Lo que me divierte son los artistas.
XL. ¿De dónde saca esa vitalidad? ¡Es usted incansable!
D.E. He nacido con ello, creo.
XL. Pero ¿aparte de haber sido bendecida por la genética?
D.E. Silencio. A mí la gente en multitud no me interesa, pero la gente me interesa. Si son aburridos, por supuesto que no. Tengo muchísimos amigos y siempre estoy alrededor de gente listísima. No estoy dispuesta a aburrirme. Y tampoco soy una persona culta, aunque leo muchísimo. Pero no podría dar una conferencia. No me acuerdo de nada.
XL. Tiene un aspecto envidiable, sin una gota de maquillaje. Siempre con buena cara.
D.E. Ando todos los días una hora, como poco y ni bebo ni fumo. Mi madre tenía buen cutis y yo no me he pintado nunca los ojos. Voy a la fundación y a la iglesia andando [se ayuda a veces de un bastón]. Soy de misa diaria desde hace 15 años. Es mi momento de meditación y tengo un padre espiritual con el que me voy a cenar.
XL. ¿Qué opina su familia, sus hijos, de la vida que lleva, el apoyo a artistas…?
D.E. El otro día, mi hija se quedó horrorizada porque me hizo una entrevista un periodista muy conocido de BBC2 que era amigo de ella y, al parecer, luego le comentó que por qué nunca le había hablado de mí. Ella contestó: «No, es que mi madre nunca se sabe por dónde va a salir, así que mejor no hablo nunca de ella».
XL. Es impulsiva y ha hecho siempre lo que ha querido. Pero ¿qué mérito se atribuye a lo largo de estos años como filántropa, mecenas discreta que no hace mucho ruido?
D.E. Creo que soy lista para rodearme bien o esas personas me eligen a mí. No me importa nada delegar y que sean ellos los jefazos. Me da lo mismo. Y supongo que también ha ido bien porque tengo recursos. Pero si no hubiera elegido buenos directores, de nada hubiera servido la inversión.
«No compro nada moderno. Hacen cosas rarísimas. Yo solo colecciono porcelana inglesa»
XL. ¿Le ha gustado invertir en algo más que en la ayuda a artistas?
D.E. Me he comprado muchas antigüedades, pero las he ido regalando. Y las joyas antiguas también me gustan. En Estambul he comprado. Y si hay algo que colecciono es la porcelana inglesa de Moore. Ya no se encuentra.
XL. Si tuviera que comprar una obra de arte, ¿por qué tipo de artista se inclinaría?
D.E. No compraría nada moderno. No entiendo lo que hacen, crean cosas rarísimas. Los artistas nuevos no pintan casi, todo lo hacen con el ordenador. Seguiría con los españoles del XIX que heredé de mi padre. Sorolla, Beruete, Plá
XL. ¿Qué cree que le queda por hacer?
D.E. A pesar de las locuras que he podido hacer, tengo una familia fantástica. Me vienen a ver siempre. Me siento afortunada, todo lo afortunada que se puede uno sentir después de que se te haya muerto un hijo, que es algo que no te puede pasar [su hijo murió en un accidente con 17 años]. Tengo una vida muy llena. Veo a muchas mujeres que no saben qué hacer, medio amargadas. Tengo ocho nietos, siempre a mi alrededor [su comedor está invadido por la oficina improvisada de uno de ellos]. Y, si me aburro, que nunca me pasa, voy a ver a mis artistas.
Delfina la viajera
Soy cien por cien española, pero no podría vivir en otro lado que en Inglaterra. Me compré un piso en Nueva York y duró dos años. Me siento mucho mejor en Londres que en España. Más libre. Voy muy poco. Leo todos los días la prensa española, pero no la entiendo. He viajado muchísimo. A Siria (en la foto) por lo menos he ido cuatro o cinco veces. Me quise comprar una casa allí. Menos mal que no lo hice. Era precioso. Una tristeza lo que está pasando. A Dubái voy todos los años en marzo porque ahí tengo otra fundación. Ahora acabo de volver de Irán. Me encantó. Tengo muchos amigos iraníes. ¡Los hombres son guapísimos! .
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