La moda ha dejado de perseguir obsesivamente la belleza y nos propone hoy siluetas, prendas y accesorios que pueden ser considerados extravagantes, chocantes o, directamente, feos. ¿Por qué un símbolo de lo hortera como las sandalias con calcetines puede ser hoy el colmo de lo ‘cool’? Por Lola Fernández
• El feísmo arrasa en la pasarela (ver galería)
Antes de sumergirnos en la fealdad, agarrémonos al puerto seguro de las ventas: por dos años consecutivos, Gucci ha liderado el ranking de las marcas de moda más deseadas y con mayor impacto en el universo digital, tanto como para amenazar el largo reinado de Louis Vuitton como la reina del lujo y aproximarse a la mágica cifra de los diez mil millones de euros de facturación anual. El duelo, doblemente épico por enfrentar a los grupos rivales Kering y LVMH, ha visibilizado los caminos que la alta moda está tomando para reconectar con el nuevo público millennial. Mientras Louis Vuitton enfiló el camino del chic deportivo, con ejemplos como las ugly sneakers (unas zapatillas con una estética difícil en origen, pero ya comprensible intergeneracionalmente), en Kering optaron directamente por asumir riesgo. Y quien dice ‘riesgo’ dice ‘vanguardia’. Una vanguardia que, según quién y cómo se mire, significa fealdad.
EL TRIUNFO DE LO EXTRAVAGANTE
La explosión de la llamada ‘moda fea’ se disparó en 2015, cuando el CEO de Kering, François-Henri Pinault, decidió poner al frente de Gucci y Balenciaga a dos nombres ajenos a las quinielas: Alessandro Michele, miembro del equipo de diseño de Gucci desde hacía 12 años; y Demna Gvasalia, diseñador georgiano que despuntó con diseños radicalmente feos para su marca Vetements. Su misión: seducir a los compradores jóvenes y a los adultos deseosos de su juventud, se ha ido concretando en un alejamiento progresivo de los códigos convencionales de la elegancia, la clase y la belleza. Una apuesta por lo extravagante, lo chocante, lo disruptivo o, directamente, feo que no solo ha encontrado el respaldo de público y crítica, sino que ha rebasado el ámbito del culto a la moda para llegar, gracias a los clones, a las tiendas de la moda rápida. Así están las cosas. lo feo puede vender más y resultar más interesante que lo favorecedor.
Las firmas consiguen popularizar su estética gracias a diseños controvertidos que se vuelven virales
Cada campaña y cada colección de Gucci suscita más suspiros de deseo que la anterior gracias a un abigarramiento de prendas cargadas de exceso decorativo, subversión de códigos de género y referencias tanto históricas como pop. Lo mismo sucede con Balenciaga, impulsada por los volúmenes atrevidos, las arquitecturas desmesuradas y un sentido estético afín al barrio. Sus extravagantes propuestas no están al alcance del común, pero consiguen popularizar su estética gracias a diseños controvertidos (feos) que se convierten rápidamente en virales. En Gucci, la fascinación por lo feo funciona a la inversa: la aspiración a la carísima propuesta de la marca ha logrado que simples camisetas con su logo (350 euros), una riñonera (590 euros) o un pasador para el pelo decorado con la palabra Gucci (350 euros) se coloquen como los diseños más demandados en la gama baja del lujo.
REFERENTES INDESEABLES
En realidad, lo feo ha estado siempre presente en la moda, aunque quizá es ahora en este entorno digital cuando tales códigos estéticos se democratizan hasta el punto de ver el reflejo de la pasarela en las tiendas de low cost. Vimos y veremos por todas partes sombreros de pescador, enormes zapatillas con imposibles suelas de goma, sandalias de trekking, estampados enormes que juegan a lo hortera, chándales, Crocs, riñoneras… Luisa Ricart, consultora de comunicación para marcas de moda y belleza, abre el abanico a referencias indeseadas. a la enfermedad, la muerte o la adicción, ya sea en la sublimación de la tuberculosis en la moda del siglo XIX o en la aparición del sida en las campañas de Benetton en los ochenta y en el heroin chic de Calvin Klein en los noventa.
Las marcas ‘low cost’ han convertido lo bonito en rutinario y lo feo se ha vuelto deseable por distintivo y provocador
«Claro que lo que en un siglo tiene que ver puramente con la estética, en el otro entra sobre todo en el territorio del marketing», precisa. Ricart asegura que lo feo es, en realidad, cíclico: no nos olvidemos del punk en los setenta, la primera colección que Rei Kawakubo mostró en París en 1981 (con las modelos despeinadas, ropa agujereada y el maquillaje corrido) o el grunge en los noventa. Sin embargo, si existe una marca que ha sido consistente a la hora de proponer abiertamente la fealdad como la nueva belleza ha sido Prada, autora ya en 1996 de dos colecciones jolie laide (‘bellamente feas’). Miuccia Prada siempre ha optado por lo interesante antes que por lo bello, hasta el punto de conformar un código propio pero adorado y comprendido solo por la tribu de la moda.
EL ‘EFECTO CLIC’
La ecuación es sencilla: a más fealdad, mayor viralidad y, por pura insistencia, mejores ventas. De ahí que diseñadores como Demna Gvasali se atrevieran a subir a la pasarela una interpretación con plataforma XXL de los Crocs, que se vendió a 900 euros el par. Imposible no haber hecho clic para ver prendas innombrables como esos bolsos tan pequeños en los que no caben ni las llaves (Jacquemus), los vaqueros-braga o bragas de denim (Y-Project), bolsos de lujo inspirados en bolsas de Ikea (Vetements) o pantalones de PVC (Topshop). El objetivo es conseguir foco para la marca, generar conversación (clics) y, como guinda, vender.
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Andreas Kronthaler para Vivienne Westwood
Pilar Pasamontes, directora científica de moda del IED Barcelona, considera que estas prendas virales no pueden calificarse de extravagantes, sino de ejemplo del «perfecto descontrol y mal gusto» que han traído las redes. «Estamos ante un marketing horrible, diría que hasta obsceno, que no tiene ningún interés y que deja la moda en manos de quien tiene la influencia viral, unas personas que se ponen lo que las marcas envían y que están encantadas de lucir espantosas con tal de captar la atención».
LA CONTRAMODA
Las teorías acerca de la popularidad de esto que aún llamamos ‘feo’ son varias, aunque los expertos aluden a una reacción al agotamiento de los códigos de la belleza convencional, tan repetidos que llegan a hastiar al ojo contemporáneo. La estetización de casi todo para casi todos gracias a Ikea, Zara o los usuarios de Instagram convierte lo bonito en rutinario y lo feo en lo deseable por distintivo y provocador. «El buen gusto puede ser aburrido», advirtió la editora de moda Diana Vreeland.
Para Pilar Pasamontes, uno de los efectos colaterales pero positivos de la viralización de la fealdad a través de la moda es que, «aunque me espanta el marketing de las redes, confieso que me chifla todo lo que está pasando con la estética de las outsiders poligoneras. Están consiguiendo que hasta las más ricas del planeta, la Kardashians, por ejemplo, quieran ser como ellas y vestirse con sus códigos, aunque trasladado a prendas carísimas. ¡Lo nunca visto! Artistas como Rosalía están viralizando unas estéticas de la contramoda, totalmente alejadas de lo que se consideraba buen estilo y clase».
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