El viejo rockero
El término viejo rockero es de circulación habitual en todos los ámbitos. Es verdad que el rock permanece inmune a esa pulsión efebocrática que pretende erradicar cuanto huela a antiguo, sobre todo desde que lo antiguo se convirtió en sinónimo de podrido, para suplantarlo por profetas puros y perfectos. En el rock eso no ha ocurrido, siguen dominando el cotarro las bandas de siempre, compuestas ahora por sexagenarios de los que uno teme que puedan sufrir una parada cardiorrespiratoria en pleno riff. El ejemplo supremo es AC/DC, que, cuarenta años después de su fundación, sigue dando el mejor y más divertido concierto de todos los posibles, concierto idéntico, por cierto, a los que daban hace cuarenta años. Eso no es una queja. los devotos no queremos que nos cambien ni un compás, queremos encontrar cada vez la misma tralla reconocible a través de los años.
A esta gira que en el último día de mayo trajo a la banda al estadio Vicente Calderón de Madrid, los AC/DC llegaron algo desgastados. El segundo guitarrista y alma discreta del grupo, Malcolm Young, faltó porque está ingresado con demencia senil. Demasiado tiempo transcurrido junto a un amplificador marca Marshall, supongo. A veces le ponen las nuevas canciones y en el rostro se le dibuja un rictus de aprobación. El batería habitual tampoco vino, pero el inconveniente que retuvo a este no fue un problema relacionado con la edad. al parecer, trató de contratar un asesinato, o algo así. Qué quieren, esto es rock, los rockeros no se ausentan porque se hayan hecho budistas.
Lo de viejo rockero iba en realidad por uno mismo y sus contemporáneos. Los veteranos de los grandes conciertos de los años ochenta, que fueron el escenario de nuestra juventud no tan arruinada como la de Malcolm, pero nos seguimos esforzando y para ello nos aplicamos aún decibelios, si no con los amplis de Marshall, sí al menos con sus auriculares. Veamos en qué consiste ser un viejo rockero y completar, como cada cierto tiempo a lo largo de toda una vida, la liturgia de asistir a un concierto de AC/DC. El primer obstáculo es encontrar la camiseta. No una camiseta de AC/DC despersonalizada, la que cualquiera puede encontrar en la FNAC o en un puesto junto al estadio. No, la camiseta fetén, la descolorida, la que ya usábamos en el rockódromo de la Casa de Campo y hasta manchas gloriosas tiene, evocadoras de una historia. La camiseta que determina una jerarquía y un pedigrí con sólo aparecer en el estadio con ella puesta. Otra cosa es que huela a humedad porque apareció por fin en el altillo del armario y que la talla no sea precisamente la adecuada.
El viejo rockero tratará de irse unas cuantas horas antes del concierto a hacer el precalentamiento cervecero en La Latina. Ya se siente rebelde y malote cuando su esposa le dice que de irse tan temprano ni hablar del peluquín, que ella no baña sola a los niños. Ahí tienen al viejo rockero pasando la esponja y preguntándose si en el resto de la tarde podrá remontar esta derrota que le ha sofocado la actitud ochentera justo cuando la prendía. Hala, ya te puedes ir con tus amigotes . En La Latina, al viejo rockero lo emocionará la abundancia de camisetas, la muchedumbre, el ambiente de los conciertos de entonces. Sin embargo, lo que se preguntará es si habrá melenas flameando al viento con los golpes de cabeza guitarreros, porque los contemporáneos del viejo rockero, los que antaño llevaban el pelo por debajo de los hombros, se han quedado todos calvos. Bajando hacia el estadio, se preguntará desde cuándo los rockeros respetan los semáforos en rojo cuando se desplazan en horda. Empezado el concierto, se apiadará de ese otro viejo rockero que, al intentar levantar sobre los hombros a su esposa, como cuando eran novios, gritará de dolor. Si ya te dijo el médico que no levantaras peso . Incluso después del trance, observará que los viejos rockeros se dispersan preocupados y apretando el paso porque tienen que madrugar. Nos hicimos viejos, troncos.