No se quieren enterar
No se quieren enterar
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Ya son varias las ocasiones en que reparamos en la incoherencia de que se haya obligado a alejar las promociones de bebidas alcohólicas y tabaco de las actividades deportivas y que, sin embargo, no solo se permitan sino que se fomenten las que tienen relación con el juego y las apuestas por Internet. No solo se ha permitido que empresas dedicadas al casino en Internet sean patrocinadoras de eventos y equipos, sino que además se eligen figuras representativas del deporte, del periodismo o de la televisión para incitar a los jóvenes a la ludopatía. En los Estados Unidos viven ahora una crisis alarmante de muertos por consumo de heroína y sus cerebros pensantes han caído en la cuenta de que son consecuencia, en gran medida, de la receta incontrolada de medicamentos con opiáceos, es decir, que la falta de regulación farmacéutica convirtió a muchos ciudadanos en yonquis cuando creían estar siendo curados. Al día de hoy, los datos sobre jóvenes españoles adictos al juego en Internet han crecido de tal manera que podemos estar a las puertas de una epidemia seria e incontrolada.
El juego por Internet tiene muchas ventajas. La primera es que no hay limitaciones a su propaganda. Incluye el regalo de dinero para echar las primeras partidas o plantar las apuestas iniciales, algo que llega a los menores de edad sin apenas control. Nada es más fácil que suplantar la fecha de nacimiento en cualquier acceso a la Red y muy bobo ha de ser un chaval para quedarse fuera de las páginas de pornografía, apuestas o juegos no autorizados para menores. Ese anzuelo inicial ha venido a unirse a la gran propagación de la apuesta virtual, algo que muchos locutores fomentan desde la retransmisión y que va unida a un concepto del juego como si fuera un sucedáneo del deporte. En muchos momentos en la España actual parece que apostar es la continuidad natural de ser aficionado a un deporte. La relevancia que adquieren los juegos se ampara también en otro valor muy relacionado con la psicología de hoy, esa que vende que hay que conseguir el dinero sin esfuerzo, que el trabajo y la dedicación son una cosa estúpida y que los listos se hacen ricos con el menor esfuerzo, algo que viene bendiciéndose desde la elevación a los altares acríticos de jóvenes que han pegado el pelotazo en el mundo de las nuevas tecnologías y las irrupciones precoces en el deporte y el entretenimiento. El sentido final de esta derivación es contar a los jóvenes que hay que tener prisa por hacerse rico y famoso y que para ello lo que importa es más la audacia y la pillería que el talento reposado.
Muy poco se habla de las consecuencias familiares del juego. Recuerdo que crecí en una generación que tuvo la suerte triste de ver de cerca los desastres que causaba la adicción a la heroína. Años después vimos cómo la cocaína, cuyos consumidores son más invisibles y menos problemáticos para la hipocresía social, carecía de esa representación tan cruel. Por ello somos hoy unos de los máximos consumidores de cocaína del mundo. Al mismo paso firme, avanzamos hacia la ludopatía sin que haya ningún control. La apuesta, algo así como la lotería para los más impacientes, se ha convertido en una tentación. El abismo al que condena a muchas familias y parejas la adicción al juego aún no tiene visualización en esta sociedad tan poco informada en la que vivimos, donde hay muchas pantallas y plataformas, pero de las que sale muy poca verdad, rendida ante la preponderancia del negocio. Pasará mucho tiempo antes de que empecemos a ponerle remedio a esta amenaza. Lo haremos cuando ya no estemos a tiempo de prevenir y solo podamos caer en la exageración tardía, en la sobreactuación a destiempo, como suele suceder. Mientras tanto, habremos permitido que una generación entera considere un hábito saludable jugarse el dinero en las apuestas. Si alguien se lo afea le dirán que sus grandes ídolos las bendicen, que sus equipos favoritos las lucen en las camisetas y que tanta publicidad no puede estar equivocada. Pero lo está, una vez más, y lo pagaremos todo a su tiempo.