De vuelta en la vida familiar

David Trueba

De vuelta en la vida familiar

Artículos de ocasión

Tengo un amigo bastante aficionado a fabricar teorías delirantes de cariz socioeconómico. Según él, nuestras reacciones casi siempre son inducidas y la supuesta libertad de elección de la que tanto presumimos es una ficción. Mi amigo tiene la virtud de no caer en la tentación conspiranoica, así que todo lo que explica no responde a una confabulación, sino a la propia tendencia imitativa de los humanos. Hace poco me explicó su último descubrimiento sociológico. Salíamos de visitar a un amigo común que acaba de tener un bebé. Lo ha logrado por el método del ‘vientre de alquiler’ y ahora disfruta de su paternidad junto a su pareja, también hombre. Ambos eran la viva estampa de la felicidad y eso nos puso muy contentos, tanto que mi amigo y yo fuimos a celebrarlo entre copas mientras ellos daban biberones. Recordando momentos del pasado de nuestro amigo, rememoramos aquellos tiempos en que ejercía de soltero fiestero, cuando no había manera de que renunciara a una promiscuidad casi insultante para los demás y nos ponía al corriente de los hábitos en su ambiente, que hacían palidecer las costumbres más rancias de nuestra caduca heterosexualidad.

Fue entonces, al rememorar ese tiempo pasado, cuando mi amigo empezó a elaborar su teoría. Según él, la mayor amenaza al sistema económico en los últimos tiempos tuvo que ver con la liberación homosexual. La posibilidad de vivir su sexualidad en libertad significó uno de los mayores avances humanos. Durante siglos, la homosexualidad ha sido perseguida de las maneras más brutales e intolerables. Terminar con ello es un proceso largo, que aún dura, aunque poco a poco se va consolidando. Pero en un momento dado esa libertad de costumbres significó una amenaza para la familia tradicional. Así lo expresó primero la jefatura eclesiástica, que luego tuvo que conceder que ninguna religión puede someter las tendencias íntimas sin cometer un pecado aún mayor que el que dice perseguir. Entonces fue cuando se hizo visible la amenaza económica, porque la familia ha sido siempre el baluarte más fecundo para mantener el sistema financiero.

Los expertos saben que no hay sistema político ni económico que pueda triunfar enfrentado al poder de la familia. El lazo familiar se impone por encima de ideas y de experiencias colectivas. La familia es un vínculo nuclear. Por eso, según la teoría de mi amigo, que la homosexualidad deshiciera el formato familiar implicaba un peligro económico. Ya no existiría el síndrome del nido, el arraigo sentimental, la necesidad de sentar cabeza y crear un hogar que obligara al esfuerzo de pagar una hipoteca y radicarse en una ciudad. La fidelidad matrimonial y la posterior responsabilidad paterna se habían convertido a lo largo de los siglos en el mayor compromiso de las personas con el sistema laboral y el sistema financiero. Si, de pronto, una parte tan numerosa de la sociedad se escapaba del control familiar y decidía llevar una vida libre y al margen de convenciones, el sistema económico se tambalearía de manera irremisible.

La teoría de mi amigo incide sobre la sutil inteligencia de establecer el matrimonio entre personas del mismo sexo. Ahora ellos ya no podían escapar al primer escalón hipotecario que es la pareja en convivencia. El segundo era la procreación, algo complicado biológicamente, pero que se ha resuelto por medio de la técnica y la legislación interesadamente laxa. De este modo, las parejas del mismo sexo pueden ya hoy formar hogares tradicionales con todo lo que ello conlleva de responsabilidad y búsqueda de confort y crédito. Este proceso es el que llevó a mi amigo a sostener que el sistema económico había triunfado sobre cualquier otro instinto, reconvirtiendo lo que podía haber llegado a ser anarquía y libertarismo en el idéntico orden de siempre sin violentar a las personas, sino todo lo contrario. A través de la libertad muchas veces se alcanza la servidumbre, es ahí la famosa inducción que caracteriza a las personas. Al rememorar los años de vida indómita de nuestro amigo y encontrarle hoy feliz en la paternidad, el orden hipotecario y la vida familiar, fue cuando mi otro amigo, el abonado a las teorías más chocantes, concluyó que el sistema dominante había triunfado de nuevo en otra lección del manejo de la sociedad por mecanismos sutilísimos.

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